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El Papa, Obispo de Roma

Hoy, sexto domingo de Pascua, el Papa León XIV toma posesión de la cátedra de Pedro como Obispo de Roma en la basílica de San Juan de Letrán. Hagamos memoria de esta condición, que perdura hasta hoy. Roma –que será 'caput mundi'– surge en el siglo VIII a.C. como una insignificante comunidad en el Lazio. La loma vaticana no forma parte de las célebres siete colinas al situarse, más allá del Tíber, fuera del recinto sagrado y amurallado. Su nombre proviene del latín 'vates' (adivino), pues allí habitarían magos etruscos que emitirían oráculos. En el inicio de nuestra era, Calígula construye en el 'ager vaticanus' un circo y sitúa en su centro un obelisco egipcio, de una pieza y 330 toneladas de granito de Heliópolis, que está actualmente en la plaza de San Pedro. Nerón embellece este lugar y levanta un teatro. Al coincidir la primera persecución a los cristianos con el colosal incendio que sufrió Roma en el año 64 d.C., algunas fuentes, hoy discutidas, sostienen que Nerón atribuiría la culpa del fuego a los cristianos, cuya presencia en la 'civitas' sería muy escasa y reciente. En todo caso, la mayoría de los estudiosos avalan, en ese tiempo, la presencia de Pedro en la 'urbs' como primer obispo de una comunidad muy escasa y reciente. La tradición afirma que Pedro sufre martirio en el circo vaticano y que, muy cerca, recibe sepultura. Desde finales del siglo I, ese lugar se venera como la tumba del príncipe de los apóstoles. Numerosos testimonios patrísticos atestiguan a Pedro y a Pablo como pilares de la Iglesia romana. Así, Clemente, tercer sucesor de Pedro, los refiere a fines del siglo I como mártires de la persecución neroniana. Asimismo, en el siglo II, Ignacio de Antioquía, Clemente de Alejandría o Tertuliano, entre otros, defienden la preeminencia de la Iglesia de Roma porque allí predicaron Pedro y Pablo. En el siglo III, Irineo de Lyon enumera los primeros obispos romanos y Cipriano denomina a Roma «la silla de Pedro». Suele anotarse que san Pedro sería su obispo por más de cinco lustros. Así, su predicación y martirio en la urbe constituyen el fundamento del Obispo de Roma como heredero del primado apostólico, conforme al mandato de Cristo: «Tibi dabo claves regni caelorum…». (Mateo 16, 18). En la Edad Media, al Papa se le denomina 'Vicarius Petri' cuando está en urbe y 'Vicarius Pauli' cuando se encuentra fuera. Este reconocimiento dual se utiliza, en ocasiones, por los papas. Así, en el rito de la canonización, proclaman: «Auctoritate sanctorum apostolorum Petri et Pauli». Las cruentas persecuciones contra los cristianos, que duran dos siglos y medio, terminan con un edicto de tolerancia del Emperador Galerio, de 311, que se amplía con el de Milán, de 313, de los emperadores Constantino y Licinio, que «conceden a los cristianos y a los demás, seguir libremente su religión (…) de tal modo que toda divinidad nos sea propicia a nosotros y a quienes están bajo nuestra autoridad». El cristianismo, propagado ya por todo el Imperio, contaría con unos seis millones de creyentes y 1.500 sedes episcopales. El Papa Silvestre consagra en el año 360 una basílica en el Vaticano llamada 'constantiniana', por ser sufragada por el emperador. El centro de su ábside se sitúa sobre la tumba del apóstol, que hoy se encuentra bajo el altar papal de la basílica de San Pedro. La primigenia basílica se mantiene doce siglos, hasta que el Papa Julio II ordena, sobre la misma, edificar la actual de San Pedro. Es posible visitar, en grupos reducidos, sus excavaciones descendiendo hasta la primitiva necrópolis. Los trabajos arqueológicos más importantes se realizan entre las décadas de los años cuarenta y sesenta del pasado siglo. Una relevante epigrafista italiana logra descifrar distintas inscripciones funerarias. Una de ellas sentencia: «Pedro está aquí». Oídas las conclusiones mayoritarias, Pablo VI afirmó: «Hemos hallado los huesos de Pedro». Con la muerte martirial de Pedro, la comunidad cristiana debe elegir sucesor. Se inicia así el elenco de los obispos de Roma que heredan el primado de la Iglesia. Los 31 primeros sufren martirio. Así, se mencionan en el 'Canon romano' de la misa: «Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio…». Ninguno, a pesar de las sangrientas persecuciones, abandonan a su grey de la Ciudad Eterna. Constantino dona al Papa Milcíades un terreno, dentro de las murallas aurelianas, para que construya su primera residencia y, al tiempo, la primera basílica donde celebrar culto público. Se consagra así, en el año 324, la primera y permanente 'catedral' de Roma, dedicada a Cristo Salvador y a los santos Juan Bautista y Evangelista, que dan testimonio del Cordero de Dios. Su nombre, 'laterana', obedece a que el terreno perteneció a la familia de la 'nobilitas', de los 'lateranos', siendo expropiado por Nerón por imputarles como conspiradores. El Papa permanece en su palacio de Letrán y su basílica adyacente hasta comienzos del siglo XIV, cuando se traslada, y se mantiene por setenta años, a Aviñón. No obstante, en ese tiempo, para ser reconocidos como obispos de Roma, y por ello papas, se les exige que tomen posesión de la basílica de Letrán a través de un procurador. Una monja de gran autoridad moral, Catalina de Siena, rogó y exigió al Papa retornar a Roma y el cardenal español Gil de Albornoz lo consigue con Clemente VII. A finales del siglo XVI, el Papa trasladó su residencia al palacio del Quirinal, hoy sede de la Presidencia de la República Italiana. En 1870, proclamada Roma como capital de Italia, Pío IX abandona el Quirinal y se 'recluye' en el Vaticano. Sus sucesores se mantienen 'confinados' hasta la firma de los Pactos Lateranenses, en 1929, entre Italia y la Santa Sede. Para conmemorar este acuerdo se construye la principal avenida de acceso al Vaticano, la llamada 'via della Conciliazione'. La ceremonia de hoy, denominada 'incathedratio', presenta un gran valor eclesiológico, pues San Juan de Letrán tiene el título 'Omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput' (madre y cabeza de todas las iglesias). El Papa toma posesión sentándose en un sillón de la época de León X y reafirma su vínculo con la diócesis de Roma como pastor. En suma, es la sede romana la que convierte a su obispo en Papa. Así a los cardenales, cuando son creados, se les nombra honoríficamente párrocos de una iglesia de Roma, rememorando cuando en los primeros siglos era el clero de Roma quien elegía a su obispo, que por ser tal se convertía en Papa.

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