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Un castigo unilateral

Un castigo unilateral
El acuerdo no sólo nos retrotrae al siglo XIX, sino también porque incluye otras muestras de vasallaje, como es la transferencia de riqueza de la UE –ahora, colonia– a EEUU a través de la promesa de compra de gas natural licuado y material armamentístico Un Tratado asimétrico, dicen que es el de las tarifas comerciales entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE). Trump ha decidido todo lo que la UE ha acordado aceptar y hacer. No se ha mencionado lo que recibe la UE. No hay reciprocidad. ¿Cómo se puede justificar un acuerdo con un solo beneficiario? ¿Cómo se le puede llamar? ¿Un castigo unilateral? “Éste es el Día de la Humillación para la UE”. La frase es de un diplomático y la reproduce una periodista en Bruselas. Pero lo peor del acuerdo no es el 15% del impuesto a las exportaciones europeas a Estados Unidos, así en bruto, sin leer la letra pequeña. Tampoco la humillación recae en la ausencia de reciprocidad. Ni siquiera el escenario de este Tratado internacional, firmado en el campo de golf privado que el presidente Donald Trump posee en el Reino Unido, el complejo de golf “Trump Turnberry” en Escocia –“el mejor del mundo”, en sus propias palabras–, un escenario privado donde el presidente estadounidense, como dueño, partía con ventaja. Bruselas ni siquiera osó pedir que la reunión se celebrara en terreno “neutral”, al menos en alguna sede oficial del Gobierno británico en Londres. Lo verdaderamente importante es el cambio de paradigma que se ha sellado con un acuerdo que no se reduce a meras transacciones económicas o intercambios comerciales. La palabra clave es “geopolítica”. La ex ministra Arancha González Laya así lo denunciaba de forma contundente en unas declaraciones a un medio de comunicación al día siguiente del encuentro entre Ursula von der Leyen y Donald Trump: “Es una derrota geopolítica”. A lo largo de su entrevista usa sin ambages términos como “batalla”, “día de la liberación”, “la visión de la fuerza” o “el nuevo orden internacional”. Y así es, porque este acuerdo no sólo nos retrotrae al siglo XIX, con las políticas arancelarias impuestas por las potencias europeas a sus colonias, cuando España, Inglaterra, Holanda o Portugal imponían sus intereses comerciales para proteger a la metrópoli. Sino también porque incluye otras muestras de vasallaje, como es la transferencia de riqueza de la Unión Europea –ahora, colonia– a Estados Unidos a través de la promesa de compra de gas natural licuado (GNL) por valor de 600.000 millones de euros en los próximos tres años y la compra de material armamentístico por 857.000 millones de euros hasta el final del mandato de Trump. ¿Recuerdan el Joint White Paper 'Rearm Europe 2030'? Ésta es la cantidad de la que se hablaba cuando defendíamos endeudarnos para defendernos. ¿Nos viene de nuevas y por sorpresa? No. Ya en 2016, el presidente Trump entró en tromba en su primer mandato con la amenaza de imponer nuevos aranceles a los productos europeos –que cumplió–. También amenazó a su declarado rival, que no enemigo –aún–, China. Y lo persiguió con la nueva Ruta –comercial– de la Seda, de la que tuvimos que salirnos casi todos los países de la Unión, y con el 5G de Huawei, del que también nos salimos bajo amenaza trumpista. Ahora la Comisión Europea le ha recordado al presidente español, Pedro Sánchez, del “peligro chino” para el uso de este sistema en las grabaciones judiciales. Pero echemos la vista atrás para encontrar el origen de esta prohibición… Y recordemos que Trump no está solo en este acuerdo. La dependencia del gas estadounidense en sustitución del gas ruso viene de lejos. Y la Administración Biden lo llevó a cabo de forma magistral. Sólo hay que rememorar la rueda de prensa del presidente Joe Biden y el canciller alemán Olaf Scholz en Washington el 8 de febrero de 2022, poco antes de la invasión rusa de Ucrania. “Si Rusia invade, ya no habrá un Nord Stream 2, le pondremos fin”, declaraba Biden seis meses antes del sabotaje que hizo explotar el gasoducto que unía Rusia con Alemania por vía marítima. Y añadía: “Creemos que podemos sustituir una parte significativa”, refiriéndose al gas que obtenía la UE de Rusia“. Y ésta es la cuestión. Scholz calló. La puntilla nos la ha clavado la presidenta Ursula von der Leyen, cuyo segundo mandato está siendo decepcionante, por hablar de forma eufemística. Ni siquiera se ha molestado en seguir negociando hasta el 1 de agosto, fecha límite impuesta por Trump. Bien es cierto que su comisario de Comercio, Maros Sefcovic, le viene avisando de que no podían arriesgarse a que las demandas maximalistas del otro lado del Atlántico llegaran in extremis al 30% de la amenaza inicial. La presidenta de la UE, por tanto, habló de forma ambigua de “reequilibrio comercial” y de “prosperidad compartida”, cuando se le preguntó sobre las concesiones de Estados Unidos. No obstante, la genuflexión llega en el momento de su declaración pública tras el acuerdo, con estas palabras (y volvemos al gas): “El GNL procedente de EEUU es más asequible y mejor”, declaró Von der Leyen ante la prensa desde Escocia, no sabemos si con la boca pequeña. O sea, el GNL que llega desde el otro lado del Atlántico es más barato que el que llega del gasoducto vecino, es decir, el gas ruso. Preguntas: ¿Tiene Estados Unidos capacidad para abastecer a toda la UE con GNL, siendo que necesita nuevas instalaciones para licuar el gas en origen? ¿Tiene la UE suficientes plantas regasificadoras en destino y los subsiguientes gasoductos para distribuir el gas norteamericano desde la costa hasta el corazón de Europa? No. Sólo España los tiene, porque el gas ruso nunca ha cruzado los Pirineos.
eldiario
hace alrededor de 22 horas
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