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Un Papa para un mundo incierto

Es muy significativo que el cardenal Robert Prevost haya elegido para su papado el nombre de León XIV, pues León XIII fue el autor de las renovadoras encíclicas sociales del siglo XIX, en especial la histórica 'Rerum Novarum'. Es una señal de su profundo compromiso social, labrado durante décadas como misionero en Iberoamérica. Es cierto que Prevost nació en Chicago (Estados Unidos), pero se hizo como sacerdote en el Perú, en las diócesis de Chulucanas, de Trujillo y, sobre todo, en Chiclayo, el obispado que le encargó Francisco en 2015 y al que saludó con especial predilección en un perfecto español desde el balcón del Vaticano. Con Prevost, el cónclave ha huido de cualquier ruptura y apuesta por una continuidad que sea compatible con cierto consenso. De hecho, es el segundo Papa de América y, según sus biógrafos, debería ser descrito como un Papa hispano más que anglosajón. El nuevo pontífice abre una etapa marcada por desafíos globales que exigen una respuesta clara y valiente. El legado que recibe León XIV es, en muchos sentidos, una paradoja. Francisco conquistó a muchos por su cercanía con los pobres, su compromiso con el medioambiente y su apuesta por una Iglesia más pastoral que doctrinal. Aunque dejó tras de sí una estela de debates abiertos en materias clave: ambigüedad doctrinal, la moral sexual, tensiones litúrgicas y un proceso de sinodalidad que ha resultado polémico. Como ha recordado recientemente el arzobispo emérito de Filadelfia, Charles Chaput, el catolicismo no se sustenta en la etnia, la lengua o el territorio -como sucede en otras religiones-, sino en la verdad de una doctrina común. La unidad de la Iglesia se cimienta en el credo, en la enseñanza que emana del Evangelio y la tradición. Por eso, cuando esa enseñanza se presenta de forma débil o ambigua no solo se resiente la autoridad eclesial: se desmoraliza al pueblo fiel. El nuevo Papa deberá impulsar esa claridad, como acto de amor y fidelidad a la misión evangélica. Donde sí parece que no habrá continuismo es en el estilo personalísimo que tenía Francisco respecto a las formas y sus mensajes. El nuevo Pontífice se ha presentado con todos los símbolos del papado, lo que también supone una señal sobre su disposición a respetar las tradiciones y la doctrina en el ejercicio de su misión. La Iglesia se enfrenta a una crisis de fondo . Las vocaciones sacerdotales caen en picado en Occidente. La vida consagrada se reduce. Muchos jóvenes no solo han abandonado la práctica religiosa, sino que desconocen lo esencial del cristianismo. Ante este panorama, no bastan gestos ni cambios superficiales. Como advierten algunos eclesiásticos, no serán el sacerdocio femenino ni el celibato opcional los que resuelvan la crisis. La clave está en recuperar una predicación valiente y sin ambigüedades del mensaje cristiano. Solo quien se sabe portador de una verdad salvadora puede ofrecer algo diferente al mundo. La nueva etapa exigirá también un liderazgo firme en lo institucional. El Vaticano atraviesa una crisis financiera, con escándalos que han dañado su credibilidad y que no lograron ser resueltos en el anterior papado. Es imprescindible una reforma seria, profesional y transparente del aparato administrativo. A ello se suma la herida aún abierta de los abusos sexuales, que sigue socavando la confianza de millones de fieles. En el plano internacional, la Iglesia necesita una voz profética y no solo diplomática. La dignidad humana está hoy amenazada por guerras, migraciones forzosas, explotación, ideologías destructivas y una cultura que borra la diferencia entre el hombre y la mujer. El nuevo Papa debe hablar con claridad sobre lo que significa ser humano desde una antropología cristiana, hoy más necesaria que nunca. Y debe hacerlo sin temor a ser incómodo para los poderosos. León XIV dejó ayer cuatro mensajes claros: reafirmó la apuesta de Francisco por la sinodalidad, que para muchos fieles ha sido más una fuente de incertidumbre que de auténtica renovación; apostó por el espíritu misionero, por el ecumenismo y por la Iglesia abierta a los más necesitados que preconizó su predecesor. También se refirió ampliamente a la paz, tanto fuera como dentro de la Iglesia. La tarea del nuevo Pontífice será la de un artesano de la unidad, que sepa conjugar firmeza doctrinal con sensibilidad pastoral, evitando tanto el cisma como el silencio cómplice. La elección del Papa siempre es un acontecimiento espiritual. Pero también es, hoy más que nunca, una encrucijada histórica. El Espíritu Santo ha hablado a través del colegio cardenalicio. Ahora comienza el tiempo de la responsabilidad y del testimonio. Que el nuevo Papa sepa -como Pedro- confirmar en la fe a sus hermanos, con valentía, con verdad y con esperanza.
abc.es
hace alrededor de 8 horas
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