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Qué buena cara tras las vacaciones

Qué buena cara tras las vacaciones
Tras las últimas apariciones públicas de Sánchez, un mismo comentario: qué mala cara tiene el presidente. Dicho por algunos en tono preocupado, mientras sus detractores parecen celebrarlo como una pieza a punto de ser abatida, las últimas boqueadas, una metáfora del derrumbe del sanchismo Una de las frases más repetidas esta semana en los reencuentros laborales, familiares y amistosos: “Qué buena cara tienes”. Nos han sentado bien el verano, el descanso, el aire libre, el sol y el mar, las siestas gloriosas, las noches de buen dormir, la verbena del pueblo, el viaje feliz. Rostros bronceados, piel de balneario, menos ojeras que en junio. Incluso si no has tenido vacaciones, el mero cambio de ritmo del verano ya te guapea, se te quita esa máscara de agonía del resto del año. “Qué buena cara tienes”, nos lo decimos incluso si no es verdad, mentira piadosa de vuelta de vacaciones. Todos con mejor cara, menos Pedro Sánchez. Ya lo viste en la entrevista del lunes en TVE. Y si no la seguiste, lo habrás visto igual en las muchas noticias, tertulias, fotos compartidas y memes. En todos los casos un mismo comentario: qué mala cara tiene el presidente. Dicho por algunos en tono preocupado, mientras otros parecen celebrarlo como una pieza a punto de ser abatida, las últimas boqueadas. Ya se comentó antes del verano, tras el escándalo de Cerdán: qué mala cara. En agosto interrumpió sus vacaciones para visitar zonas incendiadas, y el mismo comentario: ¡qué mala cara!, exclamaron a la vez los preocupados y los odiadores. Y ahora, cuando todos regresamos con nuestra mejor cara del año, aparece Sánchez con lo que ciertos tertulianos de gran humanidad han llamado cariñosamente “cara de cadáver”. Algunos no dudan en escoger la foto menos favorecedora, incluso retocarla un poco para exagerar las facciones duras o la mirada desencajada. Los más tramposos ponen al lado una foto de 2018 para compararlo. Anda, guapetón, busca una foto tuya de hace siete años y luego mírate en el espejo y me cuentas. Y eso que tú no has gobernado con pandemia, guerra, volcán, DANA, la peor oposición de la historia y un despiadado acoso político, mediático y judicial contra ti y tu familia. Por supuesto, el deterioro físico de Sánchez no merece la mínima compasión de sus detractores, todo lo contrario. Unos lo toman por metáfora del derrumbe del sanchismo, otros difunden bulos sobre su salud, y los más odiadores dicen ver el rostro del mal, la mirada del loco peligroso. Los lunes, miércoles y viernes lo acusan de exagerar su deterioro y así dar pena al electorado de izquierda; martes, jueves y sábado le reprochan que maquille su aspecto o se inyecte botox para esconder su verdadero estado terminal. Los domingos, las dos cosas a la vez, exagerar y ocultar. Entre los más sanchistas también hay quien usa su aspecto desgastado para cantar la épica del héroe que se deja la piel, el martirio del líder, y culpar a las derechas, comparando el Ecce Homo de Sánchez con la insultante buena cara que traen los políticos de la derecha al volver de vacaciones: el bronceado de Feijóo, el tono lustroso de Tellado, y no digamos Mazón, que parece un anuncio de paquetes vacacionales. Hay que recordar que Sánchez preside el país líder mundial en consumo de benzodiacepinas, con millones de ciudadanos sufriendo a diario de estrés, ansiedad o insomnio. Pero precisamente cuando más sensibilizados estamos por la salud mental, la necesidad de cuidarnos y el rechazo al abuso laboral, el exceso de presión, el acoso en redes o las relaciones tóxicas, ¿nos importa algo la salud de nuestro presidente? ¿Consideramos que el destrozo va en el cargo y en el sueldo? Eso parece.

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