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Quién te aniquilará

Quién te aniquilará
Una consecuencia del nuevo lenguaje que vamos asumiendo como legítimo para la política es que cada vez es más difícil distinguir entre la broma irónica, memética, y la voluntad real de quien pasaría por encima de otro, de quien sería capaz de quitarle la vida De un tiempo a esta parte hemos incorporado en nuestro vocabulario, para hablar de ciertas interacciones, el concepto de hacer luz de gas: según el Diccionario de la lengua española, consiste en intentar que alguien dude de su razón o juicio mediante una prolongada labor de descrédito de sus percepciones y recuerdos. Lo preocupante es que no se trata solamente de un efecto psicológico: podríamos aplicarlo perfectamente a la actualidad política. Cualquier persona con dos dedos de frente es consciente de que, si hablas –primero– de prostitución (y de prostitución pagada por el Gobierno en las instituciones públicas) y –segundo– hablas de una tertuliana a la cual “se paga también desde una institución pública”, por mucho que no estés llamando directamente prostituta a la tertuliana, sí que estás connotándola, insinuando algo, asociando unas palabras con otras a través de una técnica tan vieja como lo es el montaje cinematográfico. Es lo que hizo Jaime de los Santos al referirse a Sarah Santaolalla. Negarlo después, claro, es un ejercicio político de luz de gas. Del mismo modo, si hablas de “empezar a cavar la fosa donde reposarán los restos de un Gobierno que nunca debió haber existido”, como hizo el secretario general del Partido Popular, Miguel Tellado, por mucho que no estés directamente llamando a enterrar a dirigentes políticos y gobernantes en una fosa común, sí que estás connotando y haciendo apelación a una memoria compartida, a lo que cimenta la historia de todo un país. La denotación y la connotación son conceptos que los niños aprenden en las clases de primaria de lengua castellana. Connotar es exactamente lo que hizo Tellado. Negar que esa connotación existe, después, es otro ejercicio político de luz de gas. Tiene su parte de dog-whistle o silbato para perros, y tiene también su parte de malicia: decir algo y luego negarlo por completo erosiona el terreno en el cual se negocia después cualquier realidad compartida, y compartir al menos una parcela de la realidad es fundamental para cualquier discusión o negociación política. Lo que pasa es que, en 2025, compartir la realidad empieza a dar igual. Cuando Trump dice que hay gente a la cual no le molestaría que hubiera un dictador, no está afirmando que él quiera convertirse en un dictador, pero sí que está insinuando e implicando ciertas cosas, que en algunos resonarán y que podrá negar de cara a la galería llamando exagerado a todo aquel que las señale. Ayuso no ha llamado terroristas a quienes protestan por la presencia del equipo israelí en La Vuelta, pero un poco sí. La administración de Trump jamás ha dicho que el Partido Demócrata sea una peligrosa organización casi terrorista, pero al terrorismo y a las amenazas para la seguridad nacional quizá sí que los ha vinculado. Y así hasta el ciclo infinito, hasta que se pare la rueda, mientras la discusión política se torna un ridículo insoportable: el de quienes dicen una cosa sottovoce para inmediatamente negar haberla dicho, como quien lanza el señuelo a ver si su presa pica. Un porcentaje preocupante de la actualidad política y el periodismo de declaraciones consiste exactamente en esto: en presas, cazadores y señuelos. Es un terreno en el que la gangrena política va, evidentemente, ganando, y por goleada. ¿Cuál es la consecuencia final de todo esto? Empezamos a normalizar una concepción política en la cual está bien, desde luego, querer cavar la fosa de un adversario que nunca tendría que haber existido. El contrincante político pierde por completo su legitimidad: ya no se trata de ganarle; el objetivo último no es la victoria electoral, sino su exterminio. La guerra y la anulación son las consecuencias de una lógica amigo-enemigo llevada hasta sus últimas consecuencias. Las ideas políticas son hoy enemigas mortales las unas de las otras, cada una aspirando a aniquilar a las demás; no es una dinámica de deliberación, pues su trasfondo es la selección natural. Si la política, a lo Clausewitz, es continuación de la guerra por otros medios, hoy ni siquiera se distingue del todo el lenguaje de estos dos ámbitos. ¿Qué pasa, entonces, cuando naturalizamos que se hable así en política, cuando aceptamos y vemos como tolerable la destrucción en el conflicto político de quien tenemos enfrente? Que las metáforas, las connotaciones y las insinuaciones definen el marco mental en el que trabajamos, y el lenguaje construye los límites de nuestra realidad. En 2019, Vox, directamente, colgó en sus redes una fotografía del Ayuntamiento de Madrid con los versos de un chotis franquista: “Ya hemos pasao’”; canción que continuaba, feliz y dicharachera, afirmando que Madrid “es hoy de yugo y flechas, es sonriente, alegre y juvenil”. Otra consecuencia del nuevo lenguaje que vamos asumiendo como legítimo para la política: cada vez es más difícil distinguir entre la broma irónica, memética, y la voluntad real de quien pasaría por encima de otro, quien sería capaz de quitarle la vida; en algún momento será imposible distinguir entre quien bromea con la muerte y quien lleva un puñal, y será la pregunta entonces, sin más, quién te aniquilará. El mundo que va quedando, entre medias, es siempre un poquito menos soportable. Intentemos, lenguaje a través, que no se vuelva insoportable del todo; intentemos también no ser cómplices, con el silencio, de quienes van instalando la idea de que es legítimo cavar fosas donde deponer los restos de los demás, aunque sean fosas metafóricas.
eldiario
hace alrededor de 19 horas
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