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Si te esfuerzas mucho, lograrás los sueños de tu jefe

A mí me resulta curioso que precisamente sea el sector del ocio el que más tiempo de ocio necesita consumir de sus propios trabajadores para poder funcionar Hará un par de años, mi compa Israel Merino publicó ‘Más allá de la noche’, un libro compuesto por cuatro crónicas en las que trataba de cubrir la cara oculta, no por invisible sino por ignorada, de algunos de los empleos más precarizados de la noche en Madrid: un rider, una prostituta, una camarera y un camello. Antes de leerlo, con aquella premisa en mente, pensé que el testimonio más duro sería, sin dudas, el de la prostituta -no perdáis la ocasión de echarle un vistazo, merece la pena-, por razones evidentes; si eso, igual de sórdida debía de ser la historia del camello, pero todo fue antes de empezar a leer el libro. Fue, sin embargo, la crónica de la camarera la que me dejó los nervios como el rosario de la aurora; treinta y pocos años, a cargo de su madre y de una hija pequeña, volvía a casa tan tarde que ya era otro día, exhausta y consciente de que su vida solo podía ir a mejor. Poco tiempo después, caminando con Isra una noche por Madrid, comentaba que este o aquel sitio podían abrir hasta las tantas por tener licencia de churrería, o sea, que disponían de un salvoconducto para prolongar su actividad hasta pasada la madrugada o incluso abrir cuando todos los demás cierran. No seré yo quien se queje de que haya sitios a los que ir mientras quede popper en el bote, pero entiendo que estas triquiñuelas con la licencia también irán aparejadas de otras triquiñuelas con trabajadoras como la de ‘Más allá de la noche’. La hostelería es un negocio tan antiguo que se rige por sus propias normas. Es algo que nos vuelve a todos locos, mirad a Pablo Iglesias: abandonó su puesto de vicepresidente para enfrentarse a una tipa cuya única propuesta electoral era salvar a los hosteleros; perdió y se acabó haciendo hostelero. Pero esto es solo un ejemplo, que diría mi abuela Carmen, sin maldad ninguna. La hostelería es un mundo aparte y los hosteleros -muchos hosteleros- son también otra cosa aparte. Porque los hay de muchos tipos: desde mi tío Antonio, que sin tener empleados se pasó setenta años llevando su local él solo, a ese iraní sinvergüenza que me dejó a deber una nómina en el kebab en el que trabajaba; en cierto ala de ese sector se encuentran los hosteleros con alma de poeta que acaban, por pura inercia de su narcisismo, llamándose chefs. Hidrogenar berenjenas y hacer una trimestral no te convierte en un ser superior. No puedes ir de artista por la vida si tu epígrafe del IAE es el de comercio y hostelería. Esta semana, Dabiz Muñoz -¿existe un antónimo de sorprender?- con unas declaraciones en las que afirmaba que “la jornada de 40 horas semanales no es suficiente” y que para alcanzar tus sueños tienes que hacer sacrificios. Lo peor de todo es que tengo que darle la razón, porque en muchos casos, lograr una meta requiere mucho más tiempo. El problema es que, cuando este satraparrilla de tres estrellas Michelín habla de alcanzar tus sueños, se refiere por supuesto a los suyos. A mí me resulta curioso que precisamente sea el sector del ocio el que más tiempo de ocio necesita consumir de sus propios trabajadores para poder funcionar. Vamos de lleno a un mundo en el que los camareros, como diría Aída dos Santos en Hijas del Hormigón, sirvan platos que jamás podrán probar; ya ni siquiera por falta de dinero, sino por falta de tiempo. Estamos en una etapa del capitalismo rara. A los empresarios ya no les basta con explotarnos, sino que ahora están empeñados en hablar todo el rato de sus sentimientos. Han petado internet de vídeos en los que nos cuentan su día a día, nos enseñan sus morning routines, se nos cuelan los anuncios hechos para ellos en las timeline a todas horas. Pero la cosa no acaba ahí. Decía el otro día en Twitter @nevachange73121 que el capitalismo hizo imposible el trabajo artesanal solo para poder posteriormente reutilizar su estética y ethos, y de paso quintuplicar los precios. Esto lo comentaba a colación de una panadería en Chamberí, viral estos días, que vende humo escrito con inteligencia artificial por 3,5 euros y te regala una barra de pan. Es gente que llama ‘drop limitado’ a una hornada de pan porque están consumidos por el artificio del consumo industrial. Dabiz Muñoz quiere que curres más. Y no es el único. Ahora hay muchísimos empresarios empeñados en sustraer también la plusvalía emocional del trabajo. Ya ni siquiera curras por tus cumplir tus propios sueños. Ahora, trabajas para hacer crecer un proyecto que es el sueño de otro y en el que tú eres sustituible. Unos protagonizan y otros son atrezzo.

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