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El relato que demoniza a quien trabaja: por qué toca reducir la jornada laboral

El relato que demoniza a quien trabaja: por qué toca reducir la jornada laboral
Mientras se sigue señalando que mejorar las condiciones laborales “aumenta costes”, los resultados de las empresas no han dejado de crecer, año tras año, hasta alcanzar, en la actualidad, niveles récord “Homo sapiens gobierna el mundo porque es el único animal capaz de crear y creer en ficciones colectivas”, nos recuerda el filósofo israelí Yuval Noah Harari. Y en efecto, vivimos dentro de narrativas: algunas nos permiten imaginar derechos universales, otras invisibilizan desigualdades flagrantes. Una de las más arraigadas en el mundo económico liberal actual es la que divide la retribución de los factores productivos en términos que sesgan el juicio colectivo. Se denomina “beneficio” a lo que remunera al capital, y “coste laboral” a lo que retribuye al trabajo. Así se construye la ficción de que un euro que genera rentabilidad financiera es una buena noticia, mientras que un euro que retribuye el esfuerzo humano es un lastre. Ese relato, tan simple como eficaz, sostiene buena parte de la resistencia empresarial a una política necesaria y justa: la reducción de la jornada laboral sin merma salarial. Se nos dice que reducir la jornada “aumenta los costes laborales”, sin señalar que lo que hace realmente inviable a una empresa no es que se pague mejor o se trabaje menos horas, sino que desaparezca uno de sus dos pilares: el trabajo. Si fuera cierto que el salario es solo un coste, una huelga, en la que el “coste laboral” es cero, no afectaría a las empresas. Y sin embargo, las paraliza. Porque el trabajo importa, y mucho. Porque lo que realmente genera valor es la conjunción entre el capital y el trabajo. Y hoy, el reparto de ese valor está francamente desequilibrado. Desde que se instauró la jornada de 40 horas en España, la productividad ha aumentado más de un 53%. Sin embargo, los salarios apenas han crecido un 22%. Esto significa que las personas trabajadoras han perdido casi un 32% del valor que han contribuido a generar. Si cambiáramos el relato imperante y empezáramos a hablar de “beneficios al trabajo” —como debería denominarse a la parte que remunera la productividad humana—, y consideráramos “costes del capital” a la extracción creciente de valor por parte del capital financiero, veríamos con absoluta nitidez la injusticia estructural que arrastramos. Mientras se sigue señalando que mejorar las condiciones laborales “aumenta costes”, los resultados de las empresas no han dejado de crecer, año tras año, hasta alcanzar, en la actualidad, niveles récord. Según los últimos datos del Observatorio de Márgenes Empresariales, los beneficios empresariales crecieron en 2024 un 54,3% respecto a los niveles de 2019, alcanzando máximos históricos. El margen sobre ventas —lo que las empresas se embolsan de cada euro que facturan— también marcó récord: un 13,1%. Este crecimiento no ha sido fruto de una reducción de costes o de mejoras organizativas, sino del simple traslado de los costes inflacionistas al consumidor final, mientras se contenían salarios. Así se confirma que las empresas han acumulado beneficios extraordinarios sin que esos beneficios se tradujeran en mejores sueldos o condiciones laborales. Pero cuando hablamos de reducir la jornada laboral en menos de media hora al día  , los que se oponen señalan que aún  “no hay margen”. ¿De verdad alguien puede seguir defendiendo que no hay margen para repartir el tiempo de trabajo de manera más justa? La propuesta de reducir la jornada laboral a 37,5 horas sin merma salarial no solo es justa; es necesaria, viable y estratégica. Porque reducir la jornada mejora la productividad por hora trabajada. Porque obliga a modernizar la gestión empresarial, invirtiendo en digitalización, formación y mejor organización. Porque mejora la salud laboral y reduce el absentismo. Porque genera más conciliación, bienestar y cohesión social. Y porque permite que la riqueza generada se reparta de forma más equitativa entre quienes arriesgan capital y quienes entregan parte de su vida a través de su tiempo, su energía y su talento. Las empresas tienen la oportunidad de mejorar simultáneamente la rentabilidad de su euro invertido y la productividad del tiempo de sus plantillas. Lo que necesitan no es más margen a costa de quien trabaja, sino más eficiencia compartida, con justicia. La jornada de 37,5 horas es el camino hacia un nuevo equilibrio entre capital y trabajo. Un equilibrio más sostenible, más humano y más digno. Una narrativa distinta, sí, pero también más verdadera.
eldiario
hace alrededor de 5 horas
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