cupure logo
losquedelporunasánchezparaautónomosdigitaltrump

Gaza, espejo del mundo sin reglas

Gaza, espejo del mundo sin reglas
Lo que Gaza muestra con sangre es que las normas que pretendían limitar el poder de las naciones han sido reemplazadas por la lógica pura de la fuerza, un escenario que se promueve directamente desde Estados Unidos y la administración TrumpDos años del 7-O: Israel pierde la batalla que más le importa El destino de la flotilla Global Sumud, que intentaba llevar ayuda humanitaria a la población desplazada por la invasión israelí, fue el previsible: un asalto ilegal en aguas internacionales por parte de Israel. Por fortuna, y a diferencia de lo que había pasado en 2010, no hubo que lamentar muertos. No obstante, los testimonios de los detenidos hablan de humillaciones y malos tratos. Tampoco sorprende, ya que el propio ministro de Defensa israelí había calificado a los activistas de ‘terroristas’ y así se lo hizo saber personalmente mientras estuvieron en prisión. La violencia y el desprecio por el derecho ya no se ocultan; se reivindican. La pregunta que siempre sobrevuela episodios como este es inevitable: ¿por qué puede Israel violar sistemáticamente la legalidad internacional con total impunidad? No se trata solo del asalto a la flotilla. Israel desacata las resoluciones de la ONU desde hace décadas, y ahora ignora deliberada y orgullosamente a la Corte Penal Internacional, que ha ordenado el arresto de Benjamín Netanyahu por crímenes de guerra y de lesa humanidad. Además, durante las últimas intervenciones en Gaza no ha escondido que los representantes de diversos organismos de la ONU y organizaciones humanitarias se han convertido también en objetivos militares directos. Quizás como síntesis de este espíritu, hace un año Israel declaró persona non grata al secretario general de la ONU, prohibiéndole también la entrada al país. Israel puede hacer todo esto porque cuenta con el apoyo, prácticamente incondicional, de Estados Unidos. Pero un análisis más completo nos obliga a añadir un punto más siniestro en el horizonte: estamos asistiendo al rápido desmoronamiento del orden internacional liberal y en ese proceso Israel es la punta de lanza. Gaza marca simbólicamente el fin de las instituciones que encarnaban la idea de que las reglas, el derecho y las instituciones internacionales podían y debían limitar el poder. En ese sentido, la impunidad de Israel no es una anomalía, sino el reflejo más nítido de un mundo donde las reglas del orden liberal han dejado de tener valor alguno. Lo que Gaza muestra con sangre es que las normas que pretendían limitar el poder de las naciones han sido reemplazadas por la lógica pura de la fuerza, un escenario que se promueve directamente desde Estados Unidos y la administración Trump. El declive del orden internacional liberal Como se sabe, el orden liberal construido después de la II Guerra Mundial fue gestionado y administrado por Estados Unidos. Como Inglaterra había hecho un siglo antes, las instituciones creadas no respondían al interés universal, sino a los intereses específicos del actor dominante y a su ideología pro-libre mercado. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) componían lo esencial de la pata económica, mientras que otras instituciones como la OTAN eran la pata militar. Sin embargo, aquel era todavía un mundo de guerra fría y bipolar, donde el lado comunista tenía sus propias instituciones, como el Comecon o el Pacto de Varsovia, también al servicio del actor dominante, la Unión Soviética. Fue la disolución de la URSS la que desencadenó lo que George H. W. Bush llamó un «nuevo orden mundial». A partir de ese momento la estrategia de Estados Unidos fue incorporar al orden liberal a sus principales adversarios, Rusia y China, así como al resto de países que habían estado fuera de su influencia hasta entonces. Aunque Estados Unidos siempre se reservó una carta de privilegio para ignorar sus propias reglas, como ocurrió con la guerra de Irak de 2003, oficialmente se promovía un multilateralismo de escaparate que operaba como límites reales para el resto de los países. Si los intereses de Estados Unidos no estaban afectados, las Naciones Unidas tenían margen para jugar su papel. Ese ha sido el mundo de los últimos cuarenta años, uno en el que casi todos los abusos podían denunciarse e incluso corregirse a través de las instituciones internacionales (que incluyen, por cierto, a la Unión Europea). Por otro lado, las nuevas reglas económicas, inspiradas en el neoliberalismo, promovieron una nueva globalización, con acentuados cambios en la división internacional del trabajo. El resultado de esos esfuerzos fue que China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC), que sustituyó al GATT, en 2001, y Rusia lo hizo en el año 2012. Sin embargo, esa misma participación en el orden económico internacional, junto a la utilización del Estado y la planificación, permitieron a China un desarrollo industrial que ha ido socavando la hegemonía económica de Estados Unidos.  