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La corrupción tritura el sanchismo

La reacción que anunció el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su lastimera comparecencia posterior al cese de Santos Cerdán, apenas ha resistido el paso de 24 horas. Sus propuestas de auditoría y sus peticiones de perdón han tenido una presencia efímera en la opinión pública, tras ser engullidas, al mismo tiempo que las planteaba, por ese agujero negro de corrupción que ha succionado la legislatura, sin duda, pero también el sanchismo como categoría de gobierno iliberal y divisivo. Solo en la medida en que Sánchez mantenga el flujo de beneficios a sus socios seguirá en La Moncloa, pero ni los más conspicuos de sus valedores le han aceptado su discurso victimista, ni lo secundan en su agónica teoría de que los casos de Ábalos y Cerdán son cuestiones personales. No, no lo son. Antes bien, son cuestiones estructurales de su partido y de su Gobierno, porque gracias a sus posiciones en uno y en otro, y gracias, sobre todo y fundamentalmente, a la confianza pública que Sánchez les concedía, pudieron tejer una trama de concesiones de obra pública a cambio de comisiones ilegales. A nadie sensato le pareció suficiente la comparecencia de Sánchez porque el todavía presidente del Gobierno y secretario general del PSOE sigue sin tener el control de los acontecimientos y está expuesto a nuevas revelaciones que extiendan la mancha de la corrupción a otros personajes de su confianza. Ya no es eficaz en democracia, menos aún después de la moción de censura a Rajoy que hizo a Sánchez presidente, pedir un apenado perdón y mostrarse víctima de un engaño, sin más consecuencias prácticas y tangibles. Sánchez quiso que el ciudadano llorara con él, pero la sociedad española está escarmentada con estos trucos emocionales, sobre todo cuando la historia de la corrupción sanchista no ha hecho más que empezar su proyección ante la opinión pública. Y cuando sobrevuela la fundada sospecha, a partir del informe de la UCO, de que las dimensiones de esta corrupción socialista eran inocultables para quien, como el líder del PSOE, había ungido con su máxima confianza y cercanía a Ábalos y a Cerdán. Nada de lo que anunció Sánchez, ni de cómo lo anunció, sirve para frenar la implosión del PSOE y la ruina de la legislatura. El presidente castellanomanchego, Emiliano García-Page, fue el primero en recordar que en el PSOE hay más intereses que los personales de Sánchez –del matrimonio Sánchez Gómez, podría decirse–; intereses como los suyos y de otros barones autonómicos o de muchos alcaldes socialistas que tiemblan ante la expectativa de que su secretario general agote la legislatura y meta en el mismo ciclo electoral los comicios nacionales con los autonómicos y locales. Camino llevan de sufrir en carne propia la desarticulación del PSOE como organización política, que es la tóxica herencia dejada por Sánchez a su partido, con la impagable colaboración de Cerdán, quien ejerció como inquisidor de su jefe con mano de hierro en las organizaciones territoriales. Sánchez es un lastre para su partido y también para España, porque es un presidente débil y vulnerable, frágil frente a los chantajes de sus socios nacionalistas, permeable a nuevos informes sobre la golfería de sus colaboradores más inmediatos y desesperado por mantenerse en el poder a costa de lo que sea. La aparición paulatina del monstruo de la corrupción que se gestó en Ferraz y en el Ministerio de Transportes impide absolutamente a los socialistas cerrar página con la dimisión de Santos Cerdán. Ha empezado una imposible convivencia entre el mantenimiento forzado de la legislatura con informaciones diarias de nuevos escándalos, nuevos posibles corruptos, nuevos vínculos con Sánchez. Además, en ese horizonte tenebroso que espera al PSOE se alza la razonable expectativa de una imputación penal por los delitos cometidos en su posible financiación o bien por los delitos cometidos gracias a su estructura organizativa, factor determinante para que la trama de Ábalos, Koldo y Cerdán tuviera cupos territoriales en el cobro de comisiones por la adjudicación de obra pública. La corrupción ha expropiado al Gobierno y al PSOE la legitimidad para seguir adelante con leyes y discursos «regeneracionistas», falacias que esconden el real objetivo de blindar a Sánchez con una Fiscalía y un TC sumisos, con unos medios bajo la espada de sanciones chavistas, con una sociedad narcotizada con el miedo a la ultraderecha, los bulos, el fango y demás eslóganes de una etapa política que hay que enterrar cuanto antes.
abc.es
hace alrededor de 12 horas
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