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A contracorriente

Si bien el interés de los poderes públicos por influir en los medios no es nuevo, se aprecia un recrudecimiento en su intensidad y un cambio en las formas que adquiere. El impacto que esto tiene en la práctica del periodismo es evidente, como también lo es su efecto nocivo sobre el derecho a la información de los lectores. Asistimos estas semanas a ataques sin cuartel a medios y periodistas tanto en el ámbito nacional como en el internacional. En España son conocidos los intentos de dificultar el acceso directo a las fuentes, como cuando se vetó la asistencia de ABC a los viajes del presidente del Gobierno, o de limitar la posibilidad de preguntas en las comparecencias o ruedas de prensa. Pero los embates que está sufriendo David Alandete, corresponsal de ABC en Washington, quien en dos ocasiones ha preguntado al presidente de EE.UU. por la debatida aportación de España a la OTAN, tienen un cariz diferente . Sobre la ferocidad de estos ataques, Jordi Rodríguez Virgili, profesor titular de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, y experto en comunicación política, recuerda cómo «en 2016 Trump desafió la idea de que nadie puede ganar una campaña enfrentándose a la prensa y gobernar con ella en contra, situación que había pasado factura a Nixon. Esto lo legitimó en su confrontación con los medios a los que identifica como enemigos». Pero de acuerdo con Rodríguez Virgili «su triunfo supone otra novedad: el desprecio de las formas. Aunque las democracias no son solo procedimiento, también son procedimiento. El respeto al que piensa diferente, la cortesía y las buenas relaciones son esenciales, como Ziblatt y Levitsky afirman en su libro 'Cómo mueren las democracias' al abogar por la necesidad de la tolerancia mutua y la contención institucional. Por el contrario, vemos cómo los ataques se producen con total descaro y con más radicalidad». De acuerdo con Alandete, en su caso «lo que molesta no es lo que Trump diga, sino que se plantee la cuestión en un contexto internacional donde la posición española queda retratada sin controles». Y respecto a esto, Alandete tiene claro que «formular esa pregunta no es militancia ni provocación: es exactamente la función de un periodista acreditado ante el Gobierno de Estados Unidos. El ciudadano tiene derecho a saber qué consecuencias tiene ese incumplimiento y cuál es el coste diplomático». Respecto a los motivos del recrudecimiento de los ataques a la prensa, Rodríguez Virgili considera que se explica en la medida en que «ahonda en la polarización política, en la que también cabe reconocer la responsabilidad de la prensa. Nuestro sistema de medios es pluralista polarizado: los medios son diversos, pero con un gran paralelismo con el sistema político, y por tanto son parte del discurso polarizado que identifica aliados o adversarios. En una lógica polarizada, se tiende a justificar la falta de decoro y cortesía hacia quien se considera enemigo». David Alandete señala en este punto una diferencia con Estados Unidos donde «cuando alguien intenta amedrentar a un periodista, la reacción es de solidaridad inmediata. Ante el intento de Trump de expulsar a Associated Press de la sala de prensa por negarse a usar la expresión 'golfo de América' el resto de corresponsales cerró filas, hasta que se le readmitió. El mensaje fue claro: la libertad de prensa no se negocia caso por caso». Con ingenuidad pasmosa que solo puede calificarse de cinismo, algunos aducen al carácter contingente de la profesión cuando la ciudadanía puede acceder directamente a las fuentes a través de las redes sociales e internet. A esta visión interesada cabría responder que son precisamente la trayectoria y la solvencia profesional de periodistas y medios las garantes de la adecuada interpretación de lo que manifiestan políticos u otros agentes públicos. Su trabajo de contraste, matiz y contexto permite filtrar el mensaje de los intereses que lo originan. El papel de los periodistas es imprescindible y probablemente más necesario que nunca.
abc.es
hace alrededor de 9 horas
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