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España 1931, España 2025. La Historia rima

España 1931, España 2025. La Historia rima
Los ascensos al poder de opciones de izquierda han generado siempre, desde 1931, movimientos de desestabilización por parte del cosmos de las derechas: de los tanques y las palabras flamígeras y falsas, a los argumentos distópicos sustentados en mentiras, tergiversaciones y bulosLa República asediada. Pedro Sainz Rodríguez, que fue ministro de Educación al inicio de la dictadura de Franco, publicó en 1978 un libro ('Testimonios y recuerdos', Planeta) en el que expresa los intensos agravios que suponían las políticas de la Segunda República española, toda vez que “se obligaba a los terratenientes a roturar y cultivar tierras baldías, se protegía al trabajador de la agricultura tanto como al de la industria, se creaban escuelas laicas, se introducía el divorcio, se secularizaban los cementerios y pasaban los hospitales a depender directamente del Estado”. Un libro póstumo del historiador económico Josep Fontana ('La República', Universitat Pompeu Fabra, Barcelona 2025), que recoge sus clases de doctorado impartidas en la UPF sobre la Segunda República española, con una ingente actualización bibliográfica y una gran cantidad de documentación de primera mano, ilustra el desarrollo de un proyecto que fue bombardeado desde el primer momento por las fuerzas reaccionarias. Estamos ante una de las investigaciones más serias y rigurosas sobre el tema, tanto por su bagaje documental y archivístico, como por la bibliografía manejada. En este estudio se subraya el propósito central de la República: la adopción de un régimen democrático que, con una clara radicalidad en su sentido etimológico, iniciara cambios y avances ya observados en otras naciones: incidir en la raíz de los problemas que arrastraba la sociedad y la economía española (analfabetismo, escasez de medidas sanitarias, dejadez por la cultura, problemas agrarios e industriales en donde el papel de los lobbies empresariales era intenso). Y es que ya desde el mismo 14 de abril de 1931 aparecieron las primeras señales de la agitación y conspiración para la subversión contra la proclamación de la Segunda República (Ángel Viñas, '¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración', Planeta 2019). Las derechas continuaron un agrio y violento proceso de descalificación hacia el nuevo régimen: “Gobierno ilegítimo”, “amenaza catalanista”, “revolución comunista”… constituían algunos de los epítetos recurrentes que buscaban, desde los primeros días, desestabilizar al gobierno de la República. En paralelo, se activaban otras herramientas, como el ruido de sables en las salas de banderas, en evidente conexión y sintonía con empresarios y financieros. La Iglesia bendecía todo esto, aportando la pátina de una espiritualidad con claros intereses: el temor a perder prebendas como el control de la educación, entre otras. La tesis “golpista” según la cual un gobierno ilegítimo perseguía la revolución comunista –en una etapa en la que el partido comunista era una formación con escasa representación– seducía a las capas sociales más poderosas: la visión falangista y filo-fascista conformaba el complejo ideológico, con referentes en la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Un entramado dispar, en el que las fuerzas monárquicas tomaron la iniciativa, azuzó la llamada a los generales africanistas para que dieran un golpe de Estado (la “Sanjurjada”, fallido golpe de Estado el 10 de agosto de 1932). Pero, hasta su culminación en julio de 1936 –ya desplazados los monárquicos por fuerzas de extrema derecha–, toda una estrategia golpista se expandió sin reparos: propagación de mentiras, boicots reiterados a la acción gubernamental –sobre todo entre 1931 y 1933–, exageración máxima de los supuestos peligros que acarreaban los avances que estaban cuajando –entre otros: la creación de plazas para siete mil maestros, la construcción de diecisiete mil escuelas, el desempeño de las Misiones Pedagógicas, y las tímidas propuestas de una reforma agraria nunca llevada a término en su totalidad, etc.