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Pepe Mujica y la santidad

Pepe Mujica y la santidad
Resulta curioso y admirable que Mujica haya ejercido en los últimos lustros un amplio liderazgo moral y político desde Uruguay y sin ser un adicto a esas redes sociales que carga el diablo. Supongo que esto demuestra que el mundo no está tan idiotizado.Análisis - Mujica y lo que viene después A Pepe Mujica lo asocio con la santidad. La santidad no es para mí la fanática adhesión a un credo, religioso o no, sino el acuerdo entre lo que se predica y la vida que se lleva, entre la libertad propia y la solidaridad con los demás. Los santos son humanos, no divinos, y, por supuesto, pueden cometer pecados como el de la ira o el de la carne, pero procuran no prolongarlos. Es su condición de humanos que se esfuerzan por mejorar lo que los eleva a la santidad. En mi santoral, Pepe Mujica ocupa uno de los primeros lugares junto a Jean Jaurès, Buenaventura Durruti, Martin Luther King y Nelson Mandela. Soy ecuménico, ya lo ven, menciono a progresistas de distintas familias. Sé que todos ellos cometieron errores, cada cual los suyos, pero también sé que dijeron lo que pensaban, que este mundo es manifiestamente mejorable, e hicieron todo lo que estaba en sus manos para mejorarlo. Y, de una u otra manera, todos ellos procuraron que sus vidas fueran concordantes con sus ideas. El pasado martes, la parca, con la guadaña en ristre, terminó alcanzando a Pepe Mujica a sus 89 años. Él mismo había anunciado la proximidad de ese encuentro cuando le detectaron un cáncer de esófago. Lo había hecho con la serenidad de un vitalista que sabe que la cita con la parca es ineludible. Con la sabiduría de aquellos filósofos de la Antigüedad, pienso en Epicuro y Epicteto, a los que tanto se asemejaba en la claridad y hondura de sus reflexiones. Pepe Mujica dijo una vez que pobre no es el que tiene poco, sino el que quiere mucho. Lo precisó en otra ocasión de esta guisa: “No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje. Vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”. En esta idea, de resonancias machadianas, está lo esencial de su pensamiento. La libertad personal como valor supremo, como objetivo vital. Una libertad que no es posible si uno se entrega al consumismo desenfrenado, y, desde luego, no es justa si la mayoría de tus prójimos viven en la miseria. Fue guerrillero tupamaro y pasó por ello 14 años en la cárcel, donde aprendió que “si no puedes ser feliz con pocas cosas, no vas a ser feliz con muchas”. Luego hizo política clásica, consciente tanto de que su generación había querido cambiar el mundo y había sido derrotada, como de que ello no le impedía seguir luchando “para que la gente pueda vivir mejor”. Un objetivo modesto, sí, pero al alcance de la mano. Terminó alcanzando la presidencia de la República Oriental del Uruguay en 2010 y desde ese puesto mejoró su país e impartió un magisterio universal a las izquierdas del siglo XXI. Se puede ser pragmático a la hora de navegar por aguas procelosas sin dejar de soñar en Ítaca.  En sus cinco años de presidencia, Uruguay creció económicamente reduciendo a la par las desigualdades sociales, y se puso a la vanguardia de la ampliación de los derechos civiles en América Latina: despenalización del aborto, legalización del matrimonio entre personas del mismo género, regulación de la venta de cannabis… Caramba, el viejo guerrillero se había convertido en un estadista de éxito. Aún más, se había convertido en un filósofo. Pepe Mujica se empeñó en no cambiar su forma de vivir pese a ejercer la magistratura suprema de Uruguay. Siguió viviendo en su casa de campo, siguió conduciendo su baqueteado Volkswagen cucaracha, siguió teniendo como mascota a Manuela, su perrita de tres patas, siguió donando la mayor parte de su salario a causas solidarias. Era el presidente más humilde del planeta. “El poder”, decía, “no cambia a las personas, solo revela quiénes son verdaderamente”.  Resulta curioso y admirable que Pepe Mujica haya ejercido en los últimos lustros un amplio liderazgo moral y político desde Uruguay y sin ser un adicto a esas redes sociales que carga el diablo. Supongo que esto demuestra que el mundo no está tan idiotizado. Que todavía hay gente, aquí, allá y acullá, capaz de reconocer a alguien que habla con voz propia y dice cosas de sensatez milenaria. Alguien que demuestra que la sencillez es libertad, es poder. La nostalgia no era su territorio. Mujica no vivía mirando hacia atrás, porque “la vida es siempre porvenir y todos los días amanece”. Mujica vivía el presente y soñaba con el mañana. No le gustaban muchas cosas de hoy, como que la gente se tenga que ponga a correr para combatir el sedentarismo, se atiborre de pastillas para poder dormir, evite la soledad con la electrónica, sustituya las selvas de verdad por otras de cemento… Pero no daba ninguna de estas batallas por perdida. Tan solo se pierde cuando se bajan los brazos, decía.Javier “La única adición saludable es la del amor”, dijo Pepe Mujica cuando legalizó la marihuana como el mejor modo de combatir el narcotráfico. Sí, el amor no es patrimonio de los cursis, querido maestro. El amor a la humanidad y la naturaleza es cosa de santos, de los que creen en Dios y de los que no.
eldiario
hace alrededor de 7 horas
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