En efecto, hoy China es la primera potencia industrial en muchos segmentos de tecnologías avanzadas, lo que desde la era de Obama ha despertado la preocupación de Estados Unidos. Nos encontramos en plena guerra por la hegemonía económica mundial. Hoy, esa guerra atraviesa tecnología, energía, minerales críticos e inteligencia artificial. Pero no comenzó con Trump: las medidas arancelarias, las sanciones, los vetos tecnológicos y los controles de inversión se mantuvieron —y ampliaron— bajo Biden. Lo que resulta novedoso es que el movimiento MAGA y el propio Trump considera que el proyecto de orden liberal de los presidentes anteriores fue un fracaso, y que el multilateralismo oficial sentó las bases del desgaste del poder estadounidense. Para él, todo este diseño debido a los ‘globalistas’ es parte del problema. En consecuencia, Trump ha recuperado la tradición neomercantilista de Alexander Hamilton y Henry Carey, quienes fueron los ideólogos del ‘ascenso’ de Estados Unidos a potencia hegemónica global. Como entonces, Estados Unidos ya no defiende multilateralismo alguno, sino solo un bilateralismo que permita crear condiciones de privilegio a su país.  Como consecuencia, la era del libre comercio y de las instituciones globales ha dado paso a un proteccionismo nacionalista, sostenido por sanciones y chantajes bilaterales. Lo que antes se llamaba ‘multilateralismo’ hoy se reduce a la imposición de Washington sobre aliados cada vez más humillados. La hegemonía liberal se ha transformado en hegemonía coercitiva. Israel: vanguardia del nuevo autoritarismo global En este contexto, los dirigentes más ultras de Israel han encontrado una ventana de oportunidad para desplegar sus deseos más oscuros. La internacional reaccionaria se articula en torno a un mismo repertorio: nacionalismo étnico, culto a la fuerza, desprecio por el derecho internacional y religiosidad identitaria como coartada moral. La persecución interna de Trump ante el “enemigo interior”, la deportación arbitraria de inmigrantes, el asesinato a sangre fría de supuestos contrabandistas de poca monta, la negación de la ciencia, y la violencia política agitada en el país, son la otra cara de la moneda del genocidio israelí. Israel no es una anomalía, sino el laboratorio donde se ensaya el nuevo mundo sin reglas, con vigilancia total, guerra permanente, religión como legitimación política, y desprecio absoluto por los derechos humanos. El nuevo paradigma de dominación que emerge en el siglo XXI se define por la combinación de gobiernos identitarios, gran presencia del Estado en la economía, represión política sistemática contra los elementos críticos y tecnologías avanzadas de control social. Como ha señalado Paolo Gerbaudo, el populismo reaccionario surge como respuesta al fracaso del neoliberalismo y se articula en la intersección entre la necesidad de protección y la obsesión por el control. En un contexto de crisis ecosocial y de descomposición del orden liberal, estas nuevas fuerzas ya no buscan legitimarse mediante la promesa de la prosperidad, sino a través del miedo y la seguridad. Lo que vemos en Gaza no es una anomalía del presente, sino el anticipo del mundo que viene. Por eso no sorprende la alianza con la extrema derecha europea. Israel ya participó en el congreso de reaccionarios de VOX en primavera del 2024, y hace unos días un ministro israelí invitó oficialmente al reconocido fascista anti-inmigración Tommy Robinson a visitar su país. En realidad, la alianza tiene sentido dentro de la respuesta populista reaccionaria a la globalización neoliberal, que da rienda suelta a la crueldad en todas sus formas.  En suma, Gaza no es solo una tragedia sino es el espejo donde se refleja la ruina de un orden que pretendía fundarse en la ley y los derechos humanos. Hoy, muchos de quienes durante décadas dictaron lecciones de moral universal guardan silencio ante un crimen cometido a la vista del mundo entero. Pero cuando el derecho muere, surge también la urgencia de una nueva legitimidad. Que no sea la que impongan los reaccionarios dependerá de nuestra capacidad para dar la batalla política y moral. Es fácil caer en el desánimo, pero no podemos permitírnoslo. Las izquierdas, y todas las personas comprometidas con la tarea de construir sociedades justas, democráticas y sostenibles dentro de los límites del planeta, tendremos que sumar fuerzas, cruzar fronteras y volver a creer que otro mundo puede levantarse sobre las ruinas de éste. 

Comentarios

Opiniones