cupure logo
mazónlosmásquepordellasdimitecomoqué

Canallas como los de antes

Canallas como los de antes
Pensaba en la figura del fallecido Dick Cheney, que de tan malo y hábil resulta fascinante, mientras veía el interrogatorio del patético Miguel Ángel Rodríguez, nuestro Rasputín de andar por casa. Frente al superpoder del primero, las respuestas de MAR en el Supremo suenan igual de lamentables que sus tuits chulescos o sus amenazas a periodistas Visualiza la escena: Despacho Oval de la Casa Blanca, hacia 1975. El presidente Gerald Ford reunido con su secretario de Estado Kissinger, su responsable de Defensa Rumsfeld, y su jefe de gabinete Cheney. Este último pide la palabra, dice que tiene una propuesta sobre Rusia: “Qué os parece si, de manera unilateral, nos ponemos en el pene una peluca en miniatura, salimos así al césped de la Casa Blanca y nos pajeamos entre nosotros. Sería como un espectáculo de títeres pero mucho más placentero”. Quedan todos pensativos hasta que Kissinger dice: “A mí me encantan los espectáculos de títeres”. Y el presidente Ford se suma: “Yo digo que lo hagamos”. Si viste en su día Vice, la brutal comedia de Adam Mckay (el mismo director de No mires arriba), te habrás acordado de la escena al saber la muerte de Dick Cheney este martes. Si no, ya estás tardando en ver uno de los mejores biopics políticos que se han hecho nunca, el retrato de uno de los hombres más poderosos y temidos de la historia reciente de Estados Unidos. Por supuesto, la escena relatada nunca sucedió en la realidad. Era la forma caricaturesca de mostrar lo que el narrador de la película llama “superpoder” de Cheney: “su capacidad para hacer que las ideas más salvajes y extremas sonasen mesuradas y profesionales”. El hombre que llegaría a vicepresidente todopoderoso con Bush Jr. a principios de este siglo nunca sugirió salir al jardín con pelucas en el pene, pero sí propuso, con la misma seriedad y apariencia de mesura y profesionalidad, invadir brutalmente Afganistán e Irak, o utilizar de manera sistemática la tortura (el tristemente famoso waterboarding, entre otras) como método de interrogatorio en la “guerra contra el terrorismo” de hace veinte años. Apodado por sus enemigos Darth Vader, Cheney fue el fontanero jefe de varios presidentes, el cerebro en la sombra en momentos decisivos, líder de los halcones neocon de Washington, mezclando política y negocios petroleros. Un hombre obsesionado con el poder como indica el título de la película, Vice, juego de palabras intraducible: vicio y vice(presidente). Pocos canallas ha habido como Cheney, criado en la escuela de Kissinger, otro grandísimo hijo de perra de infausta memoria en América Latina. Pensaba en la figura de Cheney, que de tan malo y hábil resulta fascinante, mientras veía el interrogatorio del patético Miguel Ángel Rodríguez, nuestro Rasputín de andar por casa. Aunque hay paralelismos entre ellos (a los dos los detuvieron conduciendo borrachos, si bien Cheney dejó de beber a partir de entonces; los dos entraron muy jóvenes en puestos de poder -MAR con el primer Aznar hace treinta años-, los dos comparten la falta de escrúpulos y el todo vale para acabar con sus enemigos), Cheney está entre los mayores canallas de la historia, mientras nuestro MAR es un macarra con algo de poder en un tiempo en que “canalla” es el nombre de cualquier bar de copas (el “malismo” de Mauro Entrialgo). Sus respuestas en el Supremo suenan igual de lamentables que sus tuits chulescos o sus amenazas a este periódico (en su largo historial de amenazas a periodistas). Frente a la persuasión intrigante de Cheney, el único “superpoder” de MAR es el dinero público para patrocinar medios que le siguen el juego sucio. Hasta para ser malo hay que tener un poco de clase.
eldiario
hace alrededor de 4 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones