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No es un plan de paz, es un plan de negocio para Trump-a-Gaza

No es un plan de paz, es un plan de negocio para Trump-a-Gaza
Los palestinos no son las últimas víctimas del orden imperfecto de 1945. Son los primeros en experimentar en sus carnes el nuevo orden salvaje del tecnoautoritarismo Benjamin Netanyahu ha salido exultante de la Casa Blanca, con un plan de 20 puntos bajo el brazo. En realidad, no es un plan de paz, es un plan de negocio. Dará paso a la demolición total, la retirada de escombros y la construcción de lo que será, en una pequeña franja de tierra junto al Mediterráneo, el nuevo epítome del orden mundial: Trump-a-Gaza podría llamarse.  Los 20 puntos sólo constituyen la vestimenta diplomática para poner en marcha la promoción inmobiliaria. El plan de negocio detallado de este Trump-a-Gaza lo publicó The Washington Post este verano. Se llama The GREAT trust, acrónimo de Gaza Reconstitution, Economic Acceleration and Transformation trust. Según ese documento, EEUU recibirá en régimen de fideicomiso (trust) la franja para administrarla durante diez años. Allí desarrollará un proyecto inmobiliario, industrial y tecnológico que convertirá Gaza en un éxito empresarial. El plan filtrado a la prensa contempla, entre otras cosas: - Reubicar a la población entera de Gaza (los que sigan vivos para entonces) en otros países. Para convencerles de marcharse les darán 5.000 dólares en efectivo, además de pagarles cuatro años de renta y uno de alimentación. A los que no quieran salir se prevé llevarlos a lugares específicos del país que el documento llama “zonas seguras”, por lo que barrunto serán campos de concentración.  - Se prevé construir seis u ocho smart cities en Gaza, impulsadas con inteligencia artificial, para que la ilustración oscura de Sillicon Valley deje su huella y haga su negocio, que también son hijos de dios. - Los hombres clave de la operación, según el documento, serán Tony Blair y Jared Kuschner, el yerno de Trump. Nadie cercano a Trump quedará sin su tajada. La tecnología del siglo XXI da la mano al nepotismo imperial de la antigua Roma. En el nuevo orden tecnoautoritario, los palestinos no tienen nada que decir sobre su destino y el de su tierra (aunque se espera que se pronuncie una milicia terrorista en su nombre, como última forma de escarnio). Amputados y sangrantes, huérfanos y viudos de sí mismos, diluida en mugre su humanidad dentro del sepulcro que hoy es Gaza, los palestinos estorban al negocio. Representan lo que Agamben identificó como la nuda vida, el homo sacer: hombres y mujeres a los que sólo se incluye en el orden jurídico bajo la forma de la exclusión. Su desprotección es absoluta.  La tecnoautocracia que se está ensayando aquí es el futuro de la humanidad. Un futuro en el que los territorios no son lugares donde crecen y se desarrollan las personas, sino lugares donde crecen los edificios y se desarrollan las empresas. Porque, ¿qué sentido tiene liberar un territorio si no se pueden explotar después sus tierras raras? También las de Gaza están incluidas en el proyecto GREAT.  Teniendo en cuenta que en los últimos tiempos, Trump ha aumentado su patrimonio en 3.000 millones de dólares, según Forbes, el pelotazo de Trump-a-Gaza habrá de ser fabuloso para multiplicar más aún esas ganancias. Por otro lado, no deben apurarse quienes piensen que la tierra de Palestina ha de ser para los palestinos: ya se dice en el acuerdo de 20 puntos que se dejará a algunos gestionar algunos servicios públicos y municipios, siempre y cuando sean “tecnócratas y apolíticos”. Este será el requisito clave, no para tener éxito, sino para subsistir: o apolítico o a limpiar los condominios de los ricos.  No nos hagamos ilusiones pensando que por fin acabará el conflicto: los palestinos no son las últimas víctimas del orden imperfecto de 1945. Son los primeros en experimentar en sus carnes el nuevo orden salvaje del tecnoautoritarismo. Si nadie rescata las instituciones multilaterales y el derecho internacional, así nos querrán a todos: nada más que seres humanos, nuda vida con renuncia voluntaria o involuntaria a nuestro ser político, nuestra esencia social, nuestra humanidad compartida. Este es el programa de los tecnoautoritarios, para quienes la ciudadanía es un invento progre, como la democracia. Más aún, el liberalismo es otro invento progre, el humanismo también y la ética kantiana, una mariconada. Frente a tanta chorrada, ¿no brilla como un destino prometedor el privilegio de ser explotados por la mente más preclara del tecnoautoritaritarismo, cuya testa será pronto coronada con el Nobel de la Paz?

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