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Un Papa terrenal

Un Papa terrenal
El miedo a aparentar ser humanos no debería obstaculizar un camino emprendido por Francisco, que ha demostrado que la Iglesia tiene más incidencia cuando habla de lo justo en lugar de hablar de lo moral El Vaticano, un pequeñísimo estado que es el país de los católicos del mundo, tiene sus propias liturgias, sistema judicial (que gobierna un único juez), impuestos (sus 800 ciudadanos censados no pagan tasas) y un periódico (L'Osservatore Romano). Desde este miércoles elige también a su jefe de Gobierno, con un sistema poco democrático de voto limitado a 133 cardenales y que contempla pactos y segundas vueltas: aquí las listas no son cerradas y la papeleta no se deposita por convencimiento personal, sino por inspiración, supuestamente, del espíritu santo. Esta ceremonia de elegir Papa, en un país que tiene perfectamente organizados a los medios y que tiene amarrado el relato y el protocolo como pocos, empieza con las votaciones del cónclave, cuyo resultado acabará saliendo por una chimenea en forma de humo. Curiosa manera de hacer partícipe al mundo de una noticia histórica, a tiempo real, en una plaza atestada de gente, platós de televisión y recorrida por lianas de fibra óptica. La Iglesia se ha metido comunicativamente en el siglo XXI –los cardenales tienen móvil, utiliza redes y tuiter, hay emisoras de radio y televisión, hay enormes coberturas en directo– pero ha dejado deliberadamente intacto el ritual del cónclave, sabedora de que gran parte de su atractivo reside en esa anacronía intrigante. Los misterios vaticanos son todavía un poderoso imán y una fuente de atenciones e ingresos en películas, turismo y libros. El punto de partida del cónclave es que hay una parte de la jerarquía que quiere virar hacia algo distinto a Francisco, y no solo por la ideología. Los estudiosos, los elevados, los custodios de la doctrina de la fe, le achacan una especie de vulgarización y popularización excesiva, y reclaman más sutilezas y un Vaticano que dé una imagen más sofisticada y protocolaria, al que no pueda acceder cualquiera, una Iglesia que no se agache ni se manche de barro. Enfrente, quienes quieren profundizar en el camino que abrió Francisco, una madre iglesia que acoge y abre sus puertas, en la que los últimos son los primeros, más pegada al Evangelio de Jesús que a los trabajos intelectuales y reflexivos. Se rectifique o no el camino del último Papa, que dejó también su legado fúnebre –el papamóvil que será un hospital en Gaza, los empobrecidos en la escalinata en su último adiós, su entierro fuera del Vaticano–, parte de la Iglesia ha consolidado con él la idea de que hay unas urgencias y misiones terrenales que hay que atender antes que las sagradas escrituras, y ha aprendido con Francisco que los católicos, pero también los no católicos, escuchan y hacen valer la voz del líder espiritual cuando esta se acerca al mundo real. El miedo a aparentar ser humanos no debería obstaculizar un camino emprendido que ha demostrado que la Iglesia, con la voz de su Papa, tiene más incidencia cuando habla de lo justo en lugar de hablar de lo moral.
eldiario
hace alrededor de 6 horas
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