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En el nombre del padre

En el nombre del padre
Lamentablemente, a la vista de los deplorables espectáculos que nos ofrecen a menudo sus señorías, son escasas las ocasiones que podemos apreciar el aspecto más noble de este oficio y hay que aprovecharlas Se habrían quedado pasmados de estar vivos. Los legisladores de tiempos pasados -griegos, romanos, godos y de las Cortes de Cádiz-, fueron testigos de un hecho inusual desde la cúpula del hemiciclo del Congreso de los Diputados. Nunca antes aquellas solemnes pinturas habían presenciado el llanto de una parlamentaria, vicepresidenta del Gobierno y portavoz de su grupo político, en pleno ejercicio de sus funciones. Yolanda Díaz representó con sus lágrimas y pucheros la verdad humana de la política al dejar salir su dolor con naturalidad, sin dramatismo pero sin reparos hipócritas. Frente a la tan habitual deshumanización de la política que chapotea entre detritus de los ataques personales más mezquinos, esta mujer nos recordó que quienes nos representan en la sede de la soberanía popular son personas comprometidas con el bien común y capaces de sacrificios tales como acudir a su puesto de trabajo para cumplir con su obligación horas después de la muerte de su padre. Su discurso destiló tanta pasión y verdad que reconciliaron al electorado de izquierdas con sus valores en el momento más crítico de los que ha vivido el Gobierno actual. Lamentablemente, a la vista de los deplorables espectáculos que nos ofrecen a menudo sus señorías, son escasas las ocasiones que podemos apreciar el aspecto más noble de este oficio y hay que aprovecharlas. Fue un pleno duro y difícil para la mayoría gubernamental que, no obstante, superó aliviada el trance, a pesar de la gravedad del caso Cerdán, por el voto de confianza de sus socios parlamentarios dispuestos, de momento, a seguir adelante con la legislatura aunque sea tapándose la nariz. El reparto de papeles entre los aliados funcionó con eficacia y exactitud. Con los puntales de Rufián y Díaz dibujando el nuevo panorama poniendo pies en pared ante la bronca montada en los escaños de los populares e infundiendo ánimos a la coalición para afrontar el futuro con mucha más pasión de la que le puso el jefe del Ejecutivo. Por añadidura, el presidente del Gobierno y el líder de la oposición también se jugaban mucho. A grandes rasgos, ambos consiguieron sus respectivos objetivos. Sánchez, porque demostró su cintura política, superioridad parlamentaria y control de la situación gracias a un nuevo acto de contrición y al uso de los datos objetivos que sepultan al PP bajo un alud de casos de corrupción. Feijóo, gracias a que consiguió representar a la única oposición posible al suplantar a la ultraderecha en la confrontación con el Gobierno. Le vimos competir en fondo y forma con Abascal por su comportamiento agresivo y hasta barriobajero, sobre todo en su violenta réplica que encaró con evidente nerviosismo en la mención a los negocios del suegro de Sánchez, que sonó como un escupitajo en tan respetable recinto. Con este salto cualitativo en el discurso de oposición para profundizar en la campaña de odio personal al líder del PSOE quiere impedir la sangría de votos del PP hacia Vox. Esa es la estrategia, ya apuntada en su congreso nacional y ahora rubricada en el Parlamento donde hemos visto como nunca que ya no estamos ante una mera cuestión de alternancia en el gobierno. Lo que se dirime es la elección entre la continuidad de una política socialdemócrata o un cambio brusco hacia la derecha más intolerante. Y ya no es un mero recurso retórico de campaña electoral. La ruptura de puentes de Feijóo con los nacionalistas moderados deja muy a las claras que ha quemado sus naves y apuesta decididamente por la radicalización. Por cierto, la táctica escapista de Santiago Abascal lo convirtió en alguien irrelevante en esta ocasión por lo que no sería de extrañar que, en el futuro, abandone esa forma de despreciar el debate parlamentario ausentándose del pleno, una vez proferidos sus exabruptos