cupure logo
losqueparaunasánchezlastrumpquéreytambién

Aprender lenguas

Aprender lenguas
Si seguimos por el camino de no aprender lo que una app puede hacer en tu lugar acabaremos convertidos en idiotas profundos y, lo que es peor, en gente encerrada en una burbuja, convencida de que lo único que vale es lo que piensa, siente y desea uno mismo ¿Merece la pena aprender a hacer una cosa que una máquina puede hacer por ti?  Se trata de una pregunta que nos puede llevar a una reflexión importante. Estamos en el punto de tomar decisiones que van a tener una poderosa influencia sobre nuestro futuro y el de las siguientes generaciones. Por ejemplo, leí hace poco que en la mayor parte de los países europeos está bajando mucho la cantidad de personas que se inscriben en una autoescuela y hacen los exámenes del carnet de conducir. Las razones que se barajaban eran que cada vez hay más gente que vive en ciudades, donde hay una buena red de transportes públicos; comprar un coche es caro y tenerlo acarrea muchos gastos de seguro, aparcamiento, reparaciones, combustible, etc.; muchos jóvenes deciden conscientemente no circular más que en transporte público por cuestiones medioambientales. Dentro de poco tendremos también coches autónomos que no necesitarán conductor. En esas circunstancias, parece que tiene sentido no aprender a conducir vehículos de motor. En los últimos tiempos he observado también que los mapas y planos de papel han quedado anticuados, si no obsoletos. Todo el mundo utiliza Apps para llegar a los sitios que buscan, tanto si van en coche como si van a pie. Cuando alguien tiene que venir a tu casa y tratas de explicarle cómo llegar, no tiene la paciencia de escucharte. “Mándame la ubicación”, te dicen. “Pero… si es muy fácil. Escucha…”. “No, no; mándame la ubicación”. Luego siguen religiosamente la voz incorpórea que los guía y nunca tienen una idea amplia de la ciudad por la que se están moviendo; incluso en muchos casos no saben ni siquiera dónde están el norte y el sur ni saben reconocerlos por el sol. “¿Para qué quiero yo saber eso?”, me han llegado a decir. Recuerdo que, cuando aprendíamos un idioma, una de las primeras lecciones básicas era preguntar cómo llegar al mercado, a correos, a la estación… a los lugares que se consideraban necesarios para la vida. Era también una manera de entablar conversación con desconocidos y de practicar la lengua que uno aprendía. Ahora lo de hablar con desconocidos ya no se lleva. ¿Se han dado cuenta de la cara de horror que se les pone a algunos –sobre todo de generaciones jóvenes– cuando alguien trata de dirigirse a ellos para lo que sea? En este contexto de aprendizaje de lenguas, una de las cosas que más me preocupan es, precisamente, que, desde que existen los sistemas de traducción automática por IA, muchísima gente piensa que ya no hace falta aprender idiomas. ¿Para qué? Suponen que si quieres una cerveza y la máquina, o tu mismo móvil, puede decirlo en alemán, en japonés o en suahili, lo importante es que te den la cerveza que querías. Sin embargo, el aprender lenguas es mucho, muchísimo más que conseguir una cerveza, reservar una mesa en un restaurante o contratar una habitación de hotel. Esas cosas las hacemos ya online sin tener que hablar con nadie. Aprender una lengua es entrar en otro mundo, ir descubriendo un paisaje mental desconocido, darnos cuenta de cómo categoriza otra sociedad la realidad en la que vive, cómo piensan otras personas, cómo sienten, qué las caracteriza… Es entrar en otra cultura, otro sentido del humor, otra forma de ver la vida. Si dejamos de aprender las lenguas de los demás, nuestro mundo se empequeñece, vamos perdiendo la empatía y dejamos de poder relacionarnos con ellos porque no los comprendemos y no sabemos lo que les parece correcto y adecuado y lo que no. Yo he vivido casi toda mi vida en otras lenguas que no eran la mía y he enseñado español a personas de otras nacionalidades. No se trata –más que en las primeras lecciones– de aprender o enseñar equivalencias de palabras –“mesa” es “table”, es “Tisch”– sino que, en cuanto subes mínimamente de nivel, tienes que saber cómo dirigirte a las personas, cuándo usar el tú