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El cheque-bebé de Yolanda Díaz

El cheque-bebé de Yolanda Díaz
Con este avance, en los últimos siete años las sucesivas versiones de este Gobierno han duplicado los permisos por nacimiento y cuidados. A esto hay que sumar que muchas familias acumulan el permiso de lactanciaLa letra pequeña de los cambios en los permisos para el cuidado de hijos Hace unos días, en una escena digna de una comedia política, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz salieron con tanta prisa a contar el acuerdo al que habían llegado sobre los permisos por nacimiento que terminaron por tropezar con su propio anuncio. El resultado fue un mensaje confuso, mal explicado y peor leído. Tanto que por momentos ha dado la sensación de que lo que anunciaban era un paso atrás o una renuncia a sus compromisos. Es una pena, porque el anuncio era una medida importante. El Gobierno ha ampliado en seis semanas el permiso del que se beneficia cada niño y cada niña al nacer. ¿En seis semanas? Sí. Como ha reconocido ya hasta el Tribunal Supremo, los permisos de cuidados no son una prestación de los padres, sino de los niños. Con esta medida, cada criatura tendrá seis semanas más de cuidado, tanto si tiene dos progenitores (tres cada uno) como si es parte de una familia monomarental. Con este avance, en los últimos siete años, las sucesivas versiones de este Gobierno han duplicado los permisos por nacimiento y cuidados: las familias biparentales han pasado de 21 semanas a 38 y las monoparentales de 16 a 32. A esto hay que sumar que muchas familias acumulan el permiso de lactancia que representa otras seis semanas más, aproximadamente. En total, entre 38 y 44 semanas de permiso retribuido por cada nacimiento o adopción. ¿Son pocas? Tener expectativas no cuesta nada pero, por comparar: lo que la legislación europea exige es un mínimo de 14 semanas retribuidas para la madre, más 10 días para el otro progenitor y 16 semanas de permiso compartido. En total, 32 semanas por criatura. ¿Son muchas? Tampoco. La crianza es la última frontera —y la más desatendida— del Estado del Bienestar. Las familias asumen una cantidad de costes que sería escandalosa si no estuviéramos hablando de niños. Si se tratara de personas mayores o con discapacidad, la falta de apoyo público provocaría un clamor. Pero cuando se trata de la infancia, seguimos dando por hecho que deben ser las familias quienes se hagan cargo. O, peor aún, aceptamos que sean los propios niños quienes carguen con la suerte —o la desgracia— del hogar en el que les ha tocado nacer. Por esa razón, la foto de la pobreza en el mundo ha cambiado completamente en los últimos 75 años. Si la vejez era el indicador más fiable para predecir si alguien sería pobre en 1975, hoy lo es tener hijos. Uno de cada seis niños en todo el mundo vive bajo el umbral de la pobreza extrema, el doble que los adultos. Las familias con criaturas pequeñas tienen las tasas de pobreza más altas de todos los hogares y la mitad de los hogares monoparentales en España está en riesgo de exclusión. Estos indicadores no responden a un fenómeno meteorológico, sino a la voluntad política. El sistema de pensiones se inventó para evitar que las personas, al final de su vida, tuvieran que pasar penalidades. Y ahora tenemos que arreglar el otro extremo de la balanza: son los niños los que están en apuros. Con una amenaza adicional. Y es que la pobreza en la infancia tiene un efecto acumulativo: la falta de oportunidades a esta edad, en los años en los que deberíamos invertir en que desarrollen todo su potencial, nos aboca a un futuro de precariedad a todos. Por eso la ampliación de los permisos por nacimiento y cuidado es un avance positivo, como lo hubiera sido la ley de familias que se quedó en un cajón con la convocatoria de las elecciones anticipadas de 2023. Ojalá se retome. Si hay algo que se le puede criticar a esta medida, es que su alcance sigue estando limitado, una vez más, por la lotería de los padres que te hayan tocado. Los permisos de nacimiento y cuidados no son universales: solo los pueden disfrutar quienes están trabajando. Por esa razón tienden a beneficiar a las clases medias, mientras dejan atrás a los estratos más vulnerables. Tendría sentido rescatar otras propuestas que las expertas llevan años reclamando. Por ejemplo, la prestación universal por hijo, una transferencia directa mensual que ya existe en la mayoría de países europeos y en la que España empieza a quedarse como farolillo rojo; o la gratuidad de los comedores escolares, una medida que ha demostrado tener un impacto extraordinario en el rendimiento académico, la reducción del abandono escolar, la salud e incluso la altura de los niños al final de su infancia. Estas semanas, a la hora de planificar las vacaciones, centenares de miles de mujeres –y muchos hombres, también, pero sobre todo mujeres– han tenido que conseguir la cuadratura del círculo. A las visitas a la casa natal y los compromisos típicos del verano tienen que sumar que en septiembre necesitarán una o dos semanas libres para hacer la adaptación de sus criaturas al cole. Se pasarán el verano haciendo equilibrismos, contratando cuidadores, campamentos, teletrabajando desde el parque infantil, rascando días de los abuelos y renunciando a su propio tiempo para llegar a todo. Pero que el costumbrismo de la escena no nos despiste de lo central. Detrás de todas estas pequeñas entregas se esconde mucho amor, pero también la principal fuente de pobreza y de desigualdad en el mundo. Corregir esta injusticia sólo puede ser una buena idea.

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