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¿Choque de culturas o 'performance'?

Lo ocurrido en Torre Pacheco no es una explosión espontánea de tensiones ni un choque inevitable entre vecinos españoles y vecinos inmigrantes. Es una puesta en escena. Una coreografía bien ensayada donde el miedo marca el ritmo y el inmigrante vuelve a ser el actor secundario –pero imprescindible– de una obra escrita desde fuera. No estamos ante una fractura social real, sino ante una narrativa fabricada. Desde el Instituto de Migraciones que dirijo lo vemos con claridad: un incidente local ha sido convertido, en tiempo récord, en una batalla simbólica de alcance nacional. No hablamos de vecinos indignados. Hablamos de patrullas organizadas, de discursos inflamados, de agitadores llegados de otras regiones. Hablamos de política, no de convivencia. De propaganda y no de hechos. De polarizar para ganar. Desde el primer momento, los elementos que rodean los disturbios en Torre Pacheco han resultado llamativos. Patrullas de jóvenes ultras, organizadas y con una estética casi cinematográfica, comenzaron a recorrer las calles tras la agresión a un jubilado de 68 años, presuntamente por parte de un grupo de jóvenes magrebíes. La reacción fue inmediata: mensajes en redes sociales llamando a la «caza del inmigrante», disturbios nocturnos, ataques a comercios regentados por extranjeros y una narrativa de «defensa del pueblo» que recuerda a los peores momentos del populismo identitario europeo. La Guardia Civil ha confirmado que muchos de los implicados en los disturbios no eran vecinos del municipio, sino agitadores llegados desde otras comunidades autónomas, convocados por redes ultras como Deport Them Now, una organización con antecedentes de incitación al odio. La estética, el lenguaje y la coordinación de estas patrullas recuerdan más a una 'performance' política que a una reacción espontánea de una comunidad local. Torre Pacheco ha vivido durante décadas un clima de coexistencia multicultural. Con una población en la que cerca del 31 por ciento es de origen extranjero, principalmente marroquí, subsahariano y latinoamericano, la localidad ha sostenido su economía gracias al trabajo de miles de inmigrantes. Esta realidad ha configurado un modelo de convivencia que, aunque no exento de tensiones, ha sido en general pacífico y funcional. Según la tesis doctoral de Luis Rodríguez Calles (2023), las relaciones entre la población autóctona y la inmigrante han sido «sosegadas y pacíficas, aunque distantes». No se han registrado conflictos abiertos ni violencia sistemática entre comunidades, pero sí existe una clara separación social. La interacción cotidiana se limita, en muchos casos, a lo estrictamente necesario: trabajo, compras, servicios. Más allá de eso, los mundos sociales permanecen paralelos. Este fenómeno no es exclusivo de Torre Pacheco, pero en su caso se ve acentuado por la falta de políticas públicas que promuevan la integración real. Como señala el periodista y sociólogo pachequero Paulino Ros, «hay convivencia, pero no integración», al no existir un plan transversal que aborde los retos en educación, vivienda, empleo y participación ciudadana. Uno de los factores que más debilita la cohesión social en Torre Pacheco es la precariedad estructural que afecta especialmente a la población inmigrante. Un estudio de Rodríguez-Calles y Estrada-Villaseñor (2022) muestra que, aunque los niveles de segregación residencial no son extremos, sí existe una exclusión habitacional significativa. Muchos inmigrantes viven en condiciones precarias, con dificultades para acceder a una vivienda digna, lo que limita su integración y refuerza su vulnerabilidad. Esta situación también impacta a sectores de la población autóctona con empleos inestables, bajos salarios y escaso acceso a servicios públicos. En este contexto, la competencia por recursos puede generar tensiones latentes. No obstante, hasta ahora no se habían registrado episodios de violencia intercomunitaria de esta magnitud. ¿Qué ha cambiado? La instrumentalización de los migrantes como arma simbólica. Lo que hemos presenciado en Torre Pacheco no es solo el uso del inmigrante como chivo expiatorio, sino también 'el uso del uso' del inmigrante como tal. Es decir, no solo se instrumentaliza al extranjero como fuente de todos los males, sino que se instrumentaliza también la reacción a esa instrumentalización. En este doble juego, tanto los discursos xenófobos como los discursos que los denuncian pueden ser utilizados para polarizar aún más a la sociedad. El Gobierno ha señalado directamente a Vox como responsable de la escalada de odio, mientras que Vox ha endurecido su discurso, acusando al «bipartidismo» de permitir la inseguridad y el descontrol. A su vez, los integrantes del autodenominado 'bloque progresista' aprovechan la situación para advertir sobre el auge del discurso del odio y el supuesto apocalipsis democrático que se avecinaría si fuerzas políticas distintas a las suyas llegaran al poder. ¿Será que todos avistan la proximidad de unas elecciones en el país? En este contexto, los migrantes quedan atrapados entre dos fuegos: el del odio explícito y el del oportunismo político. Por todo ello, hablar de 'crisis migratoria' en Torre Pacheco es en el mejor de los casos una simplificación. No hay una llegada masiva de personas ni un colapso de los servicios públicos. Sí dos mundos paralelos ambos rozando situaciones de precariedad. Y este entorno ha sido instrumentalizado con un oportunismo que llega a rozar lo obsceno. Dicho esto, no podemos soslayar que la convivencia, especialmente en un entorno diverso, puede generar roces que se acentúan si el entorno está lejos de garantizar la justicia social, la equidad o el respeto mutuo. Esto requiere medidas concretas y sostenidas en el tiempo. Así, para construir una convivencia real, es imprescindible actuar sobre las causas estructurales que generan desigualdad y exclusión. La precariedad laboral, que afecta tanto a autóctonos como a inmigrantes, alimenta tensiones sociales cuando se compite por empleos mal pagados y sin derechos. Garantizar condiciones laborales dignas y reguladas es esencial para evitar la explotación. Del mismo modo, el acceso universal a servicios básicos como sanidad, educación, vivienda y transporte debe estar garantizado, ya que su exclusión sistemática debilita la cohesión social. El empadronamiento, más que un trámite, es la puerta de entrada a derechos fundamentales, y negarlo o dificultarlo a inmigrantes en situación irregular perpetúa su invisibilidad. Es también urgente una pedagogía social que explique el valor de la inmigración: su aporte económico, su complementariedad laboral y su riqueza cultural. Esta pedagogía debe estar presente en medios, escuelas y políticas públicas, y debe servir también para desmontar estereotipos y prejuicios infundados que alimentan el odio. Es fundamental romper con la narrativa que asocia inmigración y delincuencia, una construcción sin base empírica. España es, y ha sido históricamente, un país multicultural . La convivencia exige responsabilidad compartida: todos los miembros de la comunidad –los moros y los cristianos– deben respetar las normas básicas, sin excepciones ni discriminación, para construir una sociedad más justa, cohesionada y respetuosa.
abc.es
hace alrededor de 12 horas
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