cupure logo
apagóndelquelosgobiernolasluzcontieneeuropa

Historia de dos apagones

Historia de dos apagones
El gran apagón de 2003 en la Costa Este no se volvió a repetir a esa escala en los lugares afectados por las lecciones aprendidas. Ahora hace falta tiempo y esfuerzo para que el de 2025 tampoco vuelva a ocurrir ni en España ni en otros países de EuropaENTREVISTA - Luis Atienza, expresidente de Red Eléctrica: “El sistema eléctrico tiene más registros que la caja negra de los aviones” Una mujer que se lleva a comer a su casa a una vecina nonagenaria. Otra que sube cada escalón poco a poco con una que tiene miedo a la oscuridad. El chico que se asegura antes de comprar una linterna más que hay suficientes para los del resto de la cola. La voluntaria que dirige el tráfico durante horas. El taxista que cuando le deja de funcionar el datáfono sigue llevando a pasajeros gratis. El conductor que pone a tope la radio en el coche aparcado para toda la calle hasta que la batería aguante. Son algunos testimonios de primera mano en Madrid este lunes. Pero hay cientos, millones de ejemplos de personas que este lunes con calma, paciencia y casi siempre buen humor aguantaron el apagón y echaron una mano cuando pudieron.  Las emergencias suelen producir episodios de bondad espontánea en una sociedad que funciona. Sin duda, la solidaridad entre extraños me recordó al último gran apagón que viví, en agosto de 2003 en Nueva York, cuando la ciudad, ocho estados en la Costa Este y parte de Canadá -es decir, unos 50 millones de personas- se quedaron sin luz durante días. Sí, durante días.  Esa es una gran diferencia que habla para bien de la capacidad de recuperación ahora de la red de suministro española. En Nueva York, no hubo electricidad durante 29 horas y algunos barrios tardaron cuatro días en recuperarla.  Otra diferencia inmediata es, aunque en 2003 en Nueva York, el ambiente también era el de vecinos que se ayudaban, se daban cobijo y transporte, allí sí hubo episodios aislados de saqueo y algún desorden. Recuerdo la noche inquieta, con grupos de jóvenes gritando por la calle, con antorchas encendidas. Y, a la mañana siguiente, los cristales rotos de la tienda electrónica en el barrio. Y eso que hubo entonces alivio por la relativa calma en la ciudad, sobre todo en comparación con el apagón de 1977, famoso por los saqueos y la violencia.  El de 2003 era un mundo más analógico que éste en el que todavía funcionaban las cabinas telefónicas y las radios de pilas eran parte de nuestra rutina. A la vez, la primera angustia de aquel momento, menos de un par de años después del 11S, era que aquello fuera un atentado. Algo para recordar cuando nos parece que la inestabilidad y la incertidumbre actuales son algo único y difícil de superar. El gran apagón de 2003 fue por un fallo del sistema masivo originado en transmisores defectuosos que crearon un efecto dominó. Uno de los fallos fue por un incendio de un transmisor de una compañía de Ohio por unos árboles que no se habían podado. Los errores técnicos y humanos fueron múltiples. Un sistema electrónico de monitoreo no funcionaba porque el responsable lo había apagado y se había ido a comer. La falta de reacción rápida empeoró la situación.  Lo que entonces no pasó fue el espectáculo que ya estamos viendo en España de políticos de la oposición culpando ni están seguros de qué al Gobierno, a su vez ansioso de buscar cabezas de turco. En un mundo sin redes y con más fricción, tampoco vivimos entonces la explosión de bulos instrumentalizados por políticos para su causa particular. En 2003, lo que salió del gran apagón fue una regulación para mejorar algunas de las fragilidades del sistema eléctrico en Nueva York y otros vecinos. Todavía hay muchas lagunas, sobre todo en algunas partes del país, como Texas, pero desde entonces hay más reglas, más controles y más multas para las empresas que no respetan los estándares. Desde podar los árboles hasta invertir en más transmisores.  Lo esencial ahora es por qué pasó el apagón ibérico y qué reglas e inversiones hacen falta para que no vuelva a pasar. En general, la población española igual que lo más básico, como los hospitales, los supermercados y los servicios de emergencia, han vuelto a dar un ejemplo de cómo estar a la altura ante la incertidumbre. Y, entretanto, los políticos, en particular los del Gobierno y el principal partido de la oposición, parecen desaprovechar la oportunidad de centrarse en crear confianza y no cizaña.  Cuando esté claro qué ha pasado, será más fácil tomar decisiones sobre dónde invertir más y qué reforzar en el sistema eléctrico, y también cómo ayudar a la población a protegerse mejor en caso de emergencias, sobre todo pensando en los más vulnerables por edad o salud. Después de tanto cachondeo con el kit de supervivencia sugerido por la Comisión Europea y que no suena tan raro en otros países más acostumbrados a las emergencias y al aislamiento, muchos hogares ahora estarán más al tanto de tener agua, medicamentos, baterías extra, una radio que funcione y un plan B para las personas más vulnerables.  Las palabras del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, de que la Comisión Europea no debía “inquietar inútilmente” a la población se han demostrado arrogantes e imprudentes. Aprovechando esta lección de humildad, la prioridad del Gobierno debería ser prepararse mejor y ayudar a que la población también lo haga.  El gran apagón de 2003 en la Costa Este no se volvió a repetir a esa escala en los lugares afectados entonces por las lecciones aprendidas. Ahora hace falta tiempo y esfuerzo para que el de 2025 tampoco vuelva a ocurrir ni en España ni en otros lugares de Europa.
eldiario
hace alrededor de 13 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones