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El antisemitismo como coartada

Condenar el antisemitismo no es solo un imperativo moral: es una necesidad histórica. En Europa lo sabemos demasiado bien. La persecución del pueblo judío ha sido una de las páginas más trágicas del siglo XX, y sigue dejando su huella en forma de prejuicios, agresiones –como el reciente doble asesinato de Washington– y discursos de odio que deben ser combatidos sin ambigüedades, sobre todo en una nación que los expulsó en el pasado. Pero esta afirmación no puede significar, en ningún caso, renunciar a ejercer el juicio crítico frente a los actos de un Gobierno, aunque ese sea el de Israel y su primer ministro sea judío . Desde hace meses, Benjamin Netanyahu y su coalición utilizan el antisemitismo como escudo político y moral frente a cualquier crítica sobre los excesos de su actuación militar en Gaza. Cada denuncia sobre las muertes de civiles, cada informe de organizaciones humanitarias, cada voz discordante desde el extranjero —e incluso desde dentro de Israel– es tachada de «antisemita» o «cómplice del antisemitismo», como si el hecho de señalar posibles crímenes de guerra fuera un acto de odio racial. Esta estrategia es profundamente peligrosa. Porque si todo cuestionamiento a la acción militar de Israel se etiqueta como antisemitismo, se banaliza y devalúa la lucha real contra éste. Así, un problema estructural y grave pasa a ser un recurso táctico con el fin de deslegitimar a quienes, con buena fe, alzan la voz por el padecimiento de los palestinos, sin dejar de reconocer el derecho de Israel a existir y a defenderse, y sin duda a contestar a la salvaje agresión que sufrió el 7 de octubre de 2023. ABC no es sospechoso de tibieza frente al antisemitismo. Hemos denunciado los ataques a sinagogas, los insultos a ciudadanos judíos, las caricaturas repugnantes que circulan por las redes y los discursos de odio que se escuchan desde ciertos púlpitos islamistas o desde grupúsculos radicales de extrema derecha e izquierda. Pero eso no nos obliga, ni moral ni intelectualmente, a mirar hacia otro lado cuando la respuesta militar en Gaza traspasa líneas rojas que el Derecho Internacional Humanitario considera inviolables. El antisemitismo es real, dolorosamente real. Pero no está en cada resolución crítica de la ONU. No está en cada artículo que cuestiona a Netanyahu. No está en cada ciudadano europeo que se manifiesta por el fin de los bombardeos en Gaza. Y es profundamente injusto –e intelectualmente deshonesto– sugerirlo así. Es cierto que muchas críticas a Israel que vierte la izquierda española están contaminadas por un prejuicio antisemita y deben ser señaladas, pero también lo es que hay muchas otras que nacen de una legítima preocupación humanitaria y de un compromiso honesto con los derechos humanos. Israel tiene derecho a defenderse, incluso es aceptable que pretenda liquidar a Hamás como organización y tiene derecho a proteger a sus ciudadanos. Pero ese derecho no incluye el de actuar con impunidad ni pretender que la Historia no revise con dureza los excesos que se están produciendo ni condene a sus protagonistas. Defender al pueblo judío no puede significar callar ante la injusticia . Y criticar a un gobierno israelí no significa abrazar el odio antisemita. Hay que trazar con firmeza esa línea. Porque en esa línea se juega también la credibilidad de nuestras democracias, el valor de los derechos humanos y la dignidad de todas las víctimas, sin importar su religión, su nacionalidad o su bandera. Estamos del lado de la libertad. Y la libertad incluye el derecho –y la obligación– de denunciar lo que está mal, aunque sea incómodo.
abc.es
hace alrededor de 7 horas
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