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Trampas, humo y errores

Según aumenta de talla el escándalo que rodea al Gobierno –ayer con el señalamiento del juicio al todavía fiscal general y las reveladoras imágenes de los sobres con dinero en metálico que presuntamente recibía José Luis Ábalos de Ferraz–, el Partido Popular se afianza como el único que puede cerrar un ciclo político marcado por la ingobernabilidad, la corrupción y el deterioro de las instituciones. Tiene el PP experiencia de gobierno, conforma el principal grupo parlamentario en el Congreso y cuenta con mayoría absoluta en el Senado. Además, dispone de un sólido poder municipal y autonómico que, lejos de verse amenazado por una vuelta anticipada a las urnas, podría ver reforzado. El PP sigue siendo la primera opción de los españoles en las encuestas que no están dopadas, aunque algunas avisen de un estancamiento que merece una revisión de discursos y estrategias. Enfrente tiene un Gobierno cada vez más hundido en el pozo de la corrupción y apoyado por una coalición sin otro pegamento que el miedo compartido a la pérdida del poder y la sobreactuación ante la supuesta 'ola reaccionaria'. Sánchez no les sirve más que para ese pobre objetivo. En este escenario, el PP hará bien en recordar sus errores de antaño, especialmente los de 2023, cuando todo apuntaba a una victoria clara frente a la izquierda y a un cambio de gobierno. Los excesos de confianza y la falta de estrategia, además de la división suicida del voto conservador, dieron al traste con aquella que parecía ser una victoria cantada. Tiene poco sentido que, con todos los frentes que tiene abierto el Gobierno de Sánchez, el PP se enrede internamente con una propuesta del Ayuntamiento de Madrid sobre la información del síndrome posaborto, un error que debe subsanarse con más coordinación y comunicación interna entre los dirigentes populares. El PP tiene argumentos sobrados para crear su terreno de juego, donde el PSOE y sus aliados tienen que enfrentarse a la vivienda, la educación, la sanidad –con huelgas que la izquierda silencia porque no son contra los populares–, la inmigración, la corrupción, la Justicia y las libertades, asuntos vitales para las familias, la sociedad y la democracia en los que la izquierda ha perdido pie. Por eso el Gobierno y sus socios buscan que el PP pise la cáscara de plátano de la supuesta islamofobia de Torre Pacheco, la manipulación de la palabra 'genocidio', la farsa de la Flotilla y, ahora, el aborto. Tiempo le ha faltado al agónico presidente del Gobierno para buscar beneficio del desliz del PP madrileño, y lo ha hecho como siempre, creando otra cortina de humo con temas muy graves. No se le ha ocurrido a Sánchez otra cosa que, mientras la Justicia estrecha el cerco sobre su círculo familiar y de confianza, proponer la reforma de la Constitución para incluir el aborto como un derecho de la mujer . Sabe de antemano el presidente del Gobierno que su propuesta –a renglón seguido de otra imputación de su esposa– es una provocación al PP, porque sin los votos de los populares, que ya la han rechazado, no hay reforma posible. Quien no es capaz de aprobar una ley de presupuestos generales en tres años propone ahora enmendar la Constitución. Sin embargo, no conviene tomárselo a la ligera. La cuestión es dramática –más de 100.000 abortos voluntarios en 2024– y Sánchez la utiliza, como tantos asuntos de gravedad, con su habitual falta de escrúpulo político y ético. La única esperanza de Sánchez para seguir en el poder es cortar el flujo de voto centrista, incluso de centroizquierda, al PP forzándolo a parecerse a Vox y reanimar a la izquierda con carnaza ideológica, sin otro proyecto político que esperar a que los populares vuelvan a caer en sus trampas. No sería la primera vez que sucede.

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