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Un baño de realidad para la UE

Europa ha firmado un mal acuerdo comercial con Estados Unidos . No porque lo diga la izquierda, ni porque lo denuncie la derecha, ni porque lo griten los fabricantes de acero, vino o automóviles. Lo es porque en términos objetivos impone aranceles del 15 por ciento a la mayoría de las exportaciones europeas, no resuelve las barreras al acero y el aluminio, compromete a la UE a compras millonarias de gas y petróleo estadounidenses y promete inversiones que probablemente nunca se materialicen. Todo ello sin un tratado formal ni garantías jurídicas. Solo una foto en Escocia y comunicados vagos. Y, sin embargo, ha sido el mejor acuerdo posible. No porque sea justo, sino porque la alternativa era peor. Europa ha preferido ceder en lo comercial para mantener abierta la relación trasatlántica en asuntos más urgentes y peligrosos. Porque lo que está en juego no es solo el precio del aceite de oliva o de los automóviles alemanes, sino la guerra en Ucrania, la crisis de Gaza, el acuerdo nuclear con Irán y, en última instancia, la estabilidad del orden atlántico. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lo resumió con una fórmula reveladora: «Estabilidad y previsibilidad», dos palabras que definen la posición europea en un mundo donde ya no se puede dar por sentada la alianza con Estados Unidos. Porque Trump no es un socio, es una variable. Impredecible, volátil, pragmático solo en función de su interés inmediato. Y frente a esa lógica transaccional, Bruselas ha optado por el apaciguamiento comercial para intentar mantener la cooperación política. No todos los líderes europeos lo ven con la misma resignación. El primer ministro francés, François Bayrou , ha denunciado el pacto como un acto de claudicación moral: «Es un día sombrío cuando una alianza de pueblos libres decide someterse al vasallaje». También es cierto que a Francia ya no le gusta ningún acuerdo comercial, como demostró con Mercosur. Frente a esa visión, el canciller alemán, Friedrich Merz, defendió el pacto: «Un conflicto comercial habría golpeado duramente a nuestra economía exportadora» La tensión entre ambos refleja una UE dividida en lo esencial: cómo responder a la presión estadounidense sin perder la dignidad estratégica. El acuerdo es, en el fondo, un gran baño de realidad, una confrontación con los límites del poder europeo en un mundo que ya no premia la multilateralidad ni el apego normativo. En Bruselas pueden redactarse grandes reglamentos, pero en Escocia se ha demostrado que, cuando el poder se ejerce sin complejos, las reglas ceden ante la fuerza. Europa puede tener razón en lo económico, pero Trump tiene la palanca política y la agresividad comercial. Y ha sabido usarlas. La UE ha cambiado de prioridades. Hace cinco años, la batalla habría sido arancelaria. Hoy es geopolítica. Esta vez, el acuerdo mantiene fuera del fuego cruzado a sectores clave como la aeronáutica o los semiconductores, pero deja tocadas a farmacéuticas, siderurgia y automoción. Y consagra el 15 por ciento como 'nuevo mínimo' para negociar con EE. UU. Europa se autoengaña al presentar este pacto como necesario. En realidad, ha renunciado a defender su autonomía a cambio de una esperanza política incierta. Nadie garantiza que Trump mantenga su palabra. Basta con ver a Canadá y México, ya de vuelta en la mesa de negociación. El error no ha sido pactar, sino llegar hasta aquí en estas condiciones. La verdadera rendición no es comercial, es estratégica. Por eso este acuerdo debe leerse como una señal de alarma.
abc.es
hace alrededor de 15 horas
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