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Las horas trabajadas de Carlitos Alcaraz

Las horas trabajadas de Carlitos Alcaraz
Si lo importante son las horas de trabajo, ¿por qué 40 y no más? ¿Por qué no 60? ¿Seríamos un país más productivo si la gente trabajase 80 horas a la semana? Aún mejor, ¿por qué empezar a trabajar a los 18 años en lugar de a los 12? Dice el presidente de la patronal que no cree que “Carlitos” Alcaraz entrene menos de 37 horas y media a la semana. Y a mí me da por pensar que este señor no solo es que no practique ningún deporte, es que debe vivir debajo de una piedra. Con la curiosidad que despiertan los atletas profesionales, ocurre que las horas que trabajan no son ningún secreto. Por ejemplo, los clubes de fútbol profesional entrenan 5 días a la semana en una o dos sesiones de hasta dos horas. El Real Madrid hasta retransmite sus entrenamientos. Un equipo olímpico de natación pasa entre 4 y 6 horas diarias en el agua, el ultracampeón de maratón Eliud Kipchoge corre unas tres horas al día y una búsqueda rápida devuelve docenas de estudios científicos en medicina deportiva que explican que los atletas profesionales entrenan desde 1 y 2 horas, como es el caso de los levantadores de peso olímpicos, hasta 5-6 horas diarias, como los nadadores de élite. Qué diría el presidente de la patronal si supiera que Cristiano Ronaldo, que es famoso por machacarse, solo entrena entre 3 y 4 horas diarias y se echa la siesta cinco veces al día. Me cuesta pensar que exista en el mundo del deporte profesional una jornada de 40 horas de entrenamiento porque todo lo que sabemos sobre fisiología del deporte dice que es mucho más importante entrenar con inteligencia que echar horas. Cualquier chaval de los muchos que frecuentan mi gimnasio le podría explicar al señor Garamendi que el descanso entre sesiones, o la concentración en la ejecución de los ejercicios es mucho más importante que el volumen de entrenamiento. Otra cosa que seguro que no hace Carlos Alcaraz es quedarse calentando la raqueta una vez que ha terminado su entrenamiento. Tampoco pretende estar ocupadísimo ni se queda a hacer horas extra por miedo a que su jefe piense que es prescindible y le despida. No creo que nadie le ponga reuniones a horas intempestivas para testar su compromiso con la empresa, ni que le hagan perder el tiempo en otras solo para que el director de algún departamento se sienta un señor muy importante.  Y si nadie le hace esto a los mejores deportistas es porque todo el mundo sabe, en realidad, que el esfuerzo por el esfuerzo es contraproducente: va contra cualquiera que quiera producir resultados en su trabajo. En mis casi 15 años como empresaria tampoco he conocido a ningún colega que se autoimponga por decreto trabajar 40 horas sin medir lo productivo que resulta su tiempo. Eso que Garamendi llama la “cultura del esfuerzo” es un cliché que ya solo se aplica en la guerra cultural en la que hemos convertido al trabajo asalariado, y que ha resultado ser completamente falso.  Solo hace falta estirar un poco más el argumento para descubrir que es un sinsentido: Si lo importante son las horas de trabajo, ¿por qué 40 y no más? ¿Por qué no 60? ¿Seríamos un país más productivo si la gente trabajase 80 horas a la semana? Aún mejor, ¿por qué empezar a trabajar a los 18 años en lugar de a los 12? Si lo que produce resultados es esa “cultura del esfuerzo” que consiste en echar más horas que el de al lado, ¿por qué no ponemos a trabajar a los niños con 8 años? Es evidente que no es así, al contrario: los países donde se trabajan menos horas (Dinamarca, Noruega, Alemania, Holanda) son los más ricos y los más productivos y los que tienen jornadas más largas (Camboya, Myanmar, Singapur, Bangladesh), son los menos. En general, la gente y las empresas que trabajan menos horas y dedican más tiempo a que esas horas sean muy productivas obtienen mejores retornos. Como ocurre en el deporte, en un mundo donde lo que importa son cada vez más los resultados, la eficiencia, la concentración, la orientación a objetivos, y no las horas de trabajo, son las que marcan la diferencia entre una empresa y otra, entre un país y otro, entre una sociedad y otra. Lo que es terrible es que la patronal en España, que podría impulsar un modelo empresarial distinto y de futuro, compre estos discursos más propios de un país en vías de desarrollo. Si una parte importante del tejido productivo sigue anclado a esos modelos de la baja productividad que heredamos de un tiempo pasado, es porque desde la CEOE insisten en ponerse de su lado.  En el medio nos quedamos muchos empresarios (más de los que piensas, seguramente) que no compramos este paradigma y que nos encontramos sin representación con esta patronal. 

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