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La paz en Ucrania (I): la cuestión territorial

La paz en Ucrania (I): la cuestión territorial
¿Qué sentido tiene seguir sosteniendo, como hacen algunos dirigentes europeos, que solo es aceptable una paz justa, que implicaría lógicamente la retirada de las fuerzas rusas de todo el territorio ucraniano, incluida Crimea? Nadie en su sano juicio puede pensar que esto va a suceder en un futuro previsible El incidente de los drones rusos que llegaron a Polonia –probablemente a causa de interferencias en su guiado por satélite– ha mostrado lo fácil que puede ser que un error o un incidente no controlado, en el aire o en el mar, desemboque en una escalada bélica cuyas consecuencias serían impredecibles, pero en todo caso trágicas. Esta puede ser la principal razón, junto con el dinero que la guerra le ha costado hasta ahora a EEUU, por la que su presidente, Donald Trump, ha intentado, desde el comienzo de su segundo mandato, alcanzar la paz en Ucrania. Los europeos parecen bastante más belicosos, partidarios de imponer duras condiciones a Rusia, como si no les preocupara tanto la extensión del conflicto, aunque ellos serían, lógicamente, los primeros afectados Trump no ha conseguido que la paz avance porque sus iniciativas han sido volubles y erráticas, como siempre, amenazando sobre todo al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski –al que llegó a acusar de provocar la invasión–, pero también al ruso, Vladímir Putin, con anuncios de sanciones en plazos que se han ido cumpliendo sin que pasara nada. El presidente estadounidense se resiste a presionar más a Putin porque quiere llegar a acuerdos políticos, económicos y comerciales con él, incluida la explotación conjunta de minerales en la zona de Ucrania que ocupa, que pueden reportar grandes beneficios a EEUU, e intenta alejarle de China, su único rival estratégico. Por eso consiente que el presidente ruso ignore una y otra vez sus propuestas, como cuando se encontraron el 15 de agosto en Alaska, y Putin rechazó, una vez más, el alto el fuego inmediato que le pedía el presidente estadounidense. Y por eso cuando se reunió tres días después con Zelenski y los dirigentes europeos que le acompañaban –decepcionados porque Trump no hubiera mantenido la exigencia de alto el fuego– no pudo ofrecerles ningún resultado positivo, ni siquiera fue claro en las garantías de seguridad que daría a Ucrania después de la paz, sino solo el proyecto de una reunión directa entre Putin y Zelenski –a la que seguiría otra trilateral con él mismo– que no se ha producido ni tiene por ahora perspectivas de hacerlo. Putin se siente fuerte y no tiene prisa, ha declarado que si Zelenski está preparado puede ir a rendirle pleitesía a Moscú. Rusia rechaza un alto el fuego incondicional porque favorece a Ucrania, que está en un momento de severa debilidad y podría aprovecharlo para reponer armamento y munición, dar descanso a sus desgastadas tropas, y recuperarse, todo ello sin haber comprometido ni su renuncia a integrarse en la OTAN ni la cesión de ninguna parte de su territorio. El interés de Rusia es justamente el contrario, sus fuerzas están ganando terreno, pueden seguir avanzando –aunque con muchas bajas–, y la continuación de las operaciones daña más a Ucrania. Por eso solo lo admitiría si Kiev se comprometiera a desmilitarizarse, no recibir más ayuda militar de occidente, y renunciar a a la OTAN definitivamente. Como esto no va a suceder, Putin prefiere negociar la paz, incluido el futuro de los territorios que ocupa, antes de acceder a detener las operaciones militares. El primer obstáculo para la paz, el más difícil de superar, es la cuestión territorial. Rusia ocupa algo más del 19% del territorio ucraniano, incluida Crimea, que se anexionó en 2014, y parte de las provincias de Luhansk, Donetsk, Zaporiya y Jerson, que fueron declaradas parte de la Federación en octubre de 2022, de las cuales controla alrededor del 80%, con diferencias entre unas y otras, pero ninguna en su totalidad. Zelenski se niega a ceder formalmente cualquier parte de Ucrania, basándose en que su Constitución lo prohíbe. Un alto el fuego mantendría de facto la situación como está, pero un tratado de paz tendría que decidir sobre ella de iure, y con el acuerdo de ambas partes. Por eso Kiev solo quiere un alto el fuego, que le permitiría ganar tiempo, y el 18 de agosto, en Washington, la cuestión territorial ni siquiera se trató. Pero si Putin insiste en negociar antes de detener las operaciones militares, es precisamente porque quiere la resolución definitiva de este asunto, que, junto con la neutralidad de Ucrania, es para él una condición irrenunciable para la paz, y que antes o después tendrá que ser abordado Parece que Trump ha asumido que es inevitable que Ucrania pierda parte de su territorio. También algunos dirigentes europeos, aunque no lo expresen abiertamente. Pero muchos otros, incluida la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, declaran indignados que no se puede consentir una modificación de fronteras por la fuerza. Esto es cierto, claro, pero también se les podía haber ocurrido cuando consintieron, incluso propiciaron, la ruptura por la fuerza de Yugoslavia, y llegaron a bombardear Belgrado causando víctimas civiles –sin respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas– para forzar la secesión de Kosovo, lo que evidentemente modificaba las fronteras de Serbia. Incluso ahora, podían aplicar el mismo criterio a Israel, que se ha anexionado ilegalmente los altos del Golán y Jerusalén Este, sin que nadie en Europa haya tomado la mínima acción en contra, y amenaza con hacer lo mismo con el resto de los territorios palestinos. O a Marruecos que se ha anexionado el Sahara Occidental, en contra de las resoluciones de Naciones Unidas, con la aprobación o el consentimiento de casi todos los que se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de que Rusia se quede con parte del territorio ucraniano. De todas formas, unas injusticias flagrantes no pueden justificar otras igual de deplorables. Defender la integridad territorial de Ucrania, y en general la inviolabilidad de las fronteras reconocidas internacionalmente, es sin duda una causa justa, respaldada por numerosos tratados internacionales como la Carta de las Naciones Unidas (1945), el Acta Final de Helsinki (1975), o la Carta de París (1990). Y en el caso concreto de Ucrania por el Memorando de Budapest (1994) y el Tratado de Amistad, Cooperación y Asociación entre Rusia y Ucrania (1997), que Ucrania rescindió unilateralmente en 2018 después de que Rusia se anexionara Crimea. Ambos acuerdos reconocían las fronteras de Ucrania y garantizaban su inviolabilidad. Fueron firmados por Rusia en la época de Boris Yeltsin, ciertamente cuando su país estaba en sus horas más bajas, aunque eso, por supuesto, no cambia su carácter vinculante que Putin no ha respetado. Pero la cuestión no es si Ucrania tiene derecho a conservar todo su territorio –esto es algo que admite poca discusión–, sino cómo podría recuperar el que en estos momentos está ocupado por las tropas rusas o quién se lo va a devolver, porque ya es evidente que el ejército ucraniano no está en condiciones de revertir la situación, ni siquiera con la ingente ayuda militar y económica que ha recibido, por importe de unos 300.000 millones de euros hasta hora. Y si nadie más se va a involucrar directamente para echar a los rusos de allí, seguir defendiendo que Ucrania tiene que mantener su integridad territorial no es más que un brindis al sol que por sí solo poco va a ayudar a los ucranianos. ¿Cómo conseguir que Rusia ceda? Probablemente, este mes la UE aprobará un nuevo paquete de sanciones, el 19º desde que empezó la guerra, pero no hay ninguna garantía de que vaya a tener más éxito que los dieciocho anteriores en disuadir a Moscú, ni parece posible que la población rusa se vaya a movilizar contra la guerra o contra la cúpula política del país, la última posibilidad en la que algunos basaban sus esperanzas. ¿La situación va a ser más favorable para Kiev dentro de un año o dos? Más bien parece lo contrario, lo más probable es que siga perdiendo terreno, incluso la resistencia ucraniana puede estar próxima al colapso si no se alcanza pronto un alto el fuego. Es cierto que Rusia está sufriendo por los ataques a sus infraestructuras energéticas y por las sanciones también, pero todo indica que Ucrania no va a resistir lo suficiente para que la economía rusa se deteriore hasta el punto de que no pueda continuar la guerra. En este escenario, ¿qué sentido tiene seguir sosteniendo, como hacen algunos dirigentes europeos, que solo es aceptable una paz justa, que implicaría lógicamente la retirada de las fuerzas rusas de todo el territorio ucraniano, incluida Crimea? Nadie en su sano juicio puede pensar que esto va a suceder en un futuro previsible. Lo que nos lleva a plantearnos la espinosa cuestión de si los países europeos que siguen empujando a Ucrania a resistir, los que rechazan una paz realista coherente con la situación sobre el terreno, lo hacen para ayudar a los ucranianos o solo para utilizar a su país como un escudo en el que se estrelle Putin, y así evitar que tenga otras tentaciones, limitándose ellos a poner el dinero y las armas, mientras los que mueren son los ucranianos. Convendría que estos belicistas vieran la encuesta realizada por Gallup en julio de este año, según la cual solo el 24% de los ucranianos apoyaban continuar la guerra hasta la victoria, mientras el 69% eran favorables a negociar su fin tan pronto como sea posible. La cuestión territorial se envenena