–. Un verdadero “peligro”, como advertía el ministro franquista Sainz Rodríguez. Una estrategia que se repite Vayamos a la actualidad. En 2018, tras una moción de censura, se articuló un gobierno progresista. Éste era inmediatamente calificado como “gobierno ilegítimo”, “socialcomunista”, “bolivariano”, con un diseño de comunicación que enarbolaba, sin tapujos, un procedimiento profundo de desgaste, de desestabilización del nuevo Ejecutivo. En tal contexto, a las dificultades objetivas como la irrupción de una pandemia, la erupción de un volcán, las consecuencias de los acontecimientos en Cataluña, el estallido de una guerra en Europa, el repunte de la inflación, la letalidad de la DANA, un apagón generalizado… entre otros desafíos acaecidos en un margen temporal breve, se respondió desde el Gobierno con más inversiones, ayudas, subvenciones, apoyos fiscales, preservación de puestos de trabajo y normativas tendentes a restablecer puentes de diálogo para “desinflamar” la confrontación política, en particular en Cataluña. La respuesta de las derechas en todos esos retos, todos inesperados y que constituían problemas de Estado, fue la negación de cualquier soporte al Gobierno –el caso de la pandemia es ilustrativo al respecto–. Negativas plagadas de contra-informaciones auspiciadas sobre mentiras, exageraciones, tergiversaciones y deshumanización de cargos públicos. Algo muy parecido –aunque la rima sea, como es natural, imperfecta– a lo observado décadas antes, durante la Segunda República. La hoja de ruta de las derechas contemporáneas tiene todos los ingredientes de un manual golpista. Pero los datos factuales no son inéditos: históricamente los hemos visto en otras etapas del pasado. Idéntica jerga, igual connivencia entre los sectores más poderosos de la sociedad y de la economía, radicalización de los mensajes verbales queriendo presentar un estado caótico y casi comatoso del Gobierno. Las coordenadas básicas de este portafolio del desequilibrio no se sustentan, sin embargo, sobre un proyecto concreto de gobierno: el único proyecto es desbancar como sea al existente, al que se considera, recordémoslo de nuevo, ilegítimo. No hay un programa básico, de cierto rigor en economía, un terreno en el que no se va más allá de predicar la bajada de impuestos y la reducción del gasto público, junto a una irrefrenable obsesión en privatizar servicios esenciales, como la sanidad y la educación. Se trata de liquidar los resortes básicos del Estado del Bienestar, esa pretensión que el otrora ministro franquista Sainz Rodríguez consideraba que era excesiva –recordémoslo de nuevo– en sus formulaciones incipientes durante el primer bienio republicano. Quizás definir como “golpistas” los comportamientos de la derecha sea excesivo, toda vez que no hay tanques ni infantería transitando calles y campos, como sí los hubo en la España de 1932 y de 1936, en el Chile de 1973 o en España en febrero de 1981. Pero la munición utilizada es ahora más porosa, más permeable, amparada en muchas ocasiones en el anonimato, en la mentira, en la manipulación más directa y efectiva: redes sociales, pseudo-medios de comunicación y, digámoslo claro, también medios de comunicación de apariencia respetable. Y también “equidistancia” que, al parecer, en algunos ambientes se considera muy “elegante” y muy “ecuánime”. Y también la “utilización política de la justicia” que un jurista respetado por su indudable y transversal prestigio no dudó en calificar “… como una especie de golpe de Estado institucional” (Tomás de la Quadra, 'Las palabras y las cosas', El País, 4 de septiembre 2022). Datos… y conclusión Frente a declaraciones de una tendenciosidad anti-histórica por parte de dirigentes conservadores en relación a la República, la guerra civil y la situación socioeconómica actual, los científicos sociales (historiadores, economistas, sociólogos, politólogos) debemos aportar datos que permitan evaluar los programas y las iniciativas de los gobiernos a los que se cuestiona su legitimidad sin prueba alguna. La República vivió una coyuntura internacional convulsa, con la crisis de 1929 como telón de fondo y el ascenso del nazismo y del fascismo en Europa. Para España, y centrándonos en el terreno económico, ese contexto supuso una dramática disminución de las exportaciones entre 1929 y 1935. Sin embargo, la devaluación de la peseta atenuó esa caída exportadora y contuvo las importaciones, contribuyendo a que el desequilibrio de la balanza comercial no fuera muy relevante. Se produjo, además, una reducción de las inversiones extranjeras e interiores (la inversión privada cayó a la mitad entre 1930 y 1932). Esto explica la pérdida de producción de las industrias básicas, productoras de bienes de capital, como la siderurgia. El crac de 1929 era el contexto internacional. Ahora bien, dos indicadores en España funcionaron en sentido contrario a lo que estaba acaeciendo en el mundo desarrollado: la estabilidad de los precios (es