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El peligro de copiar a EEUU

El peligro de copiar a EEUU
La Comunidad de Madrid lleva años asfixiando a sus universidades públicas, mientras proliferan las universidades privadas, creadas en ocasiones sin ninguna justificación académica o social El instinto para los negocios es comparable al de supervivencia en la naturaleza, solo que actúa en el mercado. Conocí a un chileno que fundó cuatro o cinco empresas, todas con éxito. No se trataba de emprendimientos revolucionarios ni de unicornios —esas compañías que en pocos años alcanzan valoraciones superiores a los mil millones de dólares—, pero en conjunto empleaban a algunos cientos de personas. Un día le pregunté cuál era el secreto de su éxito como emprendedor en serie. Su respuesta fue tan simple como reveladora: “Yo me dedico a copiar negocios”. Su estrategia consistía en observar con atención modelos de negocio emergentes en Estados Unidos, iniciados solo unos pocos años antes. Si identificaba alguno con potencial para replicarse en su país, lo adaptaba a su contexto y lo ponía en marcha. No era una copia literal, sino una interpretación local. Una fórmula sencilla, pero efectiva. Este caso no es una excepción. Es habitual que modas, corrientes artísticas, modelos de negocio y todo tipo de productos o servicios que triunfan en EEUU acaben imponiéndose también en otros lugares después de un tiempo. Se copia con un “retardo transatlántico”, como podríamos llamarlo en Europa. Pero esta influencia de EEUU es global. Juan Valdez Café, por ejemplo, es el equivalente colombiano a Starbucks. Fue creado en 2002 por la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia y hoy es una multinacional reconocida. Comparen algunas tecnológicas chinas con las norteamericanas; Baidu es el Google chino, Alibaba su versión de Amazon y Weibo hace las veces de X (antes Twitter). La diferencia es que en China crean sus propias compañías y plataformas, mientras que en Europa, lamentablemente, solemos limitarnos a consumir las estadounidenses. Facebook —lanzada en EEUU en 2004— comenzó a expandirse por Europa a finales de esa década. En China, en cambio, su competidora es Tencent, que ofrece sus propias redes sociales y un servicio de mensajería, WeChat, más avanzado que WhatsApp. La imitación no se restringe al terreno empresarial. También alcanza la política y los movimientos sociales. Europa ha importado el modelo neoliberal estadounidense, basado en la desregulación, la privatización y la retirada del Estado de numerosos ámbitos, especialmente el económico. Esta corriente cobró fuerza en los años 80 con la administración Reagan, acompañada por Thatcher en el Reino Unido, y se extendió por Europa en los años 90. Hoy, la versión más extrema de ese modelo es el trumpismo: un populismo nacionalista, xenófobo y negacionista incluso frente a evidencias científicas como la crisis climática. Surgió con la llegada de Donald Trump al poder en 2016 y se ha intensificado con su segundo mandato. En Europa, su sombra se extiende peligrosamente: Hermanos de Italia, liderado por Meloni; la Agrupación Nacional francesa, de Le Pen; y Vox, en España, son expresiones europeas de esta corriente. Una derivada del trumpismo especialmente preocupante es su hostilidad hacia las universidades, en particular las más prestigiosas como Harvard, Columbia o Princeton. Su administración ha amenazado con recortarles miles de millones en fondos federales, acusándolas de promover el antisemitismo o de mantener programas de diversidad, equidad e inclusión. Si no se pliegan a un control ideológico del Estado, podrían quedarse sin financiación pública. Así de simple. Así de antidemocrático. La reducción de las libertades en las universidades estadounidenses no es de hoy, en todo caso, aunque lo que ahora está ocurriendo resulte escandaloso. El Índice de Libertad Académica, que evalúa la situación de la enseñanza superior en 179 países, es una evidencia de ello. Este índice, que va de 0 a 1, se basa en la opinión de más de dos mil expertos e incluye cinco indicadores: libertad para investigar y enseñar; libertad de difusión académica; autonomía institucional; integridad del campus —entendido como ausencia de vigilancia política o amenazas a la seguridad—; y libertad de expresión académica y cultural. El proyecto para definir y calcular este índice fue iniciado en 2017 por instituciones como la Universidad Friedrich-Alexander de Alemania y el Instituto V-Dem de Suecia. Los primeros datos se publicaron en 2020. Según su último informe, la puntuación de EE. UU. ha caído a 0,68, frente al 0,92 que registraba hace una década. España, con una puntuación de 0,88, se encuentra en una posición destacada a nivel mundial, aunque también ha sufrido un leve descenso desde entonces. Ojalá no sigamos el ejemplo estadounidense en este terreno, pero hay indicios de que podría ser así. La Comunidad de Madrid lleva años asfixiando a sus universidades públicas, mientras proliferan las universidades privadas, creadas en ocasiones sin ninguna justificación académica o social. Parece un sinsentido estrangular lo público desde lo público.
eldiario
hace alrededor de 8 horas
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