aún más porque Putin, además de exigir quedarse con el territorio que ocupa, pretende que Ucrania le entregue graciosamente la parte del Donbás que aún no controla, que es una mínima parte de Luhansk, pero en Donetsk se trata de más de 6.000 kilómetros cuadrados, incluyendo las importantes ciudades de Kramatorsk y Sloviansk, donde Ucrania tiene instalado su principal sistema defensivo. Hay que recordar que una de las causas, que no razones, de la invasión rusa, fue la guerra interminable de baja intensidad, entre 2014 y 2022, entre fuerzas ucranianas y los voluntarios prorrusos que habían proclamado dos repúblicas independientes en esas provincias, con la ayuda logística, económica y militar de Moscú. La tesis de Putin es que todo el Donbás es ruso, y como su ejército va a ser capaz de conquistar, antes o después, esa zona, si se la dan ahora parará, pero si no seguirá hasta que lo consiga. Cuando Trump habla de un “intercambio de territorios” se refiere tal vez a que Rusia podría devolver a Ucrania las pequeñas zonas que ocupa en las provincias de Járkov, Sumí, y Dniepropetrovsk, que solo sumarían en total unos 750 kilómetros cuadrados, y renunciaría a las partes que no controla de Zaporiya y Jerson, que de todas formas no son suyas, así que ese pretendido intercambio no pasa de ser una falsedad. Moscú podría hacer otras concesiones, como entregar la administración de la central nuclear de Zaporiya a EEUU, para que suministre energía ambas partes, o incluso ceder, para reconstruir Ucrania, las reservas de su banco central que estaban depositadas en bancos occidentales y fueron bloqueadas cuando comenzó la guerra, por valor de más de 400.000 millones de dólares. Hasta ahora solo se han empleado los intereses de ese dinero para preservar la seguridad jurídica de los depósitos internacionales, pero eso podría cambiar y en todo caso es muy difícil que Rusia lo recupere, así que cederlo solo sería un signo de buena voluntad, y Putin podría usarlo en la mesa de negociaciones Nada de esto puede compensar a Ucrania de la pérdida de casi una quinta parte de su territorio, y mucho menos la entrega sin combatir de la zona de Donetsk aún en manos ucranianas, que tiene un enorme valor estratégico y psicológico. Zelenski no puede aprobar esa entrega de ninguna manera, sería su muerte política, y una tragedia para todo el país, pues la población ucraniana jamás entendería que todos los que han muerto para defenderlo no hayan servido para nada. La solución de la cuestión territorial parece, por tanto, tan complicada, que amplios sectores de Ucrania y de sus apoyos occidentales prefieren no abordarla por ahora. Pero eludirla no va a resolver el problema, ni va a conducir al fin de las hostilidades. De hecho, solo cuando haya un acuerdo entre ambas partes en esta cuestión, se logrará una paz mínimamente estable y duradera. Si no, solo habrá como mucho una pausa en la guerra, y bastante frágil. Por supuesto, no se debe excluir la posibilidad de tratar con Rusia, en el marco de las negociaciones de paz, el futuro de las zonas ocupadas. Excluyendo, desde luego, Crimea, que para Rusia no está en discusión, se podría proponer para el resto de los territorios una transición en varias fases, que incluyera la vuelta de todos los refugiados y, después de un tiempo, la celebración de un referéndum en cada una de las provincias – en su totalidad -, bajo supervisión internacional, que incluyera como una de las opciones el mantenimiento de la soberanía ucraniana con autonomía muy amplia, que permitiera relaciones especiales con Rusia, algo bastante parecido a lo que Moscú reclamaba para el Donbás antes de la invasión, en el marco de los acuerdos Minsk II. Será muy difícil que Putin acepte esta solución, o cualquier otra que le haga perder parte de lo conquistado, sobre todo después de que la anexión formal de estas provincias haya sido aprobada por el legislativo ruso. Pero en política internacional hay pocas cosas definitivas o inamovibles. Todo puede depender de que se le ofrezcan estímulos suficientes en otros aspectos también muy importantes para él en un escenario de paz, como son el futuro de Ucrania y sus garantías, o el papel que podría tener Rusia en una futura arquitectura de seguridad europea y en la defensa de sus propios intereses. Todo está interrelacionado y todo debe discutirse a la vez. Siempre bajo la premisa de que, en ocasiones como esta, una mala solución puede ser mejor que ninguna. O, dicho de otro modo, la pérdida de territorios es reversible, tal vez, algún día. La pérdida de vidas humanas no lo es, se trata del máximo sacrificio que, si no va a alcanzar el objetivo que pretende, o bien sirve a intereses espurios o bien se convierte en inútil y absurdo.
eldiario
hace alrededor de 6 horas
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