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Un respeto

Señor presidente del Gobierno, todos los españoles –sus votantes y los que no– merecemos respeto, y su comparecencia en el Senado deja la sensación de que el Gobierno ha convertido el diálogo institucional en un ejercicio de autodefensa. España no necesita discursos para fieles, sino respeto para todos. En el Senado hemos vuelto a presenciar una comparecencia que, lejos de aclarar nada, ha reafirmado la sensación de que el Gobierno vive cada vez más lejos de los ciudadanos. Lo que vimos fue un ejercicio de escapismo político: frases medidas, silencios calculados y un discurso más orientado a preservar el relato que a ofrecer explicaciones. La ciudadanía no esperaba brillantez retórica ni espectáculo, sino algo mucho más simple: respeto. Respeto hacia quienes lo votaron, y también hacia quienes no lo hicieron; respeto hacia quienes pagan sus impuestos, esperan servicios públicos que funcionen y soportan cada día una inflación que no entiende de ideologías. Los españoles no somos espectadores pasivos de un teatro político; somos los protagonistas de un país que cada día se levanta para sostenerlo. Y lo mínimo que merecemos es que quien nos representa hable claro, asuma responsabilidades y no convierta cada pregunta incómoda en una oportunidad para repartir culpas. Resulta desolador comprobar cómo el Senado, que debería ser el espacio para el diálogo sereno y la rendición de cuentas, se ha transformado en un escenario de monólogos autoprotegidos. Se esperaba humildad y se ofreció soberbia; se pedían explicaciones y se sirvieron evasivas. Quizá lo más preocupante de la jornada no fueron las palabras, sino las actitudes. Las carcajadas altisonantes, el gesto desdeñoso y el menosprecio al adversario político son tan elocuentes como cualquier discurso. Cuando el presidente de un país se ríe con desprecio del que piensa distinto está faltando el respeto no solo a quien tiene enfrente, sino a millones de ciudadanos que se sienten representados por esa voz. Y cuando a esa falta de respeto se suma la sumisión encubierta hacia quien lo vota o lo sostiene, el mensaje que se transmite es aún más preocupante: que la lealtad política importa más que la verdad, y el poder más que la convivencia. No se gobierna con titulares, ni se construye confianza con consignas. Ganar un debate no es lo mismo que ganarse el respeto. Y el pasado jueves una gran parte de los ciudadanos pudo sentir, con tristeza, que se ha vuelto a hablar de ellos, pero no con ellos. Señor presidente, la lealtad institucional no consiste en pedir adhesión ciega, sino en merecerla. No se trata de aplaudir cada decisión, sino de confiar en que quien dirige el país lo hace con verdad, con transparencia y con sentido de Estado. Por eso esta carta no es un ataque, sino una súplica cívica: dejen de tratarnos como votantes cautivos y empiecen a tratarnos como ciudadanos adultos. El respeto a la inteligencia colectiva es el primer paso de toda democracia madura. España no necesita discursos que dividan, sino gestos que unan. No necesita excusas, sino soluciones. Y no necesita que su presidente se escude en el ruido, sino que hable con la claridad que el cargo exige. No se trata de ganar un debate parlamentario, sino de no perder el respeto de un país entero. Gabriela Ostos Alcalá. Madrid
abc.es
hace alrededor de 8 horas
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