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El lobito bueno

EL verdadero mensaje era la cara. Tensa, macilenta, desmejorada, áspera. En televisión lo más importante es la imagen, y la de Pedro Sánchez –que no destaca precisamente por la fiabilidad de su palabra– era la de un hombre de expresión devastada. Nadie hubiera dicho que volvía de unas vacaciones bien largas. Entra dentro de lo posible, no sé si de lo probable, que el aparato de comunicación de Moncloa acentúe esos rasgos demacrados en un intento de suscitar cierta empatía solidaria, pero si fue así el ensayo no funcionaba. Más bien parecía la víctima de una compulsiva intervención –tensores, 'radiesse', lo que fuere– de medicina plástica. Ni siquiera la impostura de la voz suave logró disimular la sensación de un... Ver Más

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