decir, sin deflación, como sí sucedía en Estados Unidos y en buena parte de Europa, con caídas de los precios en torno al 25%), el mantenimiento de la producción industrial global (incremento en la fabricación de bienes de consumo) y un ligero pero claro aumento de la renta nacional que contrasta con el incremento del paro, aunque este lo fuera en dimensiones inferiores a lo que era observable, por ejemplo, en Estados Unidos (con una tasa cercana al 30%) y en Alemania (33%) (Pablo Martín Aceña, Ed., 'Pasado y presente. De la Gran Depresión del siglo XX a la Gran Recesión del siglo XXI', Fundación BBVA, Madrid, 2011). ¿Cómo se explica esta aparente paradoja? Fontana señala, como uno de los elementos centrales, la mejora en la redistribución de la riqueza consecuencia del aumento de los salarios durante la República. El aumento de la demanda de bienes de consumo que siguió permitió expandir la producción industrial de un importante conglomerado de empresas. Ahora bien, esta explicación debe ser acompañada por otras: los aumentos salariales, las amenazas a la propiedad que implicaba una reforma agraria por muy limitada que fuera (Ricardo Robledo, Ed., 'Sombras del progreso. Las huellas de la historia agraria', Crítica, Barcelona) y el miedo a una escalada revolucionaria, frenó todo interés del sector privado empresarial hacia su transformación, inclinándolo, por el contrario, al enfrentamiento en 1936 contra la República. Regresemos otra vez a la actualidad. Los datos disponibles subrayan un avance incuestionable de la economía española: 1. El elevado ahorro de los hogares: avances en el empleo y en la remuneración por asalariado. 2. Un endeudamiento de los hogares a la baja: 67,9% (deuda/renta), 15 puntos por debajo del área euro. 3. El crecimiento de la riqueza real de los hogares (5,1%). 4. Los pagos por intereses de la deuda se han reducido: 2,6% de la renta de los hogares (media comunitaria: 2,4%) y continuarán reduciéndose en 2025 por la caída del Euríbor. 5. En el campo de las empresas, la proporción de sus deudas sobre beneficios se mantuvo estable y a niveles reducidos en 2024. No hay caos. Cinco elementos adicionales deben anotarse. 1. Incremento de las exportaciones españolas, del orden del 8,5% interanual –dato de marzo 2025: 34.000 millones de euros–, con superávit de más de 1.500 millones de euros con la Unión Europea y un incremento del 2,6% en las exportaciones hacia Estados Unidos (fuente: Secretaría de Estado de Comercio, a partir de estadísticas oficiales). 2. Crecimiento económico del 2,6% de España para 2025 (cuatro veces más que la media comunitaria). Se augura un crecimiento del 2% para 2026, una inflación en la senda del 2% y una tasa de paro inferior al 10%. 3. Despegue de la bolsa de valores, superando los 14.000 puntos con holgura, una situación que no se conocía desde 2008. 4. Incremento de la productividad, reduciendo el gap con la Unión Europea (fuente: Informe Anual del Banco de España). 5. Las agencias de rating (Standard&Poor’s, Moody’s, Fitch) otorgan una calificación positiva (dato de mayo de 2025) para la deuda soberana de España. Esto, en síntesis, refleja la confianza en la evolución económica española, edificada sobre el crecimiento del PIB, la mejora del mercado laboral y la estabilidad fiscal, según los informes conocidos de las agencias. Esto es fundamental para determinar el coste de financiación del país y la percepción de riesgo por parte de inversores internacionales. La otra cara de la moneda: enormes dificultades en el acceso a la vivienda, transiciones en el campo de la energía, desigualdad y pobreza –con énfasis en la población infantil– y necesidad de una mayor profundización del Estado del Bienestar. El contexto en el que se opera es de gran incertidumbre: política arancelaria de Estados Unidos, ralentización económica en Alemania y Francia, impactos de la guerra europea, avance de las opciones políticas de ultraderecha con evidentes sellos antieuropeístas. Y, como decíamos antes, con un agit-prop tendente a dibujar todo como entrópico, en estado casi terminal. Estamos, pues, ante un extraño caos. Porque sin esconder los problemas que existen, muchos indicadores delatan una situación económico-social totalmente alejada del precipicio, alejada del estado catastrófico que se pregona. La insistente búsqueda de datos –en la que está empeñada la derecha– que insinúen una debacle no tiene éxito, de manera que se persiste en explorar argumentos que sólo encuentran descanso en la tergiversación, en la mentira y en la extrapolación de los