o el usted, por ejemplo (algo que en alemán es fundamental, y que en España lo fue y se está perdiendo), cómo terminar una conversación, cómo saludar a cada hora del día, cómo responder a un cumplido… mil cosas que no funcionan con una traducción automática y que nos estamos perdiendo si no nos tomamos el tiempo y el esfuerzo de aprender un idioma para entender cómo piensa otra cultura. Mis estudiantes austriacos, al volver de España después de un Erasmus, siempre me contaban, enormemente sorprendidos, que cuando los invitaban a comer o a tomar café en alguna casa, la anfitriona les llenaba el plato constantemente aunque ellos ya hubieran dicho que tenían bastante. Descubrimos el porqué. En Austria se enseña a los niños a comerse todo lo que hay en el plato, hasta la última miga, especialmente si uno no está en su propia casa. Mis estudiantes, haciendo gala de buena educación, rebañaban el plato que les habían puesto, de manera que la señora de la casa, pensando que se habían quedado con hambre y que no querían confesarlo por educación (la española) les servía otra vez. Y los pobres austríacos se lo comían todo para no ofender y porque iba en contra de sus buenas maneras el dejarse un par de trozos en el plato. Y así sucesivamente… También existía un problema con los zapatos. En Austria, al llegar a una casa, lo normal es dejarse los zapatos en la entrada o en el descansillo de la escalera para no ensuciar la vivienda con el barro, el polvo o la nieve del exterior. Una vez dentro, te ofrecen zapatillas de casa para que no pases frío en los pies. Lo correcto, allí, es descalzarse. No hacerlo es signo de mala educación y falta de respeto por la limpieza de la vivienda a la que has sido invitado. Incluso los fontaneros, pintores, electricistas, etc. que llegan a tu casa a arreglar algo, te preguntan si prefieres que se descalcen. En España, por el contrario, si una persona a la que has invitado a tu casa, pero que apenas conoces, se quita los zapatos en cuanto entra, tiendes a pensar que es un maleducado que se pone cómodo sin pedir permiso en casa de otras personas. Tampoco nos gusta a los españoles que la gente se descalce en un tren o en un lugar público; mucho menos si, además, pone los pies descalzos en el asiento de enfrente. Aquí siempre hemos tenido un cierto tabú con el asunto de los pies. Hay una anécdota de la época del rey Carlos II de Habsburgo que lo refleja a la perfección. Los pies, sobre todo de las damas, eran algo de lo que no se hablaba porque se consideraba de muy mal gusto. Y cuando los pies pertenecían a una aristócrata o a un miembro de la Casa Real, simplemente no existían. En una ocasión, por lo que se cuenta, la esposa de Carlos II, la reina doña Mariana, tuvo la mala fortuna de que se le enganchara el pie en el estribo de un caballo que salió galopando y arrastrándola, con grave peligro de su vida. Dos nobles que estaban presentes tuvieron que reflexionar unos momentos para decidir qué hacer: si se atrevían a tocarle el pie a la reina -lo que era absolutamente imprescindible para liberarla y salvarle la vida- tendrían que huir del país porque había pena de muerte por ese delito. Si no la tocaban, el caballo la destrozaría contra los adoquines. Lo hicieron, la dejaron en el suelo sana y salva y salieron a toda velocidad hacia sus casas a recoger lo más preciso para poner tierra de por medio. Por fortuna, cuando los presentes refirieron al rey lo sucedido, este los “perdonó” por su atrevimiento y les agradeció el haberle salvado la vida a su esposa. Este tipo de cosas se aprenden al estudiar una lengua nueva, una mentalidad, una sociedad distinta a la propia. Los idiomas aumentan la empatía, abren la mente y te permiten descubrir otras formas de ver el mundo que son igual de tontas o igual de válidas que la tuya. Si seguimos por el camino de no aprender lo que una app puede hacer en tu lugar acabaremos convertidos en idiotas profundos y, lo que es peor, en gente encerrada en una burbuja, convencida de que lo único que vale es lo que piensa, siente y desea uno mismo. Porque sí. Por pura ignorancia.
eldiario
hace alrededor de 11 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones