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Un Perón ficcional

Un reportero 'free lance' que deplora ese peligroso sedentarismo cibernauta que suele anestesiar nuestro oficio y que tenía un puntual encargo del diario 'Algemeen Dagblad' (AD) de Róterdam, viajó hace unas semanas a la ciudad argentina de Mar del Plata y tocó timbre en un chalé de parque Luro. Pretendía, en vano, entrevistar a la hija del llamado «mago de las finanzas nazi»: Friedrich Gustav Kadgien, miembro de las SS, amigo del mariscal Hermann Göring , cerebro de los mecanismos económicos del Tercer Reich y, según cuenta la leyenda, sujeto muy hábil para «confiscarles» a empresarios y comerciantes judíos dinero, joyas y obras de arte, y para lavar y mover activos ilegales en el exterior de Alemania. Kadgien murió en la Argentina en 1978, pero la mayor de sus hijas sigue viviendo en ese chalé de Mar del Plata. A punto de regresar con las manos vacías, el reportero advirtió sin embargo que la casa tenía un cartel de venta; ingresó entonces en el sitio web de la inmobiliaria y revisó una a una las fotografías. La quinta, que se concentraba en el 'living', mostraba una pintura que, según expertos de los Países Bajos, fue arrebatada al marchante judío Jacques Goudstikker en 1940, durante la ocupación nazi. Aunque no hay discusiones acerca de que efectivamente formaba parte de aquella célebre colección saqueada (o adquirida a precio vil), todavía se debate un poco sobre el autor de la obra, aunque la mayoría de los especialistas neerlandeses aseveran que se trataría del artista italiano Giouseppe Ghislandi (1655-1743) y que la pintura se llama 'Retrato de una dama': se la busca por todo el mundo desde hace ochenta años. Hay obras de Ghislandi en la Academia Carrara de Bérgamo; en el Louvre, en salas del Hermitage de San Petersburgo, en la pinacoteca de Brera en Milán y en el Thyssen de Madrid. Pero este artículo no trata acerca del pintor del barroco y el rococó, ni del galerista que fue espoliado por Göring y sus secuaces; ni siquiera de un jerarca nazi que huyó a Brasil y se instaló luego en mi país durante 1951, sino del hecho notable de que a lo largo de todo este escándalo mediático con alcances globales se haya sustraído una y mil veces del centro de la cuestión la responsabilidad histórica que le cabe a Juan Domingo Perón por haber convertido a la Argentina en un refugio amigable y generoso para personajes del régimen más siniestro. El asunto resulta sintomático y pertinente puesto que Perón es reinventado como un líder «progresista» de América Latina, idolatrado por chavistas de distintos lares y figura referencial para populistas de izquierda del Viejo Continente, donde algunos intelectuales han detectado un incipiente «europeronismo». El argentino Ernesto Laclau, de tanta influencia en Podemos, consideraba al general que acogió Franco como un adalid de la «izquierda emancipadora». De joven Perón vivió un tiempo en la Italia de Il Duce, se maravilló con algunas de sus ideas –de hecho le impuso una Carta del Lavoro al sindicalismo argentino, militó en una logia militar que jugaba para el Eje, fue un vindicador del nacionalismo católico, se declaró enemigo del «demoliberalismo» y le prometió a la comunidad italiana en la Argentina imitar a Mussolini en todo menos en sus errores (sic). Aunque cuando vio que Hitler perdería la guerra acompañó un giro oportunista hacia el bando de los Aliados, lo cierto es que tuvo en su gobierno y en su partido desembozados simpatizantes del Führer: llegaron entonces a estas pampas decenas de criminales de guerra y fueron recibidos con los brazos abiertos. Perón creó, a su vez, un régimen que si bien no puede ser tachado directamente de fascista –aunque hay autores que discuten esto– contenía rasgos similares e inequívocos: el caudillo militar y personalista, la concentración absoluta de poder, la persecución de los opositores, las grandes movilizaciones de masas, el cierre de periódicos críticos, la censura y el clima de intimidación, y el adoctrinamiento en las escuelas, donde llegó a ser de lectura obligatoria 'La razón de mi vida', de Eva Perón. También Evita es ahora muy bien considerada por cierta progresía europea, como si el voto de la mujer que en esos tiempos se iba felizmente habilitando en todas las naciones latinoamericanas la convirtiera de manera automática en una feminista. La mujer del caudillo aborrecía, en realidad, esos ideales: «El primer objetivo del movimiento feminista que quiere hacer bien a la mujer –escribió– debe ser el hogar. Nacimos para construir hogares. No para la calle». Y se preguntaba a continuación: «¿El mejor movimiento feminista no será tal vez entonces el que se entregue por amor a la causa y a la doctrina de un hombre?». Cuando ella ya estaba muerta y Perón vivía en su confortable exilio de Puerta de Hierro –a pocos metros de Ava Gardner–, jóvenes guevaristas crearon un peronismo apócrifo, donde Evita era revolucionaria y el general emulaba a Mao. Fue una impresionante operación de rescate histórico y de manipulación política, generó durante un tiempo una suspensión de la incredulidad, y mientras el caudillo alentaba a los guerrilleros de izquierda (Montoneros) hacía lo propio con sus matones de ultraderecha. Perón regresó en los años 70 –su guardaespaldas era un sanguinario croata nazi llamado Milo Bogetich–, orientó lo que luego se llamaría la Triple A –organización armada derechista– y mandó reprimir a sangre y fuego a los «zurdos» (así los denominaba) que habían «infiltrado» (así lo creía) su Movimiento. Murió en seguida, mientras unos y otros cruzaban disparos, en un país que avanzaba hacia la dictadura militar más atroz. Que el colectivo LGTB+ se movilice hoy en las calles y cante de vez en cuando la marcha peronista («mi general, cuánto valés») es uno de los grandes malentendidos de la historia. Los herederos políticos de Perón –los Kirchner– abrazaron en su nombre, y por pura demagogia, el 'wokismo' sin imaginar lo que el viejo «facha» hubiera pensado de ellos. De este asunto, por supuesto, tampoco se habla: hay un Perón ficcional que sigue dando batalla en las urnas, que es ideólogo del «socialismo nacional» de Venezuela y Nicaragua , y que es adorado por cierta intelectualidad de la Unión Europea como si se tratara de un abuelo progre. Es el mismo caudillo populista que facilitó el asilo sin sobresaltos a tantos nazis, como aquel buen amigo de Göring que se trajo, bajo el brazo, 'Retrato de una dama'.
abc.es
hace alrededor de 9 horas
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