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Gaza, distrito 11

En España la derecha se avergüenza de la historia. La izquierda se arroga la sucesión moral de los vencidos para poder celebrar la derrota. De ella extraen su superioridad moral para reinterpretar nuestro pasado y conducir el presente. La historia hoy no la escriben los vencedores: pivotamos el relato sobre la derrota. Cataluña saca sus impulsos populistas del resentimiento de sus fracasos. Puede más un referéndum abortado y un presidente huido que una victoria en las elecciones. El alcalde de Barcelona ha decidido apropiarse de la derrota palestina: a partir de ahora Gaza será el distrito 11 de la ciudad. El aumento contable del vencido en las propias filas acrecienta la apariencia moral. Hace no mucho la historia la contaban los mismos que mataron a 835.000 civiles sólo en los bombardeos de Hamburgo, Dresde, Tokio, Hiroshima, Nagasaki y Berlín. Hitler y sus aliados tenían que ser derrotados y la victoria sirvió de único nutriente para el relato. Si hubieran vencido los nazis los buenos habrían sido otros. Éramos así y escribíamos las crónicas amontonando victorias. La voz de la historia es hoy la de los vencidos. Evidentemente, sólo la de aquellos vencidos a los que se les presta esa voz; pero ese es otro tema. Lo que interesa ahora no es la cuestión de los medios de comunicación, sino la manera en la que el material que estos ofrecen es asumido automáticamente por los ciudadanos. Las cifras de civiles muertos en Gaza resultan argumento suficiente para que un buen número de ciudadanos, con independencia del signo político, condenen a Israel o, si no lo hacen, al menos no se atrevan a defenderlo en público. En sentido estricto, esto no se debe a una mayor compasión por los muertos. Prueba de ello sería su respuesta si los asesinados, violadas o secuestrados, o los que viven permanentemente amenazados, fueran sus propios hijos e hijas. De forma instintiva, cambiaría el signo de su posición y dejarían de estar dispuestos a negociar con terroristas. Es una moral de geometría variable, que rota sobre la víctima. No hay otro marco de referencia. La única fuente moral es el victimismo. No soportamos criterios externos al individuo. Y el individuo aislado solo puede ser víctima o agresor, según el momento. No importa el derecho internacional; resultan banales la naturaleza misma de la guerra y sus reglas; no significa nada la perfidia los que exponen las vidas de los civiles al usarlos como escudos; da igual el historial del conflicto. El juicio no se emite sobre los actos concretos y reales. La víctima es el único argumento legítimo. El único valor es el número de víctimas. De ahí, que, a ciertos ciudadanos, especialmente de derechas, se hayan retirado de la defensa de la causa israelí a partir de una cifra determinada de víctimas. Para los de izquierdas el número llega a ser suficiente para negar el derecho de existencia de Israel. La víctima asilada, apilada y manipulada es la única fuente ética de nuestro tiempo, no el sufrimiento real. Justo esto es lo que otorga la fuerza a los medios: el foco mediático señala a una víctima –excluyendo al resto– y, con ello, moviliza y moldea sin resistencia nuestra impostura moral. Quizá esto demuestre que la historia aún la escriben los fuertes; aunque ahora sean otros y se disfracen de débiles. Al fin y al cabo, pocos dudaron al apoyar los bombardeos aliados cuando las víctimas bajo el foco eran judías. Y no dudaremos mientras que el foco apunte en la misma dirección.
abc.es
hace alrededor de 21 horas
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