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Ultraderecha: ¿grietas o el principio de la caída?

Ultraderecha: ¿grietas o el principio de la caída?
La derrota de Milei es un signo relevante. Trump también está tocado y hay grandes similudes en la avalancha ultra. El problema de España es de más difícil solución por ese fondo corrupto, fascista, impune, que tapa las salidas del túnel. Difícil, pero no imposible. Hay veces que cuesta mucho ver la luz al final del túnel si el camino es angosto, largo y con curvas. Buena parte de ellos tienen salida aunque no siempre sea a tiempo. Este período que vivimos, trágico, arbitrario, acabará. Ya hay algún signo de ello. Pero, sin duda, va a dejar víctimas aún y mucho dolor. Signos como la derrota electoral del partido de Milei en la provincia de Buenos Aires (que congrega al 40% del censo argentino) son relevantes. Como para convertirse en un símbolo de recuperación de la cordura con mucha mayor proyección. Es cierto que la ultraderecha -ultraliberal en lo económico- cuenta con fondos casi ilimitados para su promoción, pero pocas cosas sustituyen a lo que cada persona ve con sus propios y siente en sus carnes. Por muy zote que sea, que los hay: en ese 34% que aún votó a los de Milei no todos serán ricos potentados que se benefician del saqueo de los estratos más débiles de la población. La figura emergente del peronismo, el gobernador bonaerense Axel Kicillof, definió con precisión lo ocurrido: “Las urnas le dijeron a Milei que no se puede parar la obra pública, que no se puede golpear a los jubilados, que no se puede abandonar a los discapacitados”. Más aún, no se puede saquear a los discapacitados según ha hecho la hermana de Milei si nos atenemos a una grabación que la acusa. No todavía. Son grandes las similitudes en los dirigentes de la avalancha ultra que ha irrumpido en nuestras vidas para desestabilizarlas. Enormes. Y visibles. El fracaso del modelo económico, su profundo desequilibrio social, los recortes, las privatizaciones y despidos en la función pública, cuando las ventajas que se airean no se corresponden con la realidad. La crispación política como estímulo emocional: el odio, el insulto, las calumnias, la violencia contra el oponente suelen ser insuficientes para sostener un proyecto de país. A la larga desde luego. Si se acompañan de una corrupción demostrada -el caso de los discapacitados de Karina Milei es el colmo- tampoco ayuda.  Trump y su gobierno están en el mismo escenario. Su modelo económico falla y las víctimas de sus políticas se multiplican en todos los órdenes que toca su delirante gobierno desde la salud a la ciencia o el cambio climático. A pocos meses de iniciar su segundo mandato la mayoría de los estadounidenses desaprueba su gestión y más de la mitad del país lo desaprueba rotundamente. Lo contaba el Nobel Paul Krugman, del que esta mañana llegaba su correo dando una clave importante: “Donald Trump aprendió algo durante su primer mandato. Aprendió a no contratar jamás a nadie que muestre la más mínima integridad. No encontrarás a nadie como Gary Cohn ni al general Milley en su segundo mandato. Ahora sabe que solo debe contratar a personas corruptas, intolerantes, deshonestas, o las tres cosas a la vez”. Se refería Krugman sobre todo, pero no solo, a lo que anda perpetrando Scott Bessent, el secretario del Tesoro, contra la Reserva Federal, como parte de la campaña de Trump para destruir la independencia de la Fed, “Son viles, deshonestos y sórdidos. En un mundo mejor, llevarían a su destitución inmediata”, dice. Y cuesta poco pasarse a España y al Partido Popular y el clan que le acompaña en su misión de tumbar al gobierno legítimo para constatar que todo el equipo actual del PP cumple esos mismos requisitos: no muestran la más mínima integridad y son intolerantes, deshonestos, corruptos, o las tres cosas a la vez. La espiral a la que se han lanzado estos días es alucinante. Agresiva e inmensamente torpe. Plantan al rey que tanto aprecian en la apertura del año judicial, y Feijóo se permite contar que el jefe del Estado comprende su ausencia del acto, según le ha dicho. La Casa Real aclara que no se pronuncia sobre conversaciones particulares. En ese mismo acto de contraprogramación, Ayuso atribuye a Sánchez contactos con narcotraficantes en plena cara de Feijóo, que no sabe donde meterse. Después, Bendodo alaba la dimisión en el gobierno británico por un fraude fiscal frente a Ayuso, que tampoco sabe qué cara poner. La terrible alusión de Tellado a las fosas donde enterrar los restos del gobierno que detesta son ya de otra dimensión, y los esfuerzos de la plana mayor de adictos a la mentira, desde Cuca Gamarra a Dolors Monserrat, patéticos. El gran problema de España son los cómplices del proyecto. Los medios que venden al PP como si no fuera lo que es en toda su vileza. Y el conjunto de fuerzas, con algunos jueces incluidos, que a la llamada de Aznar hacen lo que pueden para tumbar al gobierno. El problema de España es de más difícil solución que el de otros países, por ese fondo corrupto, fascista, impune, que tapa las salidas del túnel. Difícil, pero no imposible. Cuesta creerlo, sí, cuando el Tribunal Supremo se lanza a abrir juicio oral contra el fiscal general del Estado, sin pruebas, por el ya manido caso de la denuncia presentada por el novio más mimado de España, aun estando acusado de varios delitos de entidad: el de Ayuso, la Presidenta de Madrid. Este país es capaz de llenar con sus insidias las portadas, y de volver a dar voz a Felipe González en Antena 3 para que ponga su grano de arena a la persecución del Presidente Sánchez. Y para que alabe a esa justicia tan ejemplar de la que goza este país. Es una opinión, triste opinión que no comparte gente muy decente de su época como el magistrado Martín Pallín o el propio juez del Supremo Andrés Palomo que emitió un voto discrepante -de tres- cargando contra Hurtado por encausar sin pruebas al fiscal general. O como Edmundo Rodríguez, portavoz de Jueces por la Democracia, que señala como influyente “el llamamiento del expresidente José María Aznar cuando dijo aquello de ”el que pueda hacer que haga“ ha tenido eco en algunos jueces. Y eso es un problema”. Grave. Aunque parece que nunca llega, hay un momento en el que el hartazgo sobrepasa toda templanza. Y puede hacerlo de forma catastrófica. Nepal acaba de sufrir un colapso que es todo un ejemplo. Corrupción manifiesta que evidencia cómo viven “los de arriba”, los de los áticos del poder, con protestas que se zanjan cerrando las redes sociales. Las manifestaciones en contra son de las que hacen época y el gobierno las reprime con violencia, hasta con armas de fuego. La respuesta ha sido trágica: han incendiado el Parlamento y la residencia del Primer ministro. Su mujer ha resultado muerta y hay más víctimas mortales entre los agredidos. De momento, el Primer Ministro ha dimitido y vuelven a funcionar las redes. No desestime nadie el hartazgo supremo y sus indeseables consecuencias. Sufragado “parcialmente” por el Parlamento Europeo que dejó entrar hasta la cocina de la UE a la llamada en su día “peste parda”, este próximo fin de semana los ultras de varios países celebran un festejo invitados por Vox, al que tenía previsto acudir Milei. Vox es el partido en alza a ese lado del tablero a costa del rumbo errático del PP. Acaban de denunciar a las propias comunidades autónomas que cedieron a sus exigencias de rebajar las medidas contra los incendios por lo ocurrido este verano. Es la definición perfecta del partido: entrar a desestabilizar la acción política y luego culpar a otros.   Noruega acaba de volver a elegir a los laboristas contra las encuestas que casi daban por hecho un triunfo de la ultraderecha. Ha quedado como segunda fuerza con un gran incremento de votos. Pero no ha ganado todavía al menos. Lo de colocar un gobierno de ultraderecha en Francia es algo que se ha labrado a conciencia el “centrista” Macron. Y eso sí sería un prededente muy desestabilizador para Europa. Cinco gobiernos de derechas le han fracasado por empecinarse en no encargárselo a quien ganó las elecciones: la izquierda.Tras haberse volcado los votantes en la segunda vuelta para que no ganara el partido de Marine Le Pen. Hoy ha encargado el gobierno a uno de los suyos: Sébastien Lecornu, hasta ahora ministro de Defensa del defenestrado Bayrou. Una repetición electoral -que es a lo que ha terminado abocando Macron- puede llevar al momento histórico en el que la República Francesa que tanto luchó contra el fascismo acabe en sus manos. Aunque probablemente los franceses de a pie, si no están ya agotados, seguirán luchando por la democracia, cualquiera sabe. La desquiciada ola ultraderechista puede tener los días contados, sin embargo, porque es contra natura. Nadie, casi ni los milmillonarios, tiene los recursos suficientes para prescindir de los servicios públicos que destruyen las derechas actuales. No tienen un cuerpo de bomberos, por ejemplo. No puede funcionar eternamente tampoco un sistema basado en la mentira y el odio sin aportar más. Los gobiernos democráticos y limpios han de seguir haciendo esfuerzos por el bien común. Y brindar contenidos para llenar la vaciedad que nos invade. Y hay que atajar que dinero público, de nuestros impuestos, sea utilizado para la promoción de los neofascismos, como esa cumbre ultra de Madrid. Y frenar la grosera adulteración de asuntos fundamentales que nos venden algunos medios informativos indignos de tal nombre. Es un momento interesante. Milei caerá. Trump -que anda imponiendo el rezo en los colegios estadounidenses- está tocado por lo más absurdo, esa firma suya como pubis en el cuerpo de una mujer desnuda con la que felicitó a Epstein. Sin él, también el genocida Netanyahu lo tendría mucho más difícil. El mayor peligro ahora es la reacción autocrática de esta gente que no acepte marcharse cuando la echan. Trump ya mandó asaltar el Capitolio en 2020 cuando perdió las elecciones. Mucho peor es la lucha que le amarga: contra el tiempo. Y es que hay cosas que caen irremisiblemente por su propio peso. Pero no es la mejor solución esperar a que sea eso lo que ponga el remedio.
eldiario
hace alrededor de 6 horas
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