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No tienes por qué acabar tu verano todavía

No tienes por qué acabar tu verano todavía
Todo consiste en entender que el verano no es una estación, sino una forma de ver el mundo. Se trata de "ser verano" Uno de septiembre y lunes al mismo tiempo. Parecía empeñada la semana en arrancarnos de golpe el verano. El presidente del Gobierno ha vuelto, pero, oh no, también Puigdemont, que es como el dinosaurio de Monterroso. Los columnistas y tertulianos políticos han regresado para continuar la guerra por otros medios. Quienes nos hemos quedado escribiendo todo el verano, en cambio, no necesitamos amargar la vuelta a nadie. Todos quieren que aceptemos que se acabó el verano. Hasta Manuel de la Calva, mítico integrante del Duo Dinámico, murió el 26 de agosto, como incitándonos a la resignación definitiva ante el final del verano, que “llegó y tú partirás”. Pero no, no tienes que partir. No tienes que abandonar los sabores del verano todavía. Y no es porque oficialmente vaya a durar aún hasta el 22 de septiembre. Ni tampoco porque las temperaturas sean más agradables que durante la canícula.  Todo consiste en entender que el verano no es una estación, sino una forma de ver el mundo. Se trata de ser verano. ¿Y cómo se hace? Albert Camus lo explicó en su colección de ensayos titulada ‘El verano“, donde alimentaba sus ganas de vivir y su fortaleza interior. Allí escribe: ”En medio del odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible. En medio de las lágrimas me pareció que había dentro de mí una sonrisa invencible. En medio del caos me pareció que había dentro de mí una calma invencible. Me di cuenta de que, pese a todo, en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque no importa lo duro que el mundo empuje contra mí, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta“. Setenta años después, no cuesta vernos rodeados de odio, lágrimas y desazón. Pero no cedas tu verano. Para fortalecerte, te propongo ocho experiencias filosóficas con las que alargarlo.   1- No esperes al autobús. Simplemente, niégate. Sigue andando. Pasea, mira las calles de tu ciudad como si la vieras por primera vez. Levanta la vista, observa esas gárgolas en un tejado, esos balcones adornados de plantas. Todo es para que tu vista lo disfrute. Mira esas nubes altas que tiñen de blanquecino el cielo y han formado un amanecer rojizo que parecía el primero de la tierra. No huelas los coches que pasan cerca. Niégate. Siente la calma del caminante. 2- Pisa el césped descalza. Quédate dos minutos consciente sobre la hierba (sirve cualquier pedacito de jardín público). Cierra los ojos y siéntela. Eso fortalece tu verano invencible.  3- Cómete un helado, pero que tampoco sea el último del verano. El primero me traslada al paseo de Tabernes de Valldigna, donde mi abuela nos compraba uno nada más llegar. No hay que empezar ya a perder los kilos de las vacaciones. Habrá tiempo.  4- Saborea la irresponsabilidad. Los gurús digitales te volverán a culpar por no concentrarte. Tu jefe también. Es falso, pero ya no saben qué hacer para encubrir los destrozos del capitalismo extractivo en nuestra atención y el hackeo de nuestro cerebro. Abre una ventana en tu tarde para saborear media hora de no hacer nada. Si no puedes, cómete otro helado. 5- Olvida las narrativas de la extinción que te inducen ansiedad. Nos vamos a morir antes de extinguirnos. Sonríe en medio de las lágrimas. 6- Diviértete como un loco. Las locas hablan alto, se ríen con fuerza y sin motivo. Hazlo tú: desorganiza los planes, perturba a los biempensantes, di la frase más inconveniente. Crea algo inesperado. Sé impredecible. No obedezcas. Solo un rato, hazlo. 7- Al despertar, no mires el móvil. Después del café, lee un libro, aunque sea solo 20 minutos. Sabe a verano de forma inconfundible. Te recuerda que tienes una ciudadela interior que nadie puede conquistar, ni aunque te encarcelen. Eso es la libertad, o sea, el verano. 8- Come sandía con la imaginación. Cuando tu jefe empiece con su chapa en la reunión, imagina que tienes una rodaja de sandía chorreándote en las manos. Chupate los dedos e híncale el diente. Siente cómo su jugo te inunda la boca. Es dulce, fresco. Sabe a verano puro. Mastica lentamente, no hay prisa. Siente crujir su carne entre las muelas, disfruta del frescor en las encías y el aliento. Tu jefe habrá bajado ya el tono de su voz. Lo que dice llegará a serte indiferente en segundos. Esta sandía está siempre a tu disposición, no lo olvides. Siempre hay algo mejor empujando de vuelta. Queda mucho verano, pero hay que practicar. Insiste.

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