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Libertad + innovación, ejes del progreso

La creatividad, rasgo único y definitorio de nuestra especie humana, genera invenciones que convertidas en innovaciones institucionales y tecnológicas sustentan el progreso económico y social. La creatividad solo puede expresarse en ambientes sociales en los que la libertad personal, económica y política están a la orden del día. Desde la antigüedad más lejana a nuestros días, el progreso humano ha estado asociado a marcos institucionales favorables a su desarrollo; y ninguno puede compararse con la cultura cristiana occidental, que ha venido amparando desde siempre nuestros mejores logros. Un sinfín de ensayos históricos han demostrado en las últimas décadas como la cultura occidental explica muy consistentemente –incluso en países geográficamente orientales como Japón, Corea del Sur y Singapur, asimiladores de nuestras mejores prácticas– todo lo mejor que ha sucedido en el mundo, tanto en el ámbito político, como en el económico y el social. Tras milenios sin apenas crecimiento de la población y de la renta per cápita, a partir de la famosa Revolución Industrial inglesa se produjo un formidable despegue del crecimiento de la población –que multiplicó por tres el de los siglos anteriores, en contra de la falsa profecía de Malthus–, aún más el Producto Interior Bruto (PIB) –que sextuplicó las tasas previas– y sobre todo de la renta per cápita, que frente a crecimientos del 0,04 por ciento anual en el periodo 1500-1820 pasó a un 1,21 por ciento entre 1820 y 1992. Las innovaciones tecnológicas y de procesos que posibilitaron tan espectacular desarrollo económico y social, fueron precedidas –según la perspicaz tesis de Gabriel Tortella en su reciente libro 'Las grandes revoluciones'– de «la revolución institucional inglesa que dio lugar a la monarquía constitucional y el sistema parlamentario», y consecuentemente a la libertad económica. Desde 1992 a nuestros días, los progresos económicos y sociales logrados por la innovación tecnológica junto con la globalización económica que extendió el marco institucional occidental al resto del mundo, han superado muy ampliamente a los anteriores. En contra de los tristes agoreros de la globalización y los doctrinarios progresistas de la desigualdad, en los últimos treinta años el crecimiento anual medio de la población del mundo ha superado en un 27 por ciento el de 1820-1992, el del PIB se ha más que duplicado y el de la renta per cápita se ha triplicado. Mientras tanto, la desigualdad ha disminuido más que nunca: si la pobreza extrema en 1990 afectaba al 43,5 por ciento de la humanidad, ahora se sitúa por debajo del 10 por ciento. Nunca ha habido más puestos de trabajo que en nuestros tiempos, dominados por la innovación tecnológica, que los progresistas siguen ridículamente considerando enemiga del empleo, en contra de la evidencia empírica. La cultura histórica que ha posibilitado tal crecimiento la describió muy bien Niall Ferguson en su ensayo 'Civilization: the West and the Rest', señalando los seis complejos innovadores que han distinguido a Occidente del resto del mundo: competencia (política y económica), ciencia, derechos de propiedad, medicina, sociedad de consumo y ética del trabajo. Aplicando todo lo dicho a la Unión Europea y España de las últimas décadas, cabe observar una paralela decadencia de la innovación institucional y tecnológica, que están dando lugar a una creciente y cada vez más preocupante divergencia de renta per cápita europea con Estados Unidos y española con Europa. La renta per cápita de la UE, ha pasado de casi el 57 por ciento de la norteamericana en 2008 a menos del 53 por ciento actual, mientras que la española que se aproximó a la media de la UE en 2004, ahora apenas supera el 80 por ciento. ¿Qué razones explican la decadencia relativa de la UE y España de los últimos años? Sin duda, están relacionadas con el marco institucional que afecta a la innovación, como ponen de manifiesto: los empresarios estadounidenses –incluidos los financieros– apuestan más por sectores de futuro que los europeos, que prefieren repetir éxitos pasados; los rankings empresariales se renuevan frecuentemente allí, mientras que aquí están estancados; de las cien mayores empresas europeas, ninguna se creó en los últimos cuarenta años; la productividad por hora trabajada en EE.UU. –merced a la innovación tecnológica– creció casi un 50 por ciento entre 1995 y 2022, el doble que en la eurozona; en EE.UU. existen 720 unicornios con un valor de 2,4 billones de dólares por 97 en la UE que apenas valen 284 millones y están al frente de la atracción de talento innovador; la Unión está más interesada en regular el uso de la inteligencia artificial que en inventarla o desarrollarla. En España, nuestra economía está sometida a crecientes y abrumadoras regulaciones obstaculizadoras de la función empresarial y, por tanto, de la innovación, que se manifiestan en un nivel de productividad bajo y decreciente; en la última posición europea en inversión en activos intangibles; en pésimos resultados educativos; en un marco laboral contrario a la flexibilización que exige la innovación; en el liderazgo europeo en burocracia empresarial; en un mercado pequeño y sobre todo troceado; en incentivos a la innovación tecnológica escasos y pésimamente orientados y en una producción científica universitaria ajena a la innovación empresarial... y debemos poner aquí un etcétera porque la lista de consecuencias adversas es larga. Todo lo dicho se puede resumir en dos mandamientos: máxima libertad para emprender e innovar y mínima intervención política en el desarrollo de la función empresarial, algo contrario al quehacer socialista –en diversos grados– de todos los partidos políticos. Las experiencias habidas hasta ahora, tanto en España como en el resto del mundo, ponen de manifiesto que cuando la libertad y la consecuente innovación se juntan, los resultados son siempre muy positivos. La globalización sin fronteras operada en la economía mundial, junto con la quinta ola tecnológica innovadora, como muestran los datos anteriores, han operado el mayor progreso de toda la historia de la humanidad; experiencia de éxito que Estados Unidos ha comenzado a cuestionar con sus políticas arancelarias, mientras que la UE y España andan adormecidas y sin capacidad de respuesta a los desafíos del presente.
abc.es
hace alrededor de 3 horas
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