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Pagarles las gafas a los ricos (y que los ricos paguen las demás)

Pagarles las gafas a los ricos (y que los ricos paguen las demás)
Universalizar las gafas a menores marca un rumbo: el de una sanidad pública que no se reduce ni privatiza, sino que se expande, que se ensancha. Una sanidad pública que no es el último recurso del que no tiene otra cosa, sino la primera opción del que podría tener lo que quisieraEl Gobierno financiará las gafas y las lentillas a los menores de 16 años a partir de septiembre Esta semana, desde el Gobierno de España hemos anunciado una de las medidas sociales más importantes de la legislatura: la financiación pública de gafas y lentillas para todos los menores de 16 años, sin necesidad de acreditar renta. Es decir, con carácter universal. Y como era de esperar, ha vuelto el viejo mantra de si también se las vamos a pagar a los ricos. La respuesta es evidente: claro que sí. Igual que una operación quirúrgica, una consulta de Atención Primaria o un cribado neonatal. La grandeza de nuestro Sistema Nacional de Salud es precisamente su carácter público, gratuito y universal. No siempre fue así. El sistema que existía antes en España era un modelo basado en la beneficencia pública o en los seguros privados, no en la universalidad. Era justamente lo que hoy algunos parecen desear: una sanidad para pobres, asistencial, donde acudir al médico público significaba reconocer que no podías permitirte otra cosa. Frente a eso, y de la mano de Ernest Lluch, se construyó nuestro actual Sistema Nacional de Salud, que protege la salud como un derecho universal, sin importar la renta ni la posición social. Fruto de ese sistema, pagado con impuestos progresivos, fue la respuesta ejemplar durante la pandemia, con una vacunación justa que no discriminó a nadie por su cuenta bancaria, su apellido o su código postal. Porque nuestra sanidad pública es, sobre todo, la expresión más profunda de equidad y cohesión social que tenemos como país. Pero no se trata únicamente de justicia, sino de eficacia. Universalizar una prestación es la mejor manera de garantizar que llegue a quien más la necesita. Las políticas universales implican menos burocracia, menos estigma, más cobertura y mayor apoyo social. Así lo demuestran años de estudios en salud pública. Lo saben muy bien quienes están al otro lado de la ventanilla. Una profesora lo resumía así en redes sociales: “La de papeleo que nos va a quitar para solicitarlo para los niños con bajos recursos; el infierno hecho papeleo era eso”. Lo decía hace unos meses Pablo Bustinduy, ministro de Derechos Sociales: “No se trata de dar ayudas para pobres, sino de generar derechos”. Tenemos claro que el objetivo no es crear un sistema asistencialista para quienes puedan demostrar que son suficientemente pobres, sino garantizar derechos de ciudadanía. Universalizar las gafas a menores marca un rumbo: el de una sanidad pública que no se reduce ni privatiza, sino que se expande, que se ensancha. Una sanidad pública que no es el último recurso del que no tiene otra cosa, sino la primera opción del que podría tener lo que quisiera. El de unos servicios públicos que no se reservan para casos extremos, sino que forman parte de la vida cotidiana de todos y todas. Las gafas de los nietos de los ricos son el peaje simbólico que pagamos para que ningún menor se quede sin ver la pizarra. A cambio, el resto de privilegiados deben pagar con impuestos justos las escuelas públicas, los centros de salud o las pensiones. Esta es la base de nuestro modelo ideológico. Frente al discurso neoliberal del “vales lo que tienes” defendemos la universalidad democrática de los derechos. Porque lo que está en juego no es solo la visión de nuestros hijos e hijas, sino la visión del país que queremos ser.

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