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Fascismo S.A.

Fascismo S.A.
Lo que estamos presenciando en estos últimos años es ese fenómeno nuevo: la aparición de pseudo partidos que adoptan, en cada momento, las ideas que más atención les genera con el único objetivo de captar la atención del público para luego rentabilizarla Mucha gente –de derechas y no tanto– se queja amargamente de que la izquierda reparte el calificativo de “facha” a cualquiera que no concuerde con sus ideas. Y yo creo que tienen razón. Cuando estamos viendo resurgir partidos que encajan con inquietante precisión en la definición de “fascistas”, deberíamos ser especialmente rigurosos con los adjetivos. De lo contrario, corremos el riesgo de que de tanto gritar “¡que viene el lobo!”, al final nos pase lo mismo que al pastorcito del cuento. El fascismo, explica Roger Griffin, es una ideología política que promete el renacimiento de la nación tras un periodo de decadencia. A diferencia de otras corrientes autoritarias, no se limita a conservar el orden existente –no es una ideología conservadora–, sino que busca una transformación radical, revolucionaria, de la sociedad para restaurar una supuesta grandeza perdida. Además, se caracteriza por el rechazo tanto al liberalismo como al comunismo, la exaltación de la violencia como medio legítimo de acción política y el culto a la unidad nacional encarnada en un líder carismático. Atendiendo a esta definición podríamos pensar que Trump, con su “Make America Great Again” y su apoyo al intento violento de tomar el Capitolio en 2021, encaja peligrosamente en esa definición. O que las declaraciones de Díaz Ayuso en las que constantemente alerta de que “la esencia europea está en peligro”, o estas otras de Giorgia Meloni que decían lo mismo y que tanto le gustaron a Pérez Reverte tontean con demasiada tranquilidad con esa ideología y hacen muy difícil distinguir a unos de otros. Claro que, como Meloni y Ayuso ya están en el gobierno, no tienen muchos incentivos para intentar echarlo abajo. Pero sería una estupidez sacar la brocha gorda y tildar a todas las personas de derechas de fascistas por igual. Hay una derecha que no está en esto. La hay en el País Vasco, en Catalunya y también dentro del PP. Hay una derecha de tradición conservadora y otra de tradición liberal que son ideologías democráticas, legítimas, que fueron cofundadoras de la Unión Europea y que están llenas de gente que no piensa como tú, pero que ha hecho aportaciones muy importantes a la historia. Nos hemos dejado muchas vidas en este continente como para no poder decir esto con toda tranquilidad. Y luego está emergiendo otro fenómeno, que es el que de verdad debería preocuparnos. Y es que bajo el manto genérico del “fascismo” y de la “extrema derecha” está emergiendo algo que, simplemente, no son ideologías. En los últimos años, la posibilidad de hacer dinero captando la atención del público –con grandes canales en redes sociales o explotando la imagen personal por otras vías— ha producido una perversión del sistema democrático. Ocurre que la política, por el lugar que ocupa dentro de la sociedad, recibe una atención garantizada que no reciben otras esferas de la vida. Una parte muy importante de los periódicos, de los telediarios, de las programaciones de radio y TV están dedicados íntegramente a esta actividad, tanto si su actualidad resulta de interés como si no. Además, los partidos reciben subvenciones para hacer campañas dirigidas a toda la población y tienen acceso a resortes de la comunicación –como las salas de prensa del Congreso y el Senado, los espacios electorales y las retransmisiones de los plenos– a las que no tienen acceso otras organizaciones. De manera que los partidos políticos tienen una vía mucho más fácil –y más barata– para obtener notoriedad que las ONG, las empresas, los grupos de música o cualquier otro colectivo. Por eso entrar en política se está convirtiendo en un trampolín para algunos personajes que lo que buscan es, simplemente, hacer dinero. Ahí está Donald Trump, un empresario audiovisual que comprendió antes que nadie que la política no tenía por qué ser una convicción: podía ser un negocio. Trump vende NFTs, organiza eventos, licencia su nombre y hasta impulsa criptomonedas con su rostro, aprovechando el altavoz de la Casa Blanca como motor de venta. En España, Alvise Pérez sigue el mismo manual: sin estructura partidaria, sin programa sólido, ha construido una carrera basada en el ruido y ha fundado un partido que es más una plataforma de autopromoción que una organización política. Hace unos días hubo elecciones en Japón. Un ex responsable de supermercado convertido en influencer que había fundado un partido hace cinco años entre mensajes antivacunas y conspiranoicos consiguió 14 escaños con un discurso xenófobo y la misma idea de “Japón primero” en el centro. Cosas muy parecidas se están repitiendo cada vez en más lugares del mundo. “Esos mecanismos”, dice el politólogo Sebastián Lavezzolo, “pueden servir para que se ponga en marcha un movimiento político con fundamento y con valores, pero también como trampolín para que algunos hagan caja”. Lo que estamos presenciando en estos últimos años es ese fenómeno nuevo: la aparición de pseudo partidos que adoptan, en cada momento, las ideas que más atención les genera con el único objetivo de captar la atención del público para luego rentabilizarla. Porque de eso viven. Aunque a simple vista se vistan de fascistas, o de comunistas o de cualquier otra tradición política reconocible, no lo son, porque no son una ideología: son un negocio. No hay detrás de ellos un armazón político, ni un sistema de valores. Defienden las ideas que les resultan más rentables en cada momento –que suelen ser las más radicales porque en este mundo polarizado son las que más ruido hacen-- e intentan construir un ejército de fieles que, con la excusa de lo público y de lo común, les hagan de involuntarios comerciales de ventas. Si los vamos a llamar fascistas, que sea con propiedad: son fascismo, SA.

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