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Una tragicomedia francesa: 'devenir' Macron

Una tragicomedia francesa: 'devenir' Macron
Quien llegó prometiendo la regeneración de Francia y aspiraba a transformar Europa ha acabado consumido por la primera y dejando a la segunda debatiéndose sobre su propia identidad A principios del año 2025, la influencer estadounidense de extrema derecha, Candace Owens, publicó en YouTube una serie de vídeos titulada Devenir Brigitte – Becoming Brigitte. En ella se replicaba la disparatada hipótesis de que la esposa de Emmanuel Macron sería, en realidad, un hombre. Representa probablemente el ejemplo más concentrado y delirante de odio hacia el presidente de la República francesa y su mujer, que acumula millones de visualizaciones. Desde ese nivel extremo de odio, pasando por todos los niveles de crítica política legítima, hasta el reciente rechazo e incomprensión de los suyos, Macron acumula hoy un repudio casi ritual.  Esa oposición no surgió de la nada: durante años, fue el foco de la ira de las protestas de los chalecos amarillos y ha recibido críticas frontales de los sindicatos, los ecologistas, los insumisos, los socialistas, la ultraderecha y los republicanos tradicionales. Pero, en esta última semana, hemos visto lo impensable. El lunes 6 de octubre, 14 horas después de haber formado su gabinete, Sebastien Lecornu presentaba su dimisión como primer ministro. No hay precedentes de algo así en la historia de la V República francesa. Dos de los últimos macronistas, marcaron distancias. Gabriel Attal mostró su incomprensión ante las acciones del presidente y Edouard Phillipe le pidió elecciones presidenciales. Entre la ironía y la curiosidad antropológicas, el diputado François Ruffin pidió a quienes todavía apoyan a Macron que le dejasen un mensaje privado con sus motivos para tratar de comprenderles. En Francia, prácticamente todos están de acuerdo en una cosa: hay que cortar – de manera simbólica – la cabeza del rey. Pero nadie sabe qué hacer a continuación.  En los términos del filósofo francés René Girard, podríamos decir que el actual presidente de la República se ha convertido en la víctima propiciatoria del pueblo francés. Según Girard, las sociedades tratan de canalizar su conflicto interno a través del sacrificio de una víctima común. Es sobre quien la sociedad proyecta sus frustraciones colectivas y, en última instancia, sirven para resolver momentáneamente su propia violencia. Macron tenía tres opciones lógicas según todos los analistas: el nombramiento de un nuevo primer ministro ya fuese de su campo político o de otro para tratar de conformar una mayoría parlamentaria; una nueva disolución de la Asamblea Nacional o su salida de la Presidencia. Y ha decidido, sorprendiendo a propios y a extraños, no optar por ninguna de ellas: volver a nombrar a Lecornu a los pocos días de haber dimitido. Un usuario en X cifraba la irracionalidad de la gesta de manera lapidaria: “Calígula solo nombró cónsul a su caballo una vez”.  Pero el carrusel laboral de Lecornu, tercer y cuarto primer ministro en apenas un año, no es solo una anécdota, sino la metáfora de un sistema político agotado. La Asamblea Nacional continúa dividida en tres bloques, con sus respectivas pugnas internas, y bloqueada ante cualquier futuro antes del horizonte 2027, cuando se celebrará la elección presidencial. El Rassemblement National (RN) y La France Insoumise (LFI) se disputan el papel de alternativa, compitiendo por ver quién es más duro contra Macron. Pero su incompatibilidad ideológica no les permite ponerse de acuerdo en la destitución del presidente. En el teatro político francés, todos tienen claro el blanco de sus iras, pero nadie tiene un guion para el día después de su caída. El resultado de las últimas elecciones legislativas fue una sorpresa: ante lo que parecía una victoria inevitable de Rassemblement National, la irrupción del Nouveau Front Populaire dio algo de esperanza. Sin embargo, tras el fracaso reiterado de los últimos gobiernos, la incapacidad de articular una mayoría positiva para gobernar y las tensiones de la izquierda, la parálisis se ha convertido en la nueva forma de gobierno.   A pesar de la aparente irracionalidad de Macron, hay algo profundamente coherente en su política y su conjunto de decisiones erráticas: la negativa del presidente a revertir sus reformas más emblemáticas como la de las pensiones o la reforma fiscal. Ello ha impedido que la alternativa de gobernar compartiendo el poder con la izquierda haya sido algo más que una hipótesis. Más allá de la fragilidad ideológica del bloque central y la estrategia de confrontación total de la France Insoumise, Macron nunca ha querido gobernar con la izquierda. Según ha revelado recientemente el periodista de Le Figaro Wally Bordas en su nuevo libro Palais Bourbier. Chronique d’une France ingouvernable, la disolución de la Asamblea fue un cálculo táctico de Macron: provocar una cohabitación con la extrema derecha que desgastara a Marine Le Pen antes de las presidenciales. Gobernar con la izquierda no estaba entre los planes del Elíseo. La otra constante: resistir como sea hasta 2027, aun a costa de reincidir en la figura de chivo expiatorio de la crisis nacional. Quizá por razones psicológicas, personales o políticas difíciles de confesar, el presidente parece aferrado a la idea de que, si él cae ahora, Francia entera se derrumba con él.   El problema del chivo expiatorio, en este caso, sobre el que se proyectan las culpas, las frustraciones y los deseos de venganza es que no resuelve nada. Detrás del sacrificio simbólico, los problemas estructurales de Francia se amontonan: una economía estancada, una sociedad hastiada, una política sin capacidad de proyectar futuro, y una situación geopolítica que le juega a la contra. Porque la tragicomedia francesa es, no lo olvidemos, una tragedia europea. Francia ha sido históricamente el símbolo de lo mejor de nuestro continente y continúa siendo la segunda economía más importante de la UE. Mientras hoy se consume en su crisis interna, deja un vacío de liderazgo en una Europa desorientada, dividida y sin capacidad de respuesta en los asuntos de la época, como hemos visto en Gaza, ante la irrupción de la segunda Administración Trump o el inexorable y silencioso avance de la hegemonía (económica) de China. Quien llegó prometiendo la regeneración de Francia y aspiraba a transformar Europa ha acabado consumido por la primera y dejando a la segunda debatiéndose sobre su propia identidad. 

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