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¿Puede el sufrimiento justificar la barbarie?

¿Puede el sufrimiento justificar la barbarie?
Tras muchas décadas de conflicto, es evidente para la mayoría de la población que una parte de la comunidad que sufrió el genocidio nazi ha construido un Estado desde el cual se persigue, criminaliza, tortura y mata a una etnia diferente con la que se compite por el uso del territorio La actriz australiana Miriam Margolyes fue acusada la semana pasada de hacer declaraciones supuestamente antisemitas, sumándose de ese modo al ya nutrido grupo de figuras públicas denunciadas por criticar al Estado de Israel. La acusación provino de la organización británica Campaign Against Antisemitism, dedicada a luchar contra el antisemitismo y promover el apoyo a sus víctimas. La peculiaridad es que, como en otros casos similares, la acusada también es judía. Eso sí, Margolyes hacía una dura “autocrítica” respecto al comportamiento de una parte de su comunidad –el Estado de Israel– en el marco del genocidio en Gaza. “La terrible verdad a la que me enfrento es que Hitler ganó. Nos cambió, nos hizo como él”, dijo Margolyes, lo que provocó la denuncia. No se trata sólo de una muestra de solidaridad con el pueblo palestino, y ni siquiera de una simple pero importante condena del genocidio israelí. La fuerza de su declaración radica precisamente en invitar a una reflexión sobre cómo una comunidad que fue víctima de la barbarie puede, en un contexto distinto, llegar a ser ejecutora de básicamente los mismos actos. En este sentido, Margolyes sugería que la barbarie actual une de una manera nueva e inesperada a Hitler e Israel y, aún peor, permite pensar a Hitler como ganador precisamente por haber conseguido transmitir su maldad. Mucho se ha escrito sobre esta paradoja histórica en la que David ha terminado convirtiéndose en Goliat. Tras muchas décadas de conflicto, es evidente para la mayoría de la población que una parte de la comunidad que sufrió el genocidio nazi ha construido un Estado desde el cual se persigue, criminaliza, tortura y mata a una etnia diferente con la que se compite por el uso del territorio. A pesar de ello, muchos países occidentales siguen tratando al Estado de Israel no solo como el depositario legítimo de la memoria histórica del Holocausto, sino también como representante de una supuesta razón derivada de su condición histórica como víctima del nazismo. Como seres humanos, tendemos a caer en la trampa de pensar que las víctimas de cualquier injusticia, por el simple hecho de haber sido las partes castigadas, poseen la razón. Pero lo cierto es que, si bien la condición de víctima implica un testimonio único, cuyo dolor es incomparable y probablemente inimaginable, esto no conduce a la conclusión de que la posición política que emerge de ese lugar deba tener más peso. De hecho, suele ocurrir lo contrario, ya que la dificultad para abstraerse de la situación tiende a nublar la capacidad de análisis objetivo. Esto es cierto para víctimas de todo tipo de injusticia, cuyo sufrimiento legítimo no es lógicamente equivalente a tener la razón. No estoy diciendo que el pensamiento de las víctimas carezca de racionalidad. Todo lo contrario. Sin duda entre la comunidad judía, y aún más en la sionista, existe una forma de pensar en la que una sucesión de proposiciones lógicas lleva desde la condición de víctima hasta la posesión de una verdad indiscutible (y, de paso, a la criminalización y deshumanización del pueblo palestino). Ellos sienten realmente como una afrenta grave cualquier crítica que no case con su narrativa, lo que a menudo acaba en la absurdez de considerar “anti-judíos” a no pocos judíos. Sin embargo, desde dentro no existe tal paradoja porque el hecho de haber sido víctimas del holocausto pareciera inmunizarles contra cualquier crítica. Los grupos de extrema derecha que reniegan actualmente de su pasado antisemita y ahora justifican los crímenes del sionismo, reinterpretados como una lucha civilizatoria contra el mundo musulmán, no responden a estos argumentos. Pero sí lo hace el hecho de que, en la mayoría de los países occidentales, y especialmente en Alemania, la crítica a los crímenes cometidos por el sionismo también se equipara automáticamente con el antisemitismo. Según esta forma de pensar, criticar el comportamiento de la víctima –en este caso, una comunidad histórica–, o de sus argumentos, es ponerse del lado del agresor. Se trata de un argumento inválido, pero tan extendido y consolidado que se ha vuelto profundamente poderoso. No hay figura pública que haga una crítica al Estado de Israel y no sea denunciada, en cuestión de horas, por “antisemitismo”. Las víctimas no tienen necesariamente razón, aunque para muchos resulte contraintuitivo. Una víctima es una persona o comunidad que ha sufrido una injusticia, que puede alcanzar un grado de inhumanidad como el del Holocausto. Pero también fueron víctimas del nazismo otras etnias, como los gitanos, así como representantes de las ideologías comunistas y socialistas en general, y ninguno de ellos tiene razón automáticamente por el simple hecho de haber estado en la parte sufriente de la historia. La razón, si es que aspiramos a encontrarla, no depende de la experiencia. Y, desde luego, ninguno de esos registros puede justificar el ejercicio de la barbarie contra otras personas o comunidades. Este es el desafío que muchos países deben enfrentar para poder evaluar los actos criminales como tales: entender que las víctimas pueden, en ciertos contextos, convertirse en opresores. El dolor de las víctimas es incuestionable, y sus testimonios son vitales para la humanidad, pero eso no implica que la condición de víctima otorgue a un grupo o Estado la inmunidad moral para cometer injusticias. En última instancia, reconocer el sufrimiento pasado no puede convertirse en una coartada para ignorar el sufrimiento presente. La memoria histórica no es sólo un ejercicio de verdad, justicia y reparación, sino que nos debería servir especialmente para impedir que se repitan las injusticias. Por eso cuando una víctima se convierte en verdugo, el deber moral de la humanidad no es callar por respeto al pasado, sino alzar la voz por respeto al futuro.

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