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La medicina en la encrucijada

La medicina es una ciencia que se basa en el arte de la observación, pero quizá nos hayamos cansado de observar porque consume demasiado tiempo e incluye un sentimiento que ya no sabemos tolerar: la incertidumbre. El mundo postmoderno tiene un pie, o los dos, en la seguridad, en la eficacia, en el positivismo, en la negación de lo que se ha denominado «lo negativo de la vida», es decir, lo que no es patente pero está ahí, formando parte de nuestra existencia sin ser negativo en verdad. Cuando hoy hablamos de la medicina entramos en un mundo abstracto e indefinido en el que los conceptos dependen no directamente de la humanidad a quien se dirige, sino de una importante cantidad de factores científicos y educativos, sociales y políticos y, cómo no, económicos, principalmente económicos. El prototipo de esta medicina deshumanizada es el Agent Hospital en Pekín, en el que no trabaja ningún ser humano. Toda la atención se realiza por IA y los médicos y enfermeras son virtuales. Y los parámetros que la validan son la eficiencia de procesos y la eficacia del diagnóstico y del tratamiento. Junto a este sistema hospitalario sin seres humanos encontramos también el nternet de las cosas médicas – Internet of Medical Things (IoMT)–, que consiste en la interrelación entre máquinas y permite el seguimiento de pacientes a distancia, recopilación estadística de datos, conexiones que mejoran la efectividad de las actividades sanitarias, prevención y detección temprana de epidemias, y medición de la eficacia de las terapias, como ejemplos de la aplicación de la IA en la medicina. Hay quienes ven en estas innovaciones modelos inspiradores para la optimización de cualquier proceso biomédico en un nuevo modelo de la medicina digital que algunos denominan Medicina 5.0, cuya exigencia teórica es la misma que la que la medicina académica proclama desde hace siglos, con el hándicap de que el conocimiento necesario para ello se ha adquirido muy poco a poco a lo largo de la historia, y ahora, en progresión geométrica, hay cada vez menos cosas que se oculten a la mirada de la IA. Se trata ahora pues de ver la medicina como siempre ha sido considerada: la excelencia asistencial respecto a la máxima calidad de las prestaciones, seguridad y equidad centrada en el paciente que garantice por encima de todo la actitud ética entre médico y paciente. Este, y no otro, era el propósito de cualquier médico hace un siglo en un pueblo alejado de los centros de la medicina más avanzada de aquellos tiempos, y también en nuestros días, personalizado sobre todo en los médicos de familia, que se llevan muchas veces a casa la preocupación por un paciente que en su domicilio está sufriendo una enfermedad en fase terminal. El riesgo que corremos es considerar y garantizar la eficacia total. Es decir, que estos nuevos sistemas regidos por la IA, que prescinden de los médicos, de las enfermeras y de cualquier apoyo humano, inculquen en la sociedad una garantía de curación de no importa qué enfermedad, cuando sabemos científicamente que la medicina tiene un límite y que el ser humano tiene un final biológico empírico intraspasable. La ética médica puede estar basada sólo en principios o leyes rectoras que determinan la adecuación de una concreta acción médica. Así sucede en la práctica médica o en la Medicina 5.0, que no dan relevancia a factores determinantes de las decisiones médicas que incluyen las circunstancias del paciente, no en su patología concreta y visible. Estos factores que distinguen a unos pacientes de otros con la misma patología o enfermedad son los que desembocan en el siguiente escalón de una medicina centrada en la persona, que es la medicina personalista. La medicina centrada en la persona es una medicina que se ejerce sobre lo objetivo de la enfermedad y es por ello concreta, se ocupa de tener la máxima eficacia, recoge datos clínicos, los relaciona, extrae conclusiones y se dirige a actuaciones específicas. La medicina personalista añade un término clave que es la subjetividad del paciente, las características de lo humano, la necesidad de afecto y confianza en la interrelación personal. Y también la responsabilidad que el profesional debe en todas sus actuaciones, el respeto por la vida e integridad de la persona sufriente, la consideración de su dignidad ontológica debida solamente al hecho de ser un humano igual que la persona que se ocupa de ella. Nos introducimos así en la original razón de ser de la medicina, antes de las máquinas, antes de la investigación experimental, antes de los ensayos clínicos. No se trata de una medicina primitiva porque esta denominación incluiría una impresión de algo implícitamente negativo. Esta medicina primaria a la que me refiero es en verdad el pilar necesario de todo el conocimiento que ha venido después. Sobre ella se ha construido el edificio que ha derivado después en la eficacia como su patrón oro, que ahora acaba en la IA. Pero ese concepto de la medicina original es la que la mayoría de los jóvenes que deciden ser médicos llevan en su corazón: ayudar, consolar, aliviar y curar. Seguramente no por ese orden, pero de un modo poco definido aún saben que es ese su interés. Porque se acuerdan de esa persona importante en su vida que sufrió una enfermedad, o se diagnosticó tarde, o no se pudo aliviar como hubiera sido humanamente necesario… Es lo humano lo que nos hizo nacer a la vocación médica. Luego es el éxito lo que la alimenta y puede derivarnos hacia los terrenos del poder y la notoriedad. Sabemos que la medicina no es infalible y que hay enfermedades agresivas para las que no tenemos la solución aún. La biología de un cuerpo enfermo se deteriora y la persona entra en un proceso de pesar en ello, con el sufrimiento por la incertidumbre de cómo evolucionará la enfermedad. La persona es mucho más que su biología, es «una sustancia individual de naturaleza racional», en primer lugar se siente sola, su individualidad es la única que sufre. Y su razón le indica que su vida como la conoce está cambiando hacia un estado inestable. ¿Qué puede hacer la medicina en este caso? Cuando ya no hay máquinas que pronostiquen la supervivencia sobre una enfermedad avanzada que ya conocemos, cuando los tratamientos científicamente probados ya no hacen efecto curativo, cuando el hospital ya no sirve para nada o casi nada, ni siquiera aquellos regidos por la Medicina 5.0 una vez que el pronóstico es obvio, es en este momento en el que sólo la relación compasiva profundamente interpersonal y la acción profesional, entre el médico o la enfermera y el paciente, pueden hacer que el dolor se comparta y esto induzca acciones eficaces que alivien el sufrimiento. Estas acciones son la base de los cuidados paliativos . La relación entre personas nace de lo invisible, solamente busca promover una intersubjetividad existencial basada en el amor que suprima en lo posible el sufrimiento y la soledad. El alivio del final de la vida está exento de posibles tecnologías que puedan ser el objeto de la IA, solo las personas que cuidan a otras personas son capaces de hacerlo. Los recursos necesarios son solamente humanos y es preciso formarlos en las facultades y en los hospitales. Los poderes públicos deben promover por todos los medios el acceso a estos cuidados sin reparar en esfuerzos. La humanidad, nuestra humanidad, la suya, la mía, lo exige. Falta mucho camino aún para lograr este propósito.
abc.es
hace alrededor de 13 horas
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