cupure logo
losunadelquejornadamejorcomomarianismoisraelreducción

Escuela 'woke' de la 'izquierditud'

Nuestros educandos vuelven a las escuelas de lo 'woke'. La epidemia comenzó en Estados Unidos, perseveró en el orbe anglosajón (Canadá, Australia y Nueva Zelanda) y ha contaminado la Vieja Europa: «Se trata de un mundo en el que se considera peor sufrir una ofensa lingüística –por un error de género, una microagresión o un libro escrito en 1823 porque no presenta las mismas actitudes que los de 2023– que sufrir privaciones materiales», advierte David Rieff en 'Deseo y destino' (Debate), imprescindible ensayo sobre lo 'woke', el ocaso de la cultura y la victoria del 'kitsch' con prólogo de John Banville. A falta de paraísos proletarios, la izquierda redirigió sus esfuerzos hacia el ecologismo más apocalíptico y las políticas inclusivas. Para formar parte del sistema 'progresista', lo primero que hay que hacer es presentar el carné de 'víctima'. A partir de ahí se obra el prodigio: la peripecia individualista se integra en la comunidad identitaria; esta simbiosis, que hace décadas podía sonar chocante, se hace posible en el universo 'woke': «Sentirse ofendido por algo no solo está dotado del aura noble de la victimización y el martirio, sino además enteramente determinado por los sentimientos de quienes se sienten ofendidos», apunta Rieff. Y como los oprimidos, por el hecho de serlo, siempre llevarán razón, no es extraño que lo 'woke' marque el guion de una izquierda recauchutada, que vuelve a ejercer el monopolio de la virtud frente al egoísmo de la derecha «reaccionaria». Lo 'woke' mola: te asegura el derecho a ser especial y a una discriminación positiva que celebrará tu bondadosa presencia, aunque no sepas hacer la letra O con un canuto. De ahí que la escuela inclusiva premie más la presunta bondad que la superación académica: para evitar traumas, nadie fracasa, todos pasan de curso. Defender la excelencia es una razón injusta: «Si juzgamos a la gente por su bondad en lugar de su aptitud –o, por decirlo de otro modo, su bondad 'es' aptitud–, entonces rechazar a alguien sobre la base de sus notas es una afrenta a 'su' humanidad», consigna Rieff. El profesor y filósofo Damià Bardera coincide en esa entronización del niño y la subordinación a su férula de los saberes de los ancestros. Los adolescentes, escribe en 'Incompetencias básicas' (Península), «son los héroes de las sociedades de ahora, utopías emocionales amnésicas, refractarias a las frustraciones y contradicciones inherentes a cualquier vida humana, utopías psicologistas rebosantes de buenas intenciones, buenos sentimientos y catálogos de deseos, siempre inmaculados». Buenas intenciones que, de la mano de la cultura 'woke', «destruirán lo que esta civilización tiene de bueno, sin mejorar sus muchos aspectos asimismo crueles y monstruosos», concluye Rieff. Va siendo hora de cuestionar el extraño prestigio del 'progresismo' izquierdoso sobre el pensamiento conservador. Entrevistado por la revista 'Cahiers du Cinema', Eric Rohmer debelaba en pleno 68 las cacareadas bondades de la izquierda: «Yo no sé si soy de derechas, pero, en cualquier caso, lo que es seguro es que no soy de izquierdas». El cineasta argumentaba la subversiva declaración: «¿Por qué tendría que ser de izquierdas? ¿Por qué motivo? ¿Qué me obliga a ello? ¡Soy libre, supongo! Sin embargo, las personas no lo son. Hoy, primero hay que hacer un acto de fe en la izquierda, después de lo cual todo está permitido». Rohmer desmontaba el monopolio izquierdista de la virtud: «Yo también soy partidario –¿quién no lo es?– de la paz, la libertad, la extinción de la pobreza, el respeto a las minorías. Pero no llamo a eso ser de izquierdas...». Habremos escuchado muchas veces que la coalición entre partidos de izquierda constituía un 'Gobierno de progreso' como si la gobernanza conservadora conllevara, cual sentencia fatal, el regreso (así lo vaticina Sánchez). A diferencia de otros países como Francia, Italia o el Reino Unido, los cuarenta años de franquismo en España fueron una perniciosa mochila para los votantes de la derecha. En 'La imaginación conservadora', Gregorio Luri reivindica, siguiendo la línea de T. S. Eliot, el marco imprescindible de una tradición sin la que no puede entenderse la evolución de la cultura. Embriagada de proclamas 'woke', la izquierda convierte el progreso en tabla rasa del pasado: «Hoy cuando se afirma el progreso no se sabe muy bien lo que se afirma. A medida que se difumina la meta, la izquierda busca nuevos filones de esperanza para mantener viva su pulsión prometeica. Y, si es necesario, los estimula reforzando la conciencia desdichada de ciertos colectivos», observa Luri. Porque ser conservador no debe reducirse a la avariciosa conservación de privilegios sociales. Ser conservador es la mejor defensa contra la erosión del humanismo en nombre de una presunta igualdad o del aprendizaje tecnológico que nos evitará aquello que Fernando VII calificó de «funesta manía de pensar». Ser conservador es preservar la meritocracia que demoniza, en nombre de la inclusión, un igualitarismo alienador. Si en la sociedad 'woke' izquierdista que monetariza el capital todo quisque puede ser bello y especial, ¿qué sentido tienen el concepto de normalidad y belleza? La izquierda 'woke' abona el infantilismo de unos adeptos que 'presumen' de traumas. Con una diferencia: si en el 'Manifiesto comunista' de 1848 Marx y Engels proponían la superación de la burguesía por el proletariado, ahora es toda la sociedad la que asume la condición de oprimida; una opresión que no amenaza el 'statu quo' capitalista, limitada a la esfera psíquica o verbal, sea por cuestiones de raza o género. En palabras de Rieff, «un vasto ejército de agraviados que creen que la nuestra es la época del ajuste de cuentas». En España son los caladeros de la izquierda populista: el Gobierno de coalición progresista de Sánchez y los nacionalismos periféricos, siempre con el oído puesto en presuntos agravios hacia su identidad: muchas denuncias de los separatistas por la no utilización de la lengua catalana desprenden el tufillo victimista de lo 'woke'. Obsesionadas por la novedad que no cuesta esfuerzo, a las cabezas huecas de los, 'soi disant', «progresistas» la memoria cultural les chafa la guitarra. Josep Pla ilustraba con ese legado su pensamiento conservador: «La memoria ridiculiza. Por ella sabemos que la vida humana comenzó un poco antes de las diez cuarenta y cinco de esta mañana. Que desde el punto de vista de la moral, de la bajeza o de la grandeza, ha sucedido en este mundo todo lo que entre hombres y mujeres puede suceder. Que, por lo que hace referencia a las cosas que pueden justificar, por su belleza, el paso del hombre sobre la tierra, el pasado, el pasado remoto, nos brinda realizaciones que no han sido superadas, que nunca serán superadas en el futuro. Estas constataciones nos ofrecen, naturalmente, una idea de los límites del hombre, infunden en nuestra vida el sentido del ridículo –que es el sentido de la cultura». Nada de eso se sabe en la escuela de lo que Alain Finkielkraut denomina 'izquierditud', actualización 'woke' del mito del progreso: progresemos, aunque no sepamos hacia dónde.
abc.es
hace alrededor de 4 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones