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El genocidio de los otros

El genocidio de los otros
Únicamente la complicidad abierta de Donald Trump y la indiferencia, cuando no el cinismo, de la UE permiten a Netanyahu mantenerse en el poder sobre una pila creciente de cadáveres. Es su genocidio y también el nuestro La historia no nos absolverá. Será cruel, pero justa con nosotros, los europeos, tan cultos y civilizados, y nuestros gobiernos, tan pulcros y ordenados. Más preocupados todos por los aranceles que les puedan caer a nuestro jamón, a nuestros zapatos, a nuestras bujías o a nuestras lavadoras, que por la vida y la mala suerte del entero pueblo palestino; los otros encerrados en el campo de exterminio al aire libre más grande del mundo. Allí no hay filas para entrar en las cámaras de gas, pero se les forma en colas del hambre con el mismo objetivo: poder matarlos por orden y con un sistema, a tiros o por inanición. Benjamin Netanyahu preside un gobierno roto y dividido que debería haber convocado elecciones hace meses, ha ido purgando a media cúpula militar a medida que la guerra viraba a cacería genocida, ha usado a los rehenes y sus familias para acallar y reprimir la creciente y mayoritaria protesta social y su economía de guerra hace meses que resulta insostenible. Únicamente la complicidad abierta de Donald Trump y la indiferencia, cuando no el cinismo, de la UE le permiten mantenerse en el poder sobre una pila creciente de cadáveres. Es su genocidio y también el nuestro. Hace tiempo que cruzamos la frontera de no hacer nada para pararlo y nos convertimos en cooperadores necesarios. Ni Netanyahu, ni el ejército israelí, ni la ciudadanía de Israel podrían hacerlo solos. Pocos indicadores de la miseria moral de nuestra complicidad que la comunidad internacional haya saludado como un éxito la pausa táctica anunciada por Netanyahu, con la excusa de permitir acceso limitado a la ayuda humanitaria, pero con el objetivo real de mejorar y actualizar esa máquina genocida en que ha convertido al ejército israelí. Úrsula Von der Leyen ha quedado con Donald Trump en uno de sus campos de golf en Escocia, a ver si se aquietaría con un impuesto imperial del 15%; convertido en una buena noticia gracias a la táctica negociadora del terror naranja. Antes rendía tributo el primer ministro de su graciosa Majestad, Keir Starmer. Ya nos ha puesto los siguientes deberes: deportar inmigrantes en masa sin proceso o garantía judicial alguna y derribar los molinos de viento por sucios y molestos. Si les hubiera convocado en una subasta de ganado, en la planta de moda joven del Corte Inglés, en la sala de espera de su dentista o en un puticlub también habrían acudido; listos para el servicio y en perfecto estado de revista. Pronto nos citará en las obras de construcción del resort en Gaza y acudiremos con regalos de bienvenida. Como buenos vecinos que tan solo quieren llevarse bien y hacer buenos negocios.

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