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No copies a la extrema derecha

No copies a la extrema derecha
Uno de los errores estratégicos más graves que puede cometer una fuerza de izquierdas es adoptar el discurso de la extrema derecha, aunque sea con la esperanza de neutralizar los sentimientos reaccionarios presentes en ciertos sectores populares Uno de los errores estratégicos más graves que puede cometer una fuerza de izquierdas es adoptar el discurso de la extrema derecha, aunque sea con la esperanza de neutralizar los sentimientos reaccionarios presentes en ciertos sectores populares. La realidad es que esta táctica suele fracasar: quienes ya simpatizan con posiciones xenófobas no van a cambiar de bando, y el electorado progresista se desmoviliza al ver cómo su propio referente político abandona sus principios fundamentales. Hay precedentes de sobra. El reciente caso alemán, donde el SPD y los Verdes endurecieron su postura migratoria para frenar el ascenso de Alternativa por Alemania (AfD), solo sirvió para consolidar la narrativa ultra. Sin embargo, el nuevo gobierno laborista británico encabezado por Keir Starmer parece empeñado en tropezar con la misma piedra. Tras los recientes comicios municipales, los laboristas han optado por calcar el discurso nacionalista que culpa a los inmigrantes de casi todos los males. No es solo una concesión retórica: han anunciado nuevas restricciones a la inmigración legal, en un torpe intento por reconectar con sectores desencantados. Puede que el nuevo proyecto laborista anti-inmigración no tenga la crudeza abiertamente hostil de las normas aprobadas previamente por los tories, pero su lógica no es sustancialmente distinta. Lo más preocupante es que Starmer, abogado especializado en derechos humanos, no puede alegar ignorancia. Estoy convencido de que conoce a la perfección el sufrimiento y las dificultades por las que pasa la mayoría de los inmigrantes que se trasladan al Reino Unido en búsqueda de una vida mejor, contribuyendo de paso a hacer prosperar al país. El movimiento de Starmer es por lo tanto es deliberado, táctico y profundamente errado. El trasfondo cultural es conocido. Parte de la sociedad británica vive anclada en una nostalgia idealizada de su pasado imperial y keynesiano-fordista, donde el bienestar parecía reservado para las clases trabajadoras blancas. Esa visión distorsionada –porque siempre hubo un intenso conflicto, pobreza y desigualdad– se proyecta sobre el presente con una mezcla de ansiedad e inseguridad. Hay elementos propios de la política británica que se retrotraen al Brexit e incluso a su pérdida de lugar privilegiado en el siglo XX, pero también hay elementos comunes a lo que sucede en todo el mundo. Existe una parte de la sociedad atemorizada ante el futuro, pero es improbable que entrar en el mismo marco mental haga otra cosa que no sea reforzar el problema.  Tras una década de fuerte crecimiento de la extrema derecha pocas cosas están más claras que el hecho de que cuando las emociones dominan el debate público –sobre todo el miedo–, reproducir el marco de la extrema derecha no hace sino validarlo. De hecho, los laboristas no sólo tienen que cabalgar sus contradicciones, tratando de convencer a sus votantes progresistas de que esto tiene algún tipo de sentido, sino que también andan enredados en los medios de comunicación hablando de la inmigración en clave negativa, algo que consolida la percepción popular de que es el gran problema de la sociedad. Lo he señalado otras veces: en España la percepción de la inmigración crece siempre proporcionalmente a la cantidad de veces que algunos políticos se van a la frontera a hacerse fotos. En 2018, a mi mujer y a mí un tipo nos agredió al grito de “mételos en tu casa”, y en el juicio reconoció que venía exaltado tras ver en televisión cómo su país estaba siendo “invadido”. En aquel momento Pablo Casado y Albert Rivera competían cada día por ver quién decía la mayor barbaridad desde la valla de Melilla. No se trata de un debate racional, como es ya evidente para todo el mundo. Se trata de un clásico recurso nacionalista que convierte la anécdota en categoría y que elude todos los datos rigurosos que se pueden aportar. La verdad es bien diferente. Por ejemplo, uno de cada tres médicos del sistema público de salud británico (el NHS) es inmigrante. Lejos de ser una amenaza, la inmigración ha demostrado ser un motor de riqueza, cohesión y sostenibilidad económica, no solo en el Reino Unido sino en todos los países desarrollados. Sin embargo, el dato desaparece cuando lo que prima es el relato del miedo. La semana pasada tuve la fortuna de poder asistir a la representación de '14.4', la obra de teatro dirigida por Sergio Peris Mencheta y Juan Diego Botto y que interpreta magistralmente Ahmed Younoussi. La historia que se narra es la del propio Ahmed, quien cuando todavía era un niño, y tras varios intentos en los que se jugó la vida, llegó a España procedente de Marruecos. A diferencia de algunos amigos suyos, Ahmed pudo esquivar la muerte en el Mediterráneo, pero todavía sigue enfrentándose a la frontera del racismo. Al terminar la obra, los largos aplausos reconocieron no solo la calidad de la representación sino también las injusticias que asolan a quienes emigran buscando una vida mejor. Empatía y humanidad para un público de doscientas personas a lo sumo, y que apenas puede compararse con los millones de personas que son bombardeadas continuamente con mensajes xenófobos e inhumanos en los medios de comunicación y redes sociales. En efecto, la ola reaccionaria no se explica solo por el racismo estructural, sino también por una angustia social amplificada por los medios de comunicación y las redes sociales. Casos como el de la plataforma X, dirigida por Elon Musk, demuestran que hay actores tecnológicos con una agenda explícitamente reaccionaria que intervienen en la política nacional promoviendo el miedo, muchas veces mediante bulos y desinformación. X es una ventana a un mundo de odio, violencia y terror. No es la realidad, sino mera propaganda reaccionaria. ¿Qué puede hacer la izquierda? En este tiempo hemos aprendido que no basta con mejorar las condiciones materiales para frenar el auge reaccionario, pero sería ingenuo pensar que puede hacerse sin ello. No olvidemos que estas reformas anti-inmigración de los laboristas coinciden en el tiempo con las reformas anti-pensiones y con otros recortes en los servicios públicos del gobierno de Starmer, con lo que una lectura rápida concluiría que no hay ningún aporte progresista del nuevo gobierno. Y sin duda una sociedad atravesada por la precariedad, la soledad y la frustración es un terreno fértil para el autoritarismo, de modo que abordar esos problemas de fondo no resuelven de facto el problema, pero ayudan a hacerlo más manejable. En mi opinión, la izquierda no vencerá al monstruo convirtiéndose en una copia suya. Al contrario: solo tiene posibilidades si se mantiene fiel a sus principios, atreviéndose a enfrentarse al poderoso, no al pobre. 
eldiario
hace alrededor de 9 horas
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