e insultos. Más allá de los resultados tangibles del pleno extraordinario sobre el grave caso de corrupción, el debate mostró una instantánea muy elocuente de la situación ideológica de España en la actualidad. Cada grupo parlamentario se expresó con su perfil particular, pero la Cámara se articuló en dos corrientes diferenciadas, política y generacionalmente, a favor y en contra de los principios sobre los que se han asentado las mayorías gubernamentales situadas en el centro desde que en 1978 se aprobó la Constitución. Generacionalmente, los baby boomers y sus coetáneos han votado y ganado elecciones desde la centralidad de un sistema que promete garantizar la defensa de las libertades públicas, medidas sociales para superar desigualdades y un capitalismo corregido con moderada intervención estatal. Hasta el partido heredero del franquismo evolucionó hacia ese modelo para ocupar la derecha y también el centro ideológico y así alcanzar el poder. Sin embargo, la realidad ha cambiado y debemos tenerlo en cuenta si queremos entenderla para conocer las nuevas reglas y jugar con éxito la partida. Los profundos cambios que ha traído el siglo XXI han transformado nuestras sociedades en sistemas cada vez más complejos en los que, curiosamente, tienen éxito recetas simples como solución a sus problemas: expulsión de millones de emigrantes, reducción de impuestos, recortes dramáticos del gasto público, privatizaciones, negacionismo de la violencia de género, prohibición de derechos individuales como el aborto, el matrimonio homosexual, etc. El populismo campa por sus respetos y la democracia pierde crédito progresivamente con la aparición de pulsiones autoritarias. A España todavía no ha llegado la ola reaccionaria que ya gobierna en otros países, pero la deriva ya resulta evidente. El crecimiento de Vox, sostenido en el tiempo y ganando adeptos entre los jóvenes, confirma que esa nueva forma de entender el mundo está entre nosotros. Porque, además, defiende sin complejos el franquismo de manera que los nostálgicos del régimen se sienten reivindicados mientras que los nativos digitales se creen todo tipo de bulos que banalizan la dictadura que ellos no conocieron y no pueden imaginar. La decisión del líder del Partido Popular, motivada por el miedo a Vox y condicionada por el ala más a la derecha de su organización (Aznar y Ayuso), le ha llevado a asumir principios y métodos de los que en otros tiempos se habría avergonzado. El contagio populista y la deriva derechista están servidos. Como dice Daniel Innerarity, “la sociedad es un conjunto de perspectivas mal avenidas” que la política debe articular adecuadamente eligiendo siempre la más adecuada en cada momento. Esa es la virtud de los grandes referentes históricos que han sabido acertar en las encrucijadas. Cuando Yolanda Díaz anunció a la Cámara “hoy subo aquí, en nombre de mi padre” reivindicaba los valores democráticos y el coraje político de Suso Díaz, el sindicalista y luchador antifranquista del que su hija heredó un fuerte compromiso con una política de izquierdas. Varias generaciones que compartieron los mismos objetivos de justicia social y defensa de las libertades conviven ahora con gentes más preocupadas por el corto plazo y partidarias de alternativas más espectaculares que realistas. No hay más que ver a Trump, Milei, Bolsonaro… para saber que las películas poco tienen que ver con la realidad y las promesas de un mundo mejor pueden llevarse por delante nuestro estado del bienestar, una convivencia pacífica, principios y libertades que hasta ahora hemos construido entre todos y todas. Frente a esa amenaza, la líder de Sumar pidió a Sánchez un giro a la izquierda y cambio de rumbo en el Gobierno para llevar al BOE buenas noticias porque “la ciudadanía está angustiada”. Pero Rufián, muy realista e informado, ya nos advirtió de que “la gente no lee el BOE. La gente mira el móvil”. Tendrán que empezar por ahí para ganar esa batalla porque nos va el futuro en ello.
eldiario
hace alrededor de 15 horas
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