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Sánchez se queda solo en Europa

Hubo un tiempo en el que la esfera internacional vio a Pedro Sánchez como el mascarón de proa de la izquierda europea y el muro de contención de la derecha radical. Llegado este tiempo, podemos añadir ese título a la lista de esperanzas no materializadas, aunque desde la lejanía el presidente español desató notables simpatías como el baluarte de un mundo que hoy se desvanece. Con la derrota del socialismo en las elecciones portuguesas, sumada al reciente fracaso en Alemania, el sanchismo está cada vez más solo en una Europa que mira a la derecha moderada como respuesta a los desafíos de nuestro tiempo. Del tridente Scholz-Costa-Sánchez solo queda el último, asediado por los casos de corrupción que afectan a su partido, a sus hombres de confianza y a su familia, y la descomposición de su excéntrica mayoría parlamentaria. La honorable renuncia del portugués Nuno al conocer el resultado de los comicios contrasta con el enrocamiento sanchista en un Ejecutivo sin socios para desarrollar una mínima agenda de gobierno, «sin el concurso del Legislativo» como él mismo dijo y demonizando a empresarios, jueces, policías y periodistas. «La última esperanza contra la ultraderecha» es como se definió Sánchez en noviembre de 2022 cuando fue designado como presidente de la Internacional Socialista. El mandato es desolador: en Europa, al margen de naciones con un peso menor, solo gobiernan en España y Reino Unido, que no pertenece a la UE. Nuestro país se ha convertido en una pintoresca isla en la que el socialismo mantiene un proyecto descabellado en contra de sus propios principios. Los resultados electorales ponen aún más de manifiesto la singularidad española. Sánchez se ha quedado aislado en sus grotescas maniobras, que incluyen pactos imposibles, cesiones que él mismo negó y colonización de las instituciones y de la empresa privada. El sanchismo es una fórmula tan alambicada del socialismo que existe un debate sobre si se le puede considerar como una parte de él. En nuestro país, se atreve a santificar a los enemigos declarados de España, como son los independentistas, la ultraizquierda y la llamada «izquierda aberzale», de cuya amistad renegó antes de las citas electorales. Si Sánchez se mantiene y no ha caído como sus compañeros es por ellos. Necesita a sus microsocios para mantenerse en el poder y esto lo sitúa en una posición excéntrica del consenso de los países de nuestro entorno. La dependencia de Moncloa de sus pequeños aliados es la razón evidente por la cual no aplica la reforma electoral europea. En 2018, se aprobó una modificación legal por la que los países con más de 35 europarlamentarios, como es el caso español, deberían fijar un umbral mínimo de entre el 2 y 5 por ciento de votos para que las formaciones obtuvieran representación en el Parlamento comunitario. Europa ha enviado a España una misión para averiguar por qué no traspone la norma, aunque la razón evidente es que dejaría fuera a nacionalistas, independentistas y otras hierbas de la extinta mayoría de gobierno de las que Sánchez se niega a prescindir en una huida con cada vez menos sentido. En épocas de crisis, los moderados europeos siempre han sido los que han dado respuestas razonables. Lo que contiene las derivas trumpistas en Europa no son los socialdemócratas en combinación con las opciones de ultraizquierda, populismos bolivarianos y comunistas carpetovetónicos como las coaliciones con Sumar o Podemos y compañía, sino las fórmulas liberales conservadoras. La alternativa a la derecha radical no parece ser la izquierda sanchista que la enerva, sino la derecha moderada, y esto lo reafirman los votantes europeos a cada elección.
abc.es
hace alrededor de 11 horas
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