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Sánchez en el precipicio: seguir así no es una opción

Sánchez en el precipicio: seguir así no es una opción
La opción fácil es abandonar, entregar el poder y huir. La difícil tener altura de miras, demostrar por primera vez de manera creíble que se va a combatir la corrupción y convertirse en un Gobierno de izquierdas. No hay, esta vez, opciones intermedias. O todo, o nadaA ver si así se entiende mejor lo de Cerdán y el PSOE Los mensajes de Santos Cerdán que demuestran que había en este Gobierno gentuza cobrando comisiones en las obras públicas e implicada en todo tipo de corrupciones son indignantes. Y más lo es la constancia de que este Gobierno ha amparado a sinvergüenzas de esa calaña. Si la indignación es generalizada, los votantes –sobre todo de izquierda– que de un modo u otro hemos apoyado la formación o el mantenimiento de este Gobierno nos sentimos además defraudados. Pedro Sánchez llegó al poder con nuestro apoyo en una moción de censura precisamente para acabar con esta misma corrupción que ahora sabemos que ha amparado. Ciertamente este Gobierno ha sufrido más ataques injustificados por parte de la derecha política, mediática y judicial que ningún otro. A pesar de los buenos datos económicos y de éxitos como la subida del salario mínimo interprofesional, la oposición ha negado la legitimidad misma del Gobierno desde el día mismo en que se constituyó. Ha despreciado los resultados electorales e intentado cualquier cosa para tumbarlo. A diario. Han difundido bulos descabellados. Se han inventado casos sin sustancia alguna como los que afectan a la mujer del presidente o al fiscal general del Estado… El Gobierno ha resistido. En gran medida gracias al apoyo de muchos y muchas demócratas que creemos en las urnas y que no le hemos dado pábulo a todas esas invenciones. El presidente Sánchez tiene que comprender la terrible desilusión de quienes ahora comprendemos que también hemos estado protegiendo a un puñado de ladrones que, desde el gobierno, el PSOE y las empresas constructoras, han aprovechado para robar y enriquecerse a costa de todos. Ante eso no basta con que el presidente del Gobierno comparezca en público con rostro demacrado y aire compungido para pedir un perdón que solo sería auténtico si se hubiera presentado como un detallado reconocimiento de culpa. Cuesta tener que asumir que ni el presidente del Gobierno ni ninguno de sus ministros y asesores nunca vieron indicios de que su mano derecha y el número tres del partido estuvieran amañando contratos y sacando millones de euros para ellos, sus amantes y su familia. En todo caso, un penoso mensaje de disculpas y un puñado de cambios en el partido no son suficientes para recuperar nuestro apoyo. De volver a suscitar la más pequeña ilusión en la ciudadanía, ya ni hablamos. El nivel de desengaño y la sensación de traición son tan profundos que en este momento el Gobierno solo puede continuar ejerciendo sus funciones si adopta medidas novedosas y radicales que demuestren dos cosas: que de verdad es capaz de luchar contra la corrupción y que merece la pena que lo apoyemos porque está dispuesto a transformar la sociedad. Respecto a lo primero, si el presidente del Gobierno quiere tener un mínimo de credibilidad frente a la corrupción debe ser categórico y hacer gestos trascendentes. Quizás empezar expulsando ya y de manera fulminante del partido y del Gobierno a cualquiera que pueda estar lejanamente implicado en cualquier mala práctica. En vez de quedarse solo en una auditoría, abrir una vía fácil de denuncia y crear un cuerpo independiente de verificación. Si en las próximas semanas no hay destituciones, denuncias o expulsiones será difícil de creer que realmente está comprometido contra la corrupción. Y si el plan es decir que los únicos corruptos eran Koldo, Ábalos y Cerdán, mejor que dimita y convoque elecciones porque eso no se lo cree nadie. La mera adjudicación de obras y el cobro de comisiones de estos tres solo ha podido realizarse con la connivencia de un sinfín de cargos intermedios o funcionarios. Si empiezan a irse todos a la calle y se investiga también a las empresas comisionistas quizás podamos creernos que el señor Sánchez sinceramente ha decidido no amparar a los corruptos. La segunda condición para mantener el apoyo de una parte de la sociedad, de otras fuerzas políticas y, sobre todo, de sus propios afiliados es un giro copernicano en sus políticas. No es el momento de iniciativas trileras, de medias verdades o gestos cosméticos o pusilánimes. Las personas de izquierda somos mucho más intolerantes con la corrupción que los conservadores. Nos duele mucho más descubrir que estamos sosteniendo un sistema de aprovechados que ponen el estado al servicio de unos pocos. La única forma de que de algún modo traguemos con lo que ha pasado, además de convertir de ahora en adelante en real la intolerancia frente a la corrupción, es que creamos que tenemos un gobierno capaz de liderar una transformación social que merezca la pena. Hasta ahora hemos tenido un consejo de ministros cobarde, servil con las grandes empresas (incluso con las corruptoras) y a menudo postergando los ideales de progreso social que deberían guiarlo. Sin un giro decisivo es imposible recuperar un mínimo de entusiasmo en su apoyo. Hay muchas medidas capaces de suscitar una nueva ilusión entre sus votantes, pero todas implican enfrentarse a los poderes establecidos. Algo que no parece ser el punto fuerte de quienes nos gobiernan. Medidas posibles en este sentido serían, a modo de ejemplo: derogar de una vez y completamente las sanciones policiales de la ley mordaza; recuperar mecanismos de alquiler indefinido de viviendas, como los que existen en otros países europeos como Alemania; cambiar definitivamente el sistema de acceso a la judicatura, reduciendo las pruebas memorísticas y exigiendo experiencia previa en profesiones jurídicas; imponer ratios máximas de alumnos en la educación pública; renegociar el concordato con la Santa Sede,… Todas, molestando al Estado profundo. Este tipo de iniciativas, tanto las que suponen desafiar con valentía a la corrupción como las que implican transformar la sociedad para hacerla más justa e igualitaria, supondrían enmendar el talante y la actitud del Gobierno actual. Posiblemente implicarían cambios de calado en el mismo. Pero a Pedro Sánchez se le acaban las opciones y los votantes progresistas empezamos a sentirnos terriblemente huérfanos. Estamos en el momento más crucial de la última década y, desgraciadamente, la inmensa mayoría de la ciudadanía empieza a creer que no tenemos un Gobierno a la altura del momento. La opción fácil es abandonar, entregar el poder y huir. La difícil tener altura de miras, demostrar por primera vez de manera creíble que se va a combatir la corrupción y convertirse en un Gobierno de izquierdas. No hay, esta vez, opciones intermedias. No valen los parches ni el ilusionismo, porque al borde del precipicio todo es, necesariamente, maximalista. O todo, o nada.
eldiario
hace alrededor de 12 horas
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