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La rabia se hizo palabra en el funeral de la dana

La rabia se hizo palabra en el funeral de la dana
La ira buscó una vía de escape en el acto de homenaje a las víctimas de la dana y, sigilosa e hiriente, se ahormó en frases que viajaban como cuchillos hasta el corazón de quien no ha sido capaz aún de pronunciar nada honestoLas víctimas reclaman en el funeral de la dana que prevalezcan “la verdad y el respeto” y señalan a “quien omite su deber” El motivo por el que una especie enclenque como el ser humano doblegó a bestias naturales de 10 metros hace miles de años no fue el músculo o la velocidad. Fue la palabra. La capacidad de entenderse y expresarse, de compartir mitos y aunar esfuerzos para fines comunes. La palabra, y las imágenes de la televisión o los sonidos, se ha quedado estrecha desde el principio para poder expresar lo que sintieron quienes pasaron la dana. Solo ellos pueden saber qué es perder de vista a un familiar luchando contra el agua sin poder ayudarle, ver a familias enteras queriendo salvar la vida subidas en el capó de un coche sin poder hacer nada. Saber de un hijo de vuelta del trabajo en la línea del barranco sin poder asistirle. Ver desaparecer un hogar y no poder ayudar. Los que hemos intentado contarlo hemos fracasado desde el inicio, como lamentaba este miércoles Carlos Alsina, quizás quien mejor haya expresado con voz tanta frustración de tantos periodistas. La palabra resulta inútil para captar, siquiera sutilmente, cada uno de esos inabarcables traumas. El mensaje, la palabra, esa que nos convirtió en poderosos, hubiera servido para que muchos salvaran su vida. Pero esa palabra no fue dicha. En su lugar, una pila de mentiras intentando cubrir la desvergüenza de un aviso mudo y no nato que dejó helados y sin respuesta a miles de ciudadanos. Obligados a salvarse entre ellos. En lugar de arneses, sábanas. En lugar de grúas, escaleras de casa. Las víctimas de la dana tuvieron este miércoles su funeral, para que por fin se pudiera decir un “lo siento” colectivo, una palabra aplazada un año que significa “nos importas”, 237 nombres, “exististe”. Se pidió neutralidad, pero la rabia galopaba los asientos porque se han amputado durante doce meses las palabras “perdonadme, no lo vi venir”. Entonces, esa rabia buscó una vía de escape y, sigilosa e hiriente como una fuga de gas, se ahormó en frases acusadoras que viajaban como cuchillos hasta el corazón de quien no ha sido capaz aún de pronunciar nada honesto. Se veía venir, pero quien en su día no habló tampoco quiere escuchar y acudió a un funeral al que no era bienvenido. Aunque quedó en tercera fila, le llegaron a los oídos palabras de barro y de vuelta como respuesta a su silencio e infamia de ida. La palabra, president, no se puede robar. Ni tampoco taponar con aire o eslóganes una herida. Hay una cicatriz supurante aún que se desparramó en el funeral laico del Museu de les Ciències de València. Latía desde todas las filas, desde el principio, un dolor y una necesidad de decir algo más que gracias. Porque la verdad no puede conformarse con ser dicha solamente en los legajos de un juzgado. Fue una desgracia natural brutal, pero era prevenible. Sin embargo, la palabra necesaria para subir a pisos altos no fue pronunciada. La diferencia entre la vida y la muerte no era haber cogido el coche esa tarde, era que le hubieran dado al botón de SMS antes. Se necesitaba escuchar y fue dicho. Por Virginia, que perdió a un primo en Letur y que, quizás esquivando su preparado y revisado discurso oficial, encontró la manera de materializar el sentimiento que flotaba en el aire, dibujando la idea en sílabas, atrapando la rabia en pensamiento, que luego pasa por las cuerdas vocales y sale soplada al mundo: “No fue este fenómeno el causante de la catástrofe que hemos sufrido. Es quien omite su deber, a sabiendas de que su omisión puede suponer la pérdida de vidas humanas, quien comete el acto primigenio que deriva en esas muertes”. Aplaudió una mayoría necesitada de verdad, entre los que se encontraba la propia reina. Es difícil definir cómo una tarde normal y cualquiera se convierte en una lucha a pelo contra un tsunami de barro sin embridar de seis metros de ancho a 28 kilómetros por hora. Es imposible vivir sin verdad, amordazar la palabra o amputar el sentimiento. Verdad. Justicia. Reparación.
eldiario
hace alrededor de 9 horas
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