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Resistir sin odiar

Resistir sin odiar
La ira es legítima. Pero existe un riesgo real en esta escalada de odio fascista si nos dejamos arrastrar por la lógica del enemigo, del “nosotros contra ellos”. Existe el riesgo de que el odio también se instale dentro de nosotras Transformar la rabia en poder sin replicar la violencia del sistema. Defender la diferencia, la ternura y el cuidado como potencia de cambio frente a la lógica del enemigo, la retórica del odio y la intoxicación del miedo. Apostar por la convivencia, frente a la violencia y los escenarios apocalípticos que nos paralizan y hacen sentir que todo está perdido. No todo se acaba, eso es lo que nos quieren hacer creer. Pero, entonces, qué hacer. “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”, decía Audre Lorde. Pero a efectos prácticos cómo resistir cuando la impotencia y una indignación infinita nos sobrepasa al observar cómo triunfa la crueldad y la manipulación del fascismo. Al observar lo que pasa en Gaza. Ante esta espiral de crueldad despiadada a la que asistimos (y nos dejan asistir) existe un riesgo claro que en realidad es un desafío. Es fácil odiar a quienes usan la violencia y promueven el odio contra inocentes. Es humano sentir horror y despreciar a quienes desprecian y golpean la vida ajena chuleando con impunidad su abuso de poder y sus crímenes.  La ira es legítima. Pero existe un riesgo real en esta escalada de odio fascista si nos dejamos arrastrar por la lógica del enemigo, del “nosotros contra ellos”. Existe el riesgo de que el odio también se instale dentro de nosotras y contamine nuestras formas de estar, de nombrar, de luchar, de comunicar…  Nuestra genealogía defensora de los derechos LGTBIQ+ y feminista insiste en una idea: resistir desde la esperanza. Estas fueron las palabras de Ángela Davis el mismo día que Trump tomaba posesión en la Casa Blanca, pero también lo fueron de Harvey Milk cuando decía que “la esperanza nunca se callará” porque esta esperanza significa defender la dignidad humana sin perder la propia, sin caer en la lógica de la venganza que tan poco tiene que ver con lo que pasa en realidad y con las cosas que hace la gente. Qué cansado resulta escuchar y leer las noticias, las tertulias y los programas que solo hablan de la macro-necro-política. Qué manera tan hábil de envenenar el ánimo colectivo.  Urge resistir y visibilizar la resistencia que ya se da desde otros lugares que repolitizan la cotidianidad y son capaces de, como explica Silvia Rivera Cusicanqui, “tejer un espacio de encuentro y de creatividad que permita a diferentes personas desarrollar su individualidad, pero, a la vez, latir con el pulso colectivo”. Espacios que interrumpen el rodillo de la lógica del enemigo, la retórica del odio y la intoxicación del miedo que quiere destruir nuestra convivencia y nuestra conciencia. Espacios que nos permiten mantener la mirada humana que no ve al diferente como alguien sospechoso o monstruoso, e incluso nos enseña a cómo decir basta cuando es necesario sin dejar de ver al otro como humano.  Precisamente como humanos, que además están en un proceso de crecer y aprender, deberíamos ver a las y los adolescentes, a los más jóvenes, como aliados y no como enemigos. Parece que ahora van a ser los responsables de que haya un aumento del hoyo a la extrema derecha. Equivócanos el diagnóstico adulto. En este sentido es interesante leer a María Galindo sobre sus conversaciones con adolescentes y jóvenes: “tienen miedo al futuro, a la soledad, a la vergüenza, a la incertidumbre (..) Sienten que no hay un tejido social a su alrededor; sienten que tienen que salvarse solos”. Y cuando se refiere a por qué la ultraderecha gana terreno entre los más jóvenes dice: “La gente muy joven es un tejido de hipersensibilidad al cual la izquierda no le habla. Entonces, ¿cómo un sujeto va a escucharte si no te diriges jamás a él o a ella?” Hablarnos, escucharnos, dirigirnos unos a otros desde la esperanza de que otros mundos son posibles y están siendo. El “trabajo de mantenernos con vida” para desactivar al “fascismo del fin de los tiempos”, como lo denomina Naomi Klein, el trabajo de no caer en las lógicas que nos llevan a destruirnos por dentro, como familias, como barrios y como sociedad. Es tiempo de apoyar la Vida frente a quienes buscan acabar con ella y con todo.
eldiario
hace alrededor de 11 horas
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