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Putin desafía a los europeos

La madrugada del 10 de septiembre de 2025 marca un punto de no retorno en la seguridad europea. Por primera vez desde el inicio de la guerra en Ucrania, Polonia, miembro de la OTAN y frontera oriental de la Unión Europea, derribó drones rusos que habían violado su espacio aéreo . Lejos de tratarse de un error o un despiste militar, los artefactos fueron localizados a más de 300 kilómetros dentro del territorio polaco. La provocación fue deliberada, y su significado es inequívoco: Vladímir Putin está dispuesto a extender el conflicto más allá de las fronteras ucranianas. Por eso, Europa debe reaccionar con unidad, claridad y determinación. Este nuevo episodio no es aislado. Se enmarca en un profundo cambio geopolítico que comenzó la semana pasada en Pekín, donde Putin fue agasajado con todos los honores por Xi Jinping, en una escenificación cuidadosamente orquestada para demostrar al mundo la solidez del eje autocrático. Lejos de la imagen de aislamiento internacional que Occidente ha tratado de proyectar, Rusia aparece ahora arropada por potencias dispuestas a sostenerla política, económica y militarmente. Putin se ha envalentonado. Lo ocurrido en Polonia no responde a un cálculo táctico de oportunidad, sino a una estrategia que busca probar los límites de Europa, tantear la capacidad de respuesta de la OTAN y enviar un mensaje directo a Bruselas: no hay intención de negociar mientras Rusia conserve capacidad de presión. La acción rusa coincidió, además, con el discurso sobre el estado de la Unión de Ursula von der Leyen ante el Parlamento Europeo. Este golpe de efecto ha colocado a la UE en una posición incómoda. La reacción ha sido inmediata, pero insuficiente. Bruselas ha anunciado un fondo extraordinario de 6.000 millones de euros para reforzar el flanco este y la creación de una alianza tecnológica con Ucrania en materia de drones, pero el problema va más allá de lo militar: es estratégico, económico y diplomático. Si Europa quiere contener a Putin, debe demostrar que su presión es real, efectiva y, sobre todo, sostenida en el tiempo. Esto implica actuar con firmeza sobre los aliados del Kremlin: China, Corea del Norte, Irán e India. Hasta ahora, la UE ha confiado en que las sanciones contra Moscú serían suficientes para minar su capacidad de resistencia. Pero no lo son, porque terceros países están apuntalando su maquinaria de guerra. Irán suministra drones, Corea del Norte, combatientes, China compra gas y petróleo a precios ventajosos y mantiene abierto un flujo constante de productos industriales. India ha multiplicado sus importaciones energéticas desde Rusia y se ha convertido en un socio comercial esencial para Putin. Ante este escenario, Donald Trump ha comenzado a presionar a Europa para que adopte aranceles de represalia contra China e India. Aunque su estrategia responde a intereses internos y a su visión unilateralista del comercio internacional, no se puede obviar que sus advertencias apuntan a una realidad innegable: Moscú sobrevive gracias a sus alianzas. Europa no tiene por qué asumir el enfoque arancelario de Washington, pero debe enviar un mensaje inequívoco a esos países. Sobre todo a China, que hasta ahora ha jugado a la ambigüedad y al oportunismo. El reciente viaje de Pedro Sánchez a Pekín, rodeado de gestos conciliadores y carente de contundencia política, proyectó una imagen de fractura en la posición común europea. No puede volver a repetirse. Si quiere tener influencia, la UE debe actuar con una sola voz. No se trata de romper con India o con China, pero sí de hacerles ver que el precio de apoyar a Putin será cada vez más alto. La diplomacia económica debe estar al servicio de los intereses estratégicos, y no al revés. Turquía, por su parte, podría desempeñar un papel relevante como mediador, dadas sus relaciones fluidas con Moscú, Teherán y Pekín. Pero para que eso ocurra, es necesario que Bruselas le devuelva centralidad a Ankara en su política exterior. La agresión rusa a Polonia ha desnudado la fragilidad de las líneas rojas europeas. Lo que hasta hace unos meses se consideraba un escenario hipotético –una incursión directa en suelo aliado– es ya una realidad. Lo que suceda será decisivo para determinar el curso de la guerra, y también para definir el papel de Europa en el orden mundial que se está gestando. La paz no llegará por sí sola. Hay que construirla desde la firmeza, la disuasión y la unidad. Putin solo se sentará a negociar cuando perciba que ya no tiene margen para seguir ganando. Y eso empieza por mostrarle que Europa va en serio.
abc.es
hace alrededor de 4 horas
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