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Cantos de sirena

La literatura clásica es aquella a la que siempre hay que volver. Alguien dijo que los griegos no eran más listos que nosotros, sino que llegaron antes y, por eso, fueron los primeros en tratar los problemas. Regresemos al libro de viajes por excelencia, aquel que inicialmente nos condujo por el mundo culturalmente primigenio, la Odisea . En el canto XII Ulises, perdido entre las islas mediterráneas con su voluntad de regresar a Ítaca, y una vez advertido por la maga Circe del ineludible encuentro frente a la cueva de Escila y el risco de Caribdis, con las temibles sirenas, decide escuchar su canto. El peligro que corre es conocido pues la voz y la canción (el poema no se refiere a la música) son reputadas, no solo de gran belleza, sino de una beldad enajenadora capaz de arrastrar al navegante. El resultado no puede ser sino la muerte y, por eso, «la playa está llena de huesos y de cuerpos marchitos con piel agostada». Es irresistible el arrebato porque quien escucha el canto marchará contento con las sirenas pero sin duda hecho un sabio, pues conocerá todo lo que sucede en el amplio universo. He traducido y resumido los versos 187 a 192 del canto XII más literaria que filológicamente para mayor claridad. De aquellos monstruos femeninos, mujeres-ave en la Antigüedad, mujeres-pez desde la Edad Media, importa la canción, lo que dicen, porque sin duda lo que prometen no es el placer estético, sino el conocimiento. Y esto es muy importante. La tradición, a la vez que conducía las mujeres-pájaro hacia la piscifactoría, ha ocultado la importancia de la palabra, tal vez porque en la cultura hebraico-cristiana el verbo está muy determinado y se escribe con mayúscula: el Verbo. Todos conocemos la invención salvadora que Circe trasmite a Ulises: se debería atar al mástil de la nave, mientras sus marineros tendrían que taparse los oídos con cera y recibir la orden taxativa de no desatarlo. Así el héroe podrá escuchar a las sirenas pero, como no marcha con ellas, no llegará a alcanzar el conocimiento fundamental. Experiencia comparable viven los aventureros al mando de Jasón cuando, según se narra en el canto IV de 'El viaje de los argonautas'; están a punto de entregarse a la sirenas y se salvan porque Orfeo empieza a cantar tan fuerte que –dice Apolonio de Rodas a través de Carlos García Gual– «dominó la voz de las doncellas». García Gual tiene un libro precioso sobre las sirenas y José Manuel Pedrosa publicó un largo y erudito ensayo pero siempre he echado de menos una reflexión sobre la naturaleza de su verbo. La historia de la filosofía y la historia de la literatura ofrecen numerosas afirmaciones que buscan tender un puente entre lo conocido y lo incognoscible a través de los lenguajes. San Dionisio, el pseudo-areopagita, entendía que el principio de la materia divina sólo era accesible a través de símbolos, lo que es el fundamento de la mística. Y es que sólo la poesía permite entender lo que está más allá de la tumba. Los poetas románticos fueron los más preocupados por los orígenes y el destino del ser humano, de dónde venimos y a dónde vamos. Goethe le hace decir a Fausto en su primer parlamento: «¿Fue un dios quien escribió estos signos que calman mi íntima inquietud […] y descubren los poderes de la naturaleza?». Y Alphonse de Lamartine, en la segunda de sus 'Lamentaciones', afirmaba que, huyendo con su alma por medio de la naturaleza, «j'ai cru trouver un sens à cette langue oscure» (creí encontrar sentido a esta lengua oscura). Pero serán Charles Baudelaire y Gustavo Adolfo Bécquer quienes definitivamente se referirán al posible conocimiento de la lengua perfecta (tema sobre el que Umberto Eco escribirá un libro, aunque no los cite). El francés, en su poema 'Correspondencias', explica que la naturaleza, esa naturaleza entendible como 'la creación', entrevista por Goethe y Lamartine, es como un templo del que escapan a veces palabras confusas, símbolos que muestran la unidad del mundo y expresan lo infinito. El español asegura, en la Rima I, conocer el himno gigante y extraño que responde a una aurora (¿o a la aurora absoluta y primera?); la función del poeta debería ser transmitirlo, pero resulta imposible, «en vano es luchar que no hay cifra capaz de encerrarlo». De ahí la idea fundamental de que la gran poesía persigue expresar lo inefable, por mucho que se amarre al mástil de lo cotidiano, como en Juan Ramón Jiménez, como en José Ángel Valente, por citar dos ejemplos españoles modernos. El verbo auroral no podía ser otro que, según el Génesis, aquel que el Dios creador enseñó a Adán y luego borró del mundo en Babel (¿como castigo?, ¿como necesidad mítica de que el discurso no alcance a transmitir la verdad última del mundo?). En Babilonia, la lengua sería ya un parloteo sin comunidad de sentido que se denominó pluralidad. Herder observó que lo importante no era qué se habló después de Babel, sino qué se hablaba antes. Y antes sólo pudo hablarse, deducimos del discurso bíblico con todas sus contradicciones, sino la lengua otorgada por Dios y que, por definición, tenía que ser perfecta. Una lengua perfecta debe comunicar la verdad absoluta, el conocimiento primero y último por lo que, necesariamente, hace inútil la vida. Míticamente, para que la creación continuase, era preciso instaurar la muerte (y, en la Biblia, antes, el pecado), y con ella el desconocimiento de la verdad absoluta. El canto de las sirenas responde a esa lengua prebabélica, pertenece a un discurso que busca mitificar los orígenes y la vida presente. La sirenas pronunciaban la lengua perfecta, paralela a la adánica, la palabra idónea para responder a las preguntas mayores, capaz de explicar la existencia. Pero, como he dicho, más allá del conocimiento absoluto no puede continuar la vida. En Babel podemos suponer que no se castigó a la humanidad, se la dejó vivir aunque fuera en el saber insuficiente. Desde el mundo contemporáneo no sé si podemos echar de menos la lengua perfecta. Al fin y al cabo es un recurso mítico. Pretende explicar lo que es racionalmente incomprensible. Desearíamos, con toda seguridad, que la lengua que nos queda , aunque insuficiente, no se descompusiese más, que la sociedad y su política no pretendan amarrarnos al mástil para obligarnos a escuchar un canto que tan solo es el boceto de una caricatura y que denominamos 'cantos de sirena'.
abc.es
hace alrededor de 10 horas
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