lamentables regalos que reciben de la falta de ética de personajes emboscados cerca del poder. Ni vemos un 35% de paro ni la destrucción de 900.000 empresas, ni apreciamos una huida masiva de capitales, ni la exterminación del tejido productivo, ni la presencia de críticas feroces por parte de las autoridades comunitarias. Su propuesta: el alimento del caos, que coloca a sus promotores en una posición que podríamos calificar de “política cuántica”: criticar sin tregua lo que se hace y sus resultados, con disparos de mortero hacia el gobierno central, al mismo tiempo que “sacan pecho” ante los mismos datos que se critican cuando se regionalizan. Lo que interesa resaltar, en definitiva, es: —Los ascensos al poder de opciones de izquierda han generado siempre, desde 1931, movimientos de desestabilización por parte del cosmos de las derechas: sucedió durante la República, sucedió con la llegada al gobierno de los socialistas en 1982 y 2004 y, ahora, desde 2018 hasta el presente con un ejecutivo progresista. De los tanques y las palabras flamígeras y falsas, a los argumentos distópicos sustentados en mentiras, tergiversaciones, bulos y extrapolaciones. —Esta estrategia sobre-inflama cualquier acontecimiento –sea este grande o modesto– con la idea central de maximizar negativamente las consecuencias. Las descalificaciones personales, los insultos, las manipulaciones y la deshumanización de individuos concretos constituyen todos factores reiterados en diferentes períodos históricos y en la actualidad. Ahora, además, con el auxilio de la Inteligencia Artificial. —La República no tenía como objetivo hacer una revolución social en el sentido que le daban las derechas, los empresarios y la Iglesia. De hecho, la presencia de comunistas y anarquistas en los gobiernos republicanos fue testimonial. Incluso, durante la guerra civil los comunistas insistieron en que no era el momento de revolución social alguna sino de defender la democracia. La pretensión de la República y de quienes la defendieron era , justamente, esa. En una coyuntura de renuncia de gobiernos democráticos europeos, España suponía una esperanza para todos los que entendían que la amenaza era el nazismo y el fascismo, y denunciaban el riesgo que infería la tolerancia inconsciente de políticos que parecían minimizar la convivencia con dictaduras fascistas, bloqueando, conscientemente y al mismo tiempo, las relaciones con un régimen radicalmente reformista, poco revolucionario como era el de la España republicana. “Es a nosotros a quienes defendemos cuando defendemos Madrid” (citado en el libro de Fontana) escribía Cecil Day Lewis, también conocido como Nicholas Blake, poeta británico que militó en las Brigadas Internacionales. Es la defensa de la democracia frente a la dictadura. —Las hipérboles que estamos viendo hoy en día desde voceros de las derechas coinciden con lo que sabemos de esa fase de la historia contemporánea de España: la República, segada por la intransigencia, la incultura, la violencia y la pretensión inconfesada de mantener el estado de postración, miseria y analfabetismo al conjunto de la población. Es importante que sepamos que la Historia, en mayúsculas, no se repite; pero tiene rimas –aunque no sean siempre consonantes– porque los parecidos y semblanzas son claramente observables. La experiencia de la República tiene otra lectura, más política, para las izquierdas de la España actual: la desunión perjudica al conjunto progresista, afianza el paso de las derechas, lamina nuevas posibilidades de cambio, de transformación. En tal sentido, el gran historiador Eric Hobsbawm decía que “la izquierda tiene el hábito de pelear más consigo misma que contra el enemigo”. Las izquierdas no pueden dividirse de forma irremediable por ideas, como también señaló en su momento el escritor Eduardo Galeano. Tener la razón antes que tener el poder es una vía que puede proporcionar una cierta –falsa e infantil– tranquilidad de conciencia. Cambiar las cosas no es sencillo: requiere tiempo, esfuerzo, resolución de discrepancias, de enfados, de distanciamientos incluso. Se debe tener claro cuál es la alternativa, tener claro lo que se puede tener delante y que puede perderse o no conseguirse si se elevan a categorías algorítmicas diferencias internas menores (lo que se tuvo en los años treinta en España y que se perdió con consecuencias letales durante décadas). Esto también es “Memoria Democrática”. Que la izquierda no pierda su propia memoria.
eldiario
hace alrededor de 8 horas
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