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Naciones Unidas y su “mala salud de hierro”

Naciones Unidas y su “mala salud de hierro”
Lo que cambia en este siglo es la desaparición del concepto de cálculo racional por parte de los actores más potentes. Los cinco miembros permanentes de la ONU tienen armas nucleares, pero la inestabilidad global actual obedece a la aparición de líderes tóxicos al frente de Estados con mucho poder Después de las prestaciones grotescas de Trump y Netanyahu, parece cundir la sensación de que la ONU es un Titanic que se hunde, pero no. Creada en 1945, miraba con un ojo crítico hacia la Segunda Guerra Mundial y, mirando más lejos por el retrovisor, la fracasada experiencia de la Sociedad de Naciones. Pero la ONU, con sus limitaciones, encaró y sobrevivió a la Guerra de Corea (1950-1953), con las temibles armas nucleares en manos de las dos superpotencias. Lidió con ese fenómeno tan traumático que fue la descolonización, que triplicó el número de estados miembros de Naciones Unidas. Por cierto, con una sustancial pequeña modificación de la composición del Consejo de Seguridad, que pasó de diez a quince miembros: los cinco miembros permanente (y su llamado “derecho de veto”) siguieron por supuesto al mando, pero los diez restantes representarían por rotación (dos años) a todos los demás miembros de la ONU. Aguantó con serenidad la crisis de Berlín de 1953 o la construcción del muro de Berlín en 1961. Por cierto, tanto en el caso de Corea como en los de Vietnam y Alemania, las soluciones de compromiso permitieron que la ONU reconociese a los dos estados resultantes. ¿Cómo medida provisional? Analicen el tiempo que ha pasado desde la creación, en 1953, de las dos Coreas, que no se reconocen mutuamente y nunca han firmado la paz, pero el alto el fuego sigue vigente. Afrontó turbulencias como la guerra del Canal de Suez entre el egipcio Nasser, por un lado, y Francia y el Reino Unido, por el otro; estos últimos, siendo miembros permanentes del Consejo de Seguridad, no pudieron hacer otra cosa que retirarse del Canal. Y esto a pesar de que, en ese mismo mes de octubre de 1956, la Unión Soviética aplastaba la revolución de Hungría con tanques y a un precio de miles de muertos. Hay más. Las guerras de Indochina y Argelia, que Francia perdió estrepitosamente. O las guerras árabe-israelíes de los Seis Días (1967) y de Yom Kipur (1973). Estados Unidos tuvo (y perdió) su guerra de Vietnam (de 1962 a 1975) y la Unión Soviética tuvo (y perdió) su guerra de Afganistán (de 1979 a 1989). Siempre, dentro de lo que en teoría de juegos se llama “la gestión del riesgo desde el cálculo racional”, las dos superpotencias evitaron chocar militarmente sobre el terreno. Siempre lo hicieron por “guerras vicarias”. Y sobre todo, las dos superpotencias gestionaron, desde la “crisis de los misiles de Cuba” de 1962 (que puso el mundo al borde de la destrucción nuclear mutuamente asegurada), una serie de mecanismos de relación bilateral en materia nuclear que va desde los tratados SALT 1 y SALT 2 (años setenta) hasta  los tratados START 1 y START 2, en los años ochenta. Han funcionado. Lo que cambia en este siglo es la desaparición del concepto de cálculo racional por parte de los actores más potentes. Todos los miembros del club de los cinco permanentes de la ONU tienen armas nucleares, pero la inestabilidad global actual tiene un motivo muy claro: la aparición de líderes tóxicos al frente de Estados muy potentes. Trump es un caso claro de imprevisibilidad total, con demasiado poder en sus manos, y paradójicamente, un Netanyahu, que imprevisible no es, cuyo mandato según dice, le viene de la Torá (es decir del altísimo) y que ha sumido a Israel en un abismo moral sin precedentes. Por cierto, ambos líderes quieren liquidar deprisa todo multilateralismo, ONU incluida. También cabe citar a Putin, que con la invasión a Ucrania ha provocado el mayor conflicto militar en Europa desde la II Guerra Mundial. Y, sin embargo, hay que defender a Naciones Unidas, más que nunca, si desapareciera, el mundo se convertiría en un infierno absoluto.

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