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Tellado y la política de fosa séptica

Un político no dice que va a cavar una fosa para meter a un gobierno democrático rival, que además nunca debió haber existido, sin conocer el alcance de esa ¿metáfora? ¿boutade? ¿barbaridad? en la audiencia que pretende captar por la ya trillada vía trumpistaSánchez responde a Tellado tras decir que “cavarán la fosa” del Gobierno: “Es un insulto a miles de españoles y una apelación encubierta a la violencia” El atentado yihadista del 11-M que mató a 192 personas en 2004 no provocó ninguna represalia generalizada contra la comunidad musulmana en España. Cuando ETA asesinaba, la gran mayoría de españoles distinguía entre etarras y ciudadanos vascos, a pesar de las cicatrices y el dolor y de las luces y sombras (algunas muy sombrías) de aquella batalla contra el terrorismo. Antes de la aparición del populismo ultra, una dictadura era un régimen dictatorial y no un gobierno democrático que no te gustara, el familiar que no votaba lo mismo que uno era antes familiar (excéntrico, rancio o jipi) que enemigo y buena parte de políticos y ciudadanos guardaban las formas en público, por pudor y educación, que es la condición previa y necesaria a que los prejuicios y sesgos no colonicen cada aspecto de la personalidad. Odio la nostalgia que se inventa pasados y batallas pero tengo memoria y he vivido lo suficiente para apreciar que de madurez democrática andamos escasos y de barbaridades, sin embargo, estamos servidos. Una buena parte del tejido sociopolítico es hoy altamente inflamable. Basta con un suceso real que pueda ser hábilmente manipulado, o una mentira interesada difundida miles de veces, y las retóricas políticas irresponsables pueden armar un enfrentamiento civil. No voy a hablar de quien tienen más argumentos, menos corrupción, gestiona mejor o busca de manera más eficaz el bien común porque este no es artículo sobre política sino sobre retórica y violencia. Miguel Tellado, que ha vuelto de vacaciones más fresco que otros compañeros de partido que han tenido que lidiar con la desastrosa gestión de los incendios, ha dicho que este puede ser el último curso político de Sánchez : “Aquí podemos empezar a cavar la fosa donde reposarán los restos de un Gobierno que nunca debió haber existido en nuestro país”. Un político no dice que va a cavar una fosa para meter a un gobierno democrático rival, que además nunca debió haber existido, sin conocer el alcance de esa ¿metáfora? ¿boutade? ¿barbaridad? en la audiencia que pretende captar por la ya trillada vía trumpista. Ante las críticas, el Partido Popular ha optado por una de sus estrategias preferidas de negación de la realidad: ¿a quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos? Hay dos explicaciones sencillas al hecho de que tengamos que escuchar día tras día la retórica incendiaria (y aquí incendiaria está bien utilizado) de Tellado o Ayuso. La primera es que la ultraderecha ha captado y alimentado los malestares materiales y culturales de nuestro tiempo como nadie, mejor que la izquierda y mejor que el conservadurismo tradicional. No proporcionan ninguna solución pero saben sacar rédito del malestar. El PP quiere sumarse a ese festín de votos antisistema, olvidando que es sistema y es estado y es poder territorial. La segunda explicación es que se vislumbra que el techo de Feijóo puede estar en torno a los 150-155 diputados, lejos de la mayoría absoluta, por la pujanza de Vox y la mala gestión de lo que les compete. Es prioritario intentar que el votante de Vox vuelva al redil, una tarea hercúlea que no está al alcance de Alberto Núñez Feijóo aunque practique el ayusismo. No es la primera vez que Feijóo y los suyos chapotean en el barro, como sabe cualquier gallego que haya vivido las campañas electorales del PP a la Xunta. Pero ahora están desatados. La respuesta es construir alternativas, abordar con valentía los problemas y abandonar sin más dilación la fosa séptica que es el perfecto campo de juego de los partidos ultras y las que, con mayor o menor éxito, aspiran a serlo.

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