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Un cuarto de siglo esperando justicia

Hace veinticinco años, el 30 de octubre de 2000, un coche-bomba estalló en la avenida de Badajoz, en el distrito de Ciudad Lineal de Madrid, y cambió para siempre la vida de muchas familias. La explosión, de enorme potencia, destruyó vehículos, viviendas y comercios en cuestión de segundos, sembrando el pánico y dejando un rastro de dolor que aún hoy persiste. En aquel atentado fueron asesinados el magistrado del Tribunal Supremo José Francisco de Querol Lombardero, el chófer Armando Medina, y mi padre, el escolta Jesús Escudero García, quien dedicó 31 años de su vida a servir como Policía Nacional. Días después falleció también Jesús Sánchez Martínez, conductor de un autobús gravemente herido en la explosión. Además, 64 personas resultaron heridas, algunas con secuelas físicas y psicológicas para toda la vida. La tragedia marcó no solo a quienes perdimos a nuestros seres queridos, sino a toda la sociedad. Durante veinticinco años hemos vivido con la impotencia de saber que, a día de hoy, los responsables de este atentado aún no han sido juzgados. No se ha hecho justicia: ni los ejecutores materiales, ni los intelectuales ni nadie ha sido condenado por este atentado. Se nos decía que era necesario recabar más pruebas y realizar periciales, pero el tiempo transcurre y la justicia tarda en materializarse. Esta espera prolonga un dolor profundo y deja un vacío imposible de llenar. Algunos de los presuntos responsables han cumplido condenas por otros atentados y, en algunos casos, han recuperado su libertad, pero la justicia por este hecho específico sigue pendiente. A veces nos consolamos pensando que quizás hayan cumplido su condena completa, pero la realidad es que la impotencia sigue siendo total y no sabemos si realmente se ha hecho justicia. Mi hermano Jesús siempre nos recuerda que no debemos permitir que el odio nos consuma, y que entre las familias debemos apoyarnos para que esta carga no la hereden nuestros hijos ni nuestros familiares. Esa enseñanza nos ha ayudado a transformar el dolor en fuerza y a entregar nuestra esperanza al tiempo y a la justicia. Es importante recordar que mi padre ejerció como Policía Nacional durante 31 años en el Cuerpo, dedicando su vida a proteger a los demás con valentía y compromiso. Su sacrificio y entrega aún hoy dejan pendiente a España la deuda de reconocimiento y de justicia que le corresponde; de alguna manera, el país debe devolverle, a él y a su memoria, el respeto y la reparación que merecen. Veinticinco años después, seguimos esperando que la dignidad y la justicia prevalezcan. Reclamamos que las autoridades agilicen y aceleren el proceso judicial para que esta herida pueda, aunque sea parcialmente, comenzar a cerrarse. La memoria de los que dieron su vida por la defensa de nuestras instituciones y valores no puede ser ignorada ni relegada al olvido. Juan José Escudero Turpín. Madrid
abc.es
hace alrededor de